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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

3° domingo de Cuaresma, 07.03.2010

Sermón sobre Lucas 13:1-9, por Marcos Abbott

 

Dios y la tragedia

Nuestro texto habla sobre una torre en Siloé, una sección de Jerusalén, que se derrumbe y mata a algunas personas. Nos trae a la mente la trágica terremoto en Haití donde, según las cifras oficiales, más de 230.000 personas han perdido sus vidas. Cuando un desastre natural ocurre que afecta a muchas personas, como el terremoto en Haití o el tsunami en el Pacífico, la gente comienza a hablar sobre la tragedia en relación con Dios. La pregunta para nosotros es, ¿Qué papel tiene Dios en estas tragedias, si tiene alguno?

Esta pregunta está implícita en la respuesta de Jesús en nuestro texto bíblico.

¿Pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén? (13,4)

Esta pregunta implica que las personas estaban siendo castigados por Dios por pecados desconocidos. Los que sobrevivieron eran menos culpables, de alguna manera. Ahora bien, esta pregunta no refleja la opinión de Jesús mismo. Él conoce su cultura y cómo la gente reacciona frente a tal tragedia. Expresa en voz alta lo que sabe que la gente está pensando, y no dando opinión propia.

Una parte de la perspectiva de Jesús se contiene de manera indirecta en su llamado al arrepentimiento.

...antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente (13,5).

¡Uy! Esta declaración parece conectar claramente la culpa personal a las tragedias. Dios te castigará si no te arrepientes. ¡Una torre podría caerte encima!

¿Es eso lo que Jesús realmente quiere decir? Volvemos a este tema más tarde.

Ken Wilber se llama un psicólogo transpersonal. En contraste con los psicólogos existencialistas o humanistas, él cree que los seres humanos tenemos algo que trasciende nuestra existencia biomédica y material. Acepta la teoría de la Gran Cadena del Ser que identifica cuatro partes o dimensiones constitutivos del ser humano: el cuerpo, la mente, el alma y el espíritu. El cristianismo es parte de esta tradición.

Cuando se descubrió que su esposa tenía cáncer de mama, Wilber investigó una multitud de tradiciones para averiguar una posible conexión entre la enfermedad y la condición psicológica, mental o espiritual de la persona. Creo que los resultados de su investigación son interesantes y quiero compartirlos contigo.1

Cristiana -La enfermedad es un castigo divino por los pecados cometidos.

Nueva Era -La enfermedad es una lección que nos enseña algo.

Médica -La enfermedad es simplemente un trastorno físico.

Karma -La enfermedad es el resultado de las acciones del pasado.

Psicológica -La enfermedad se debe a la represión de las emociones

Gnóstica -La enfermedad es una ilusión. Lo único que existe es el Espíritu.

Existencial -La enfermedad forma parte de nuestra existencia mortal y finita.

Holística -La enfermedad es el resultado de la combinación de muchos factores diferentes.

Mágica -La enfermedad es una especie de castigo por los malos pensamientos.

Budista -La enfermedad forma parte inseparable de la vida.

Científica -La enfermedad tiene causas pero no significados.

¿No encuentras esta lista interesante? Podríamos preparar una lista semejante que interpreta las tragedias según el mismo filtro interpretativo.

¿Qué piensas tú? No quiero decir intelectualmente o racionalmente, sino al nivel del fuero interior. Cuando una tragedia alcanza a ti o a un ser querido, ¿cuál es tu reacción instintual? ¿Conectas la calamidad a Dios, o asignas alguna responsabilidad a la persona?

Desde la antigüedad la humanidad ha conectado el sufrimiento y la tragedia a la voluntad divina. En al tradición cristiana donde creemos que Dios es el creador y el soberano absoluto, parece natural conectar a Dios con la calamidad y el sufrimiento. Por ejemplo, los sistemas sacrifícales en la mayoría de las religiones antiguas representan esfuerzos para apaciguar a la divinidad. La gente esperan alejarse del furor de Dios por un lado, o atraer el favor divino por ofrecer un sacrificio aceptable por otro lado. Si agrado a Dios, entonces seré objeto de bendición divina, pero si desagrado a Dios, la mala fortuna seguramente entra en mi camino.

En realidad esto forma parte de la tradición judeocristiana. El libro de Deuteronomio es el ejemplo clásico de este mecanismo de bendiciones o maldiciones. Está bien claro en Deuteronomio 28. Escucha.

Acontecerá que si oyes atentamente la voz de Jehová, tu Dios, para guardar y poner por obra todos sus mandamientos que yo te prescribo hoy, también Jehová, tu Dios, te exaltará sobre todas las naciones de la tierra. 2 Y vendrán sobre ti y te alcanzarán todas estas bendiciones, si escuchas la voz de Jehová, tu Dios (28,1-2).

Después de una lista larga de bendiciones, cae el otro zapato en el versículo 15.

Pero acontecerá, si no oyes la voz de Jehová, tu Dios, y no procuras cumplir todos sus mandamientos y sus estatutos que yo te ordeno hoy, vendrán sobre ti y te alcanzarán todas estas maldiciones (28,15).

Esta manera de pensar enseña que Dios bendice a los que obedecen su ley y maldice a los que la desobedecen. ¿No te suena un poco como la voz de tus padres?

Afortunadamente, esta no es la palabra final. El libro de Job cuestiona todo este planteamiento. Job mantiene una lucha discursiva larga con Dios en que sostiene que él no merece la tragedia que le ha pasado. Tú y yo sabemos de nuestra experiencia que Job tiene la razón en su percepción básica. Justo como Dios "hace llover sobre los justos e injustos", la tragedia y la enfermedad no respetan las personas. No importa cuan bueno o religioso uno es, te puede caer encima un edificio durante un terremoto, o puedes tener el cáncer, o lo que sea. Dos ejecutivos de mi agencia misionera fallecieron en el terremoto en Haití. Estaban allí preparando programas sanitarias para los pobres. ¿Si el terremoto era de Dios, por qué matar a estos dos?

Antes de volver a la respuesta de Jesús a la caída de la torre de Siloé, quiero tratar brevemente dos posturas cristianas comunes sobre el sufrimiento. Desafortunadamente, desde mi punto de vista las dos está basadas en comprensiones equivocadas de las Sagradas Escrituras y son mala teología.

Primero, un número importante de cristianos colocan el pecado en el centro de la relación divina-humana. El punto de inicio fundamental es que los seres humanos somos pecadores. Dios es el soberano ofendido, y Dios, siendo plenamente santo y justo, tiene que castigar el pecado. El término técnico para esto es la justicia retributiva. Dios tiene que castigar el maldad, y este castigo incluye infligir el dolor y la desgracia. La imagen extrema de esto es la idea del infierno como un lugar de tormenta eterna.

Este esquema de la justicia retributiva se usa también para interpretar la muerte de Cristo en la cruz. Jesús sufre el castigo justo divino a nuestro favor. Lo único que nos puede librar del castigo eterno es si otra persona sufre la agonía de nuestra parte. Pero para que haya justicia, hay que haber la retribución en la forma del castigo. Esta creencia es el motivo que Mel Gibson en su película, La Pasión de Cristo, era tan gráfico con las imágenes del castigo y sufrimiento. Dios está exigiendo el castigo necesario para nuestra maldad.

Creo que esta imagen representa una lectura seriamente equivocada de las Escrituras, de la naturaleza esencial de la relación divina-humana, de la justicia divina y de cómo Dios resuelve el problema del pecado humano a través de la persona de Jesucristo.

La justicia divina no es esencialmente retributiva sino restaurativa. Dios no padece de una furia incontrolable que le hace sentir la necesidad de infligir el dolor y el castigo. La justicia activa de Dios busca restaurar tanto las personas como las relaciones involucradas. El castigo y el dolor no producen en Dios un sentido de satisfacción justa. Dios prefiere el papel del padre en la parábola del hijo pródigo. Mata al becerro gordo y prepara una fiesta cuando vuelva el hijo arrepentido. La justicia de Dios es restaurativa y no retributiva.

Por tanto, la cruz no es un caso donde Dios está buscando el castigo de uno que pueda ser aceptable. La cruz tiene que ver con la solidaridad plena de Dios con la condición pecaminosa humana a través de la Encarnación. Dios reconcilia el mundo consigo y cruza el abismo entre un Dios santo y la humanidad pecaminosa en la persona de Jesucristo. Visto por la óptica de la Encarnación, Dios trata con el pecado humano dentro de sí mismo. Es decir, Dios asume el pecado sobre sí mismo en la persona de Cristo. Dios resuelve el dilema del pecado internamente, directamente y personalmente; y no externamente a través de un tercero. Dios justifica al impío por restaurarlo y no por castigarlo.

La segunda postura procura convertir el sufrimiento en algo positivo. Según esta perspectiva el cristiano comparte los sufrimientos de Cristo de alguna manera. Dado que el sufrimiento de Cristo es redentor, cuando lo compartimos nuestro dolor puede tener un efecto parecido. Esto nos ayudar interpretar nuestro sufrimiento de una manera positiva. El versículo más representativo de esta postura se encuentra en Colosenses 1,24 donde Pablo dice:

Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia.

La valoración de esta postura es delicada porque mezcla algo de la verdad con otra idea equivocada. Sí podemos compartir los sufrimientos de Cristo, y este sufrimiento puede tener efectos beneficiosos.

Sin embargo, Pablo está hablando sobre el sufrimiento que viene como consecuencia de cumplir su llamado como apóstol de Jesucristo. Está siendo perseguido por predicar que Jesús es el Cristo, el salvador y Señor a un público hostil, tanto los paganos como los judíos. En 2 Corintios 11 da una lista de calamidades que ha sufrido por Cristo. Él considera que su sufrimiento es legítimo y redentor en sus efectos, precisamente porque sirve para avanzar la causa del Evangelio. Un buen ejemplo moderno sería la Madre Teresa de Calcuta. Cuando empezó su ministerio con los no tocables, el menosprecio que sentía la gente por esta clase de personas caía sobre ella también, pero al final sirvió para avanzar su causa.

Vemos una aplicación equivocada de este concepto cuando alguien busca sufrir como un fin en sí mismo, porque de alguna manera estiman que forma parte del plan de Dios para su vida. O en algunos casos se sienten tan mal sobre su pecado que se niegan cosas, o inflingen dolor o sufrimiento sobre sí mismos, porque creen que de alguna manera esto es similar al sufrimiento de Cristo por el pecado. Esto es la aplicación del esquema de la justicia retributiva de una manera enfermiza. La autoflagelación, por ejemplo, no es un ejemplo de compartir el sufrimiento de Cristo, y de ninguna manera es redentora en sus efectos.

Ahora, volvemos a la respuesta de Jesús a la tragedia de la torre de Siloé.

...antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente (13,5).

Esto suena un poco como Deuteronomio 28, ¿verdad? ¡Compórtate bien o algo parecido te puede pasar! Pero esto no es lo que Jesús quiere decir. Cuando leemos esto en el contexto del evangelio de Lucas, tenemos que verlo a la luz de la proclamación del reinado de Dios.

El arrepentimiento, tanto del individual como de la comunidad, es necesario para que Dios asume el lugar debido en el mundo. Si la gente no vuelve a Dios, perecerá: no porque Dios le está activamente castigando, sino como una consecuencia directa de separarse de Dios. Una vida ego-céntrica que deja Dios al lado, en contraste con una vida centrada en Dios, es una vida desequilibrada y eventualmente trae consecuencias adversas. En otras palabras, la destrucción de que habla Jesús no es el castigo activo de Dios del impenitente, sino la consecuencia natural de su vida egocéntrica, que en el fin es idolatra.

Ahora volvemos a la pregunta original: ¿Qué papel tiene Dios en estas tragedias, si tiene alguno?

Quiero hacer una cosa bien clara. Dios no envía los catástrofes como una forma de castigo o retribución. Esto violaría la esencia de Dios, que es el amor. El mensaje de la cruz no es que Dios aflige a Jesús con el dolor y el sufrimiento en vez de nosotros porque es un pago necesario por el pecado. La esencia de la cruz se encuentra en la Encarnación. En la cruz vemos la plena solidaridad de Dios con la humanidad pecaminosa. Dios asume el pecado en sí mismo. En la cruz Dios justifica por perdonar y restaurar, y no por castigar. Así que podemos deshacernos de la idea de que un terremoto u otra tragedia es un castigo de Dios.

Al contrario, cuando algo de este tipo ocurra, el mensaje de la cruz es la solidaridad de Dios con nuestro dolor y sufrimiento. Dios está con nosotros, y puesto que la justicia de Dios es motivada por el amor y es redentora y restauradora, Dios puede obrar en medio de la tragedia para sacar un beneficio. De esta manera el sufrimiento puede ser redentor; Dios trabajando en medio de la tragedia en solidaridad con nosotros para restaurar. Dios nos acompaña en medio de la experiencia y trabaja para sacar provecho.

En nuestro texto Jesús pregunta:

¿Pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén? (13,4)

La respuesta a esta pregunta retórica es, "¡Por supuesto que no!" Cuando la tragedia cae encima de ti o de un ser querido, no eches la culpa a Dios. ¡Dios ES amor!

En medio de la calamidad, entrégate a Dios; aférrate a Dios con todo tu corazón y descubrirás cómo Dios redime en medio del dolor. Dios, quien da vida a los muertos, puede convertir tu tragedia en provecho. En medio de tu desgracia, encomiéndate a Dios, ¡porque se acerca tu redención! Amén

 

 

1 Citado de Frank Visser, Ken Wilber: O la pasión del pensamiento (Barcelona: Editorial Kairós, 2004), pp. 181-182.



Marcos Abbott
El Escorial, España
E-Mail: marcos.abbott@centroseut.org

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