¿En nombre de quién hacemos o dejamos de hacer?
«¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!»
En la vida no podemos evitar relacionarnos, y en las distintas formas de hacerlo ponemos en juego alguna manera de presentación: nos presentamos a los demás de acuerdo a la manera de comprendernos a nosotros/as mismos/as. Podemos advertir que hay una diferencia entre alguien que se presenta por motu proprio, y alguien que se presenta en nombre de… El que se presenta por motivación propia administrará tiempos, recursos, estrategias y pondrá todo a disposición de sus objetivos e intereses; mientras que el que se presenta en nombre de… tendrá claro que sus intereses no pueden interponerse a los del que lo envía. Sería como si un empleado es encomendado a presentarse en algún lugar y realizar algo en nombre de su empleador, el empleado no podrá tomarse la atribución de decidir o resolver algo en contra de los intereses de su empleador, y si lo hace cambia su presentación y se mueve del lugar en el que le correspondería permanecer. La diferencia está en presentarse como dueño o como simple administrador; si trasladamos esta relación a nuestra relación con Dios, entenderíamos que Dios es el dueño de todo y los seres humanos somos simples administradores de algo que no nos pertenece. Si Dios es el dueño, tiene sus intereses y espera que sean tenidos en cuenta por el ser humano (administradores); cuando el ser humano se presenta en este mundo como ‘dueño’, interviene en los intereses de Dios y por supuesto, se esmera en satisfacer sus propios intereses. Los intereses de Dios siempre se dirigen al bienestar del entorno, de los demás, teniendo en cuenta la vulnerabilidad y necesidades que existen a su alrededor; mientras que los intereses humanos siempre intentan satisfacer -desmedidamente- los intereses propios, olvidando su entorno. Por esto ocurrió que el ser humano mató a los profetas enviados por Dios.
El pueblo para poder estar en comunión con Dios nuevamente, luego de su pecado de haber matado y apedreado a los que Dios envió (Lc 13,34ª), debe trabajar en el reconocimiento al que es enviado por Dios, debe llegar a exclamar: ¡¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!! Es como una manera de volver a reconocer quién es el dueño y quién está solo para administrar, como darnos cuenta del daño que provoca nuestra indiferencia a las necesidades de alrededor. Por más buenas razones e intenciones que tenga una revolución, también se muestra allí la indiferencia a los daños que se generan en su desarrollo, recordemos que Judas era un revolucionario, y Cristo el mesías, la salvación no se lleva adelante a la manera de Judas, sino la manera de Cristo. Dentro y fuera de la Iglesia los cambios y las ‘revoluciones’ deben ser estudiadas según el parámetro de Cristo.
El pueblo debe distinguir quién(es) viene(n) en nombre propio y quién(es) viene(n) en el nombre del Señor. El que viene en nombre propio sigue el estilo de Herodes (Lc 13,31), que anda queriendo matar a quien ponga en desequilibrio su lugar de poder (dentro o fuera de la Iglesia). El que viene en el nombre del Señor no se preocupa por el poder, dado que tiene claro que el todopoderoso es Dios, y sí se dedica a expulsar demonios y a realizar curaciones (Lc 13,32). Aquí se ven los intereses divinos y humanos, los divinos se concentran en la expulsión de demonios y curaciones, mientras que los humanos lo hacen en defenderse de cualquier posibilidad de desequilibrio en el poder (perdiendo de vista las consecuencias que puedan tener en la vulnerabilidad y necesidad de su entorno).
Recordemos que el demonio es el que espera el momento oportuno para corromper el uso del poder en la convivencia humana, incentivando la autosatisfacción y desanimando el interés de servicio a los demás. Los enviados del Señor trabajan en expulsar aquello que corrompe el uso del poder, tratando de volver a darle el verdadero sentido de ayuda, acompañamiento y protección de lo vulnerable de la población, y simultáneamente se dedican a curar, sanar. Está demás aclarar que aquellos/as que -aun usando el nombre de cristianos- no curan ni sanan, ni expulsan demonios, solo vienen en nombre propio a satisfacer intereses personales. Todo lo que hacemos en nuestra vida, en especial lo que hacemos en relación a otras personas, ¿en nombre de quién lo hacemos?