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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

4° domingo después de Pentecostés, 20.06.2010

Sermón sobre Lucas 7:36-8,3, por Jonathan Navarro

 

Si éste fuera un profeta...

Hay que reconocer que no siempre una invitación a comer es un motivo de alegría. Aunque siempre nos sienta peor ser excluidos de una comida. Muchas veces si nos invitan, malo, si nos dejan fuera, mucho peor. Y otras nos hace verdadera ilusión asistir. Es curioso que después de casi dos mil años la importancia que tiene la comensalidad en los evangelios la sigue teniendo en nuestro mundo mediterráneo.

Nos invitamos a comer entre familiares, en comidas de negocios, colegas, amigos, hermanos en la fe... o nos dejamos de invitar. Hay invitaciones que esperan una respuesta: tratar un asunto, un negocio, una celebración, o una correspondencia con otra invitación...

Realmente no mantenemos la separación de estatus en las comidas tan estrictamente como en el S.I, pero hay separaciones que aun mantienen su vigencia: los gobernantes, presidentes, políticos importantes, grandes empresarios... tienen importantes protocolos para la comida, con quién, cuándo y cómo deben comer, en que puesto deben sentarse a la mesa etc.

Y aunque estos estatus nos puedan parecer algo muy lejano, la plebe, nosotros mismos, también tenemos los nuestros, aunque vigilamos con quien comemos, en nuestra vida privada, no tanto por estatus sino por afinidad.

Es curioso que en el primer siglo un fariseo jamás le negaría la mesa a otro de su mismo estatus, fariseo, escriba o maestro por mal que le cayese, o porque no se llevase bien con él, o no estuviese de acuerdo con sus ideas, el otro simplemente era alguien de su mismo estatus, que mantenía las normas establecidas en su sociedad y por lo tanto era como él mismo, formaban parte del mismo grupo y eso era razón suficiente para compartir la mesa, pasar del espacio público al privado y compartir esa privacidad que les pertenecía a ambos.

Por supuesto esa privacidad de la mesa no podía ser compartida con alguien que no fuera del mismo estatus, en el caso del fariseo está claro que no compartiría su mesa con un publicano, con ninguna mujer, con los pastores, con un samaritano ni por supuesto con un romano.

Nosotros en nuestra cotidianidad hemos transformado esto y somos mucho más abiertos, e incluso nos parecería escandaloso, racista, que alguien no quisiera compartir la mesa con un compañero de trabajo porque es musulmán, aunque entenderíamos perfectamente que no invitásemos a comer a nuestra mesa a aquella compañera que consideramos que es una pelota del jefe. Los motivos de por qué abrimos o cerramos nuestra mesa al otro han cambiado, pero no podemos negar que seguimos ejerciendo siempre que podemos, filtros poderosos para controlar con quien comemos, porque sigue siendo importante con quién compartimos la mesa.

Otros detalles dentro la comida misma también siguen teniendo importancia, la responsabilidad que tenía el anfitrión, quién servía la mesa... en el s.I en las comidas de hombres las mujeres no podían servir, mucho menos participar, sin embargo lo más común en nuestras comidas es que las mujeres ocupen un lugar en la mesa que les permita fácil acceso a la cocina, para servir los alimentos y para poderse llevar los platos sucios. En cambio lo normal será ver al padre en la cabecera de la mesa, al otro lado, lejos de la cocina, presidiendo la comida.

Es gracioso observar en una comida comunitaria cómo se sientan los comensales, a quien intentan tener a su lado y cómo en términos generales, podemos aprender de esta disposición cómo funciona el grupo, hay cosas que no han cambiado tanto.

Para situarnos en el texto de hoy, un maestro, Jesús de Nazaret al que le precede la fama de profeta, es invitado a comer por alguien que cree tener un estatus social, un reconocimiento público, similar: Un fariseo, al que seguramente no le caería bien Jesús, a estas alturas de la historia el fariseo sabría de sobras que este maestro de Nazaret no era nada ortodoxo observando las normas sociales de la comunidad, especialmente por la forma en que este maestro está tratando los temas de pureza y de impureza a la hora de relacionarse con los pecadores.

No hay que olvidar que el supuesto profeta acababa de resucitar a un joven, hijo de una viuda en algún lugar de la frontera entre Galilea y Samaria. Así que hemos de suponer que la curiosidad por ver si realmente es un profeta y el honor que le proporciona a Jesús de Nazaret el número de discípulos que cada día se añaden entre sus seguidores, son motivos suficientes para invitarlo a la mesa, y desde el principio podemos ver que aunque toda la relación es correcta no necesariamente es cordial.

Lucas ya nos ha preparado de antemano acerca de los fariseos: "Pero los fariseos y los intérpretes de la ley rechazaron los propósitos de Dios para con ellos, al no ser bautizados por Juan." (Luke 7:30 LBLA).

Por eso lo primero que me pregunto es ¿por qué Jesús acepta la invitación? Los fariseos ya han rechazado el propósito de Dios, ¿qué sentido tiene establecer relaciones con ellos? Con esos malditos hipócritas, ¡sepulcros blanqueados! Jesús se sube a un cajón, en medio de la plaza y empieza a gritar: "¿A qué, entonces, compararé los hombres de esta generación, y a qué son semejantes? Son semejantes a los muchachos que se sientan en la plaza y se llaman unos a otros, y dicen: "Os tocamos la flauta, y no bailasteis; entonamos endechas, y no llorasteis." Porque ha venido Juan el Bautista, que no come pan, ni bebe vino, y vosotros decís: "Tiene un demonio." Ha venido el Hijo del Hombre, que come y bebe, y decís: "Mirad, un hombre glotón y bebedor de vino, amigo de recaudadores de impuestos y de pecadores." Pero la sabiduría es justificada por todos sus hijos." (Luke 7:31-35 LBLA).

Entonces llega el fariseo y le dice, vamos venga te invito a comer...Lo primero que aprendemos del maestro es que él no tiene grandes reparos a la hora de compartir la mesa ni con los pecadores reconocidos ni con los anónimos, ¿quieres comer conmigo? vamos pues, a ver cómo acaba esto. Cada encuentro es una oportunidad para que el Reino avance, sea con los que están de acuerdo con él sea con los que han rechazado los propósitos de Dios.

En esto aparece una mujer en escena, entra como Pedro por su casa, con un caro perfume y protagoniza lo que seguramente sea la escena más sensual de todo el NT. Tan sensual que lo primero que me ha recordado es a los textos del Cantar, y después leí: "Y ellos le dijeron: Los discípulos de Juan ayunan con frecuencia y hacen oraciones; los de los fariseos también hacen lo mismo, pero los tuyos comen y beben. Entonces Jesús les dijo: ¿Acaso podéis hacer que los acompañantes del novio ayunen mientras el novio está con ellos?" (Luke 5:33-34 LBLA).

Si los discípulos de Jesús son los amigos del novio, Jesús, ¿quién será la novia? ¿quien será la anfitriona del banquete de bodas? La mujer es conocida en la ciudad por ser pecadora, la tradición rápidamente la ha tratado de prostituta, si fuese un varón sería muy macho, siendo mujer es una fresca... lo que demuestra como decía antes que no hemos cambiado tanto.

Pero hablando en serio, si la mujer era conocida en la ciudad por sus pecados, seguramente estaría habituada a frecuentar los lugares públicos, es decir aquellos lugares reservados para los varones, anulando así su virtud de mujer, por lo que no es extraño que se le haya acusado de prostitución, aunque igual era una revolucionaria feminista... Y aquí la mujer, rompiendo todas las convenciones de estatus de la época, otra vez viola un territorio vetado para la mujer, la comida de los varones. La mujer se coloca a los pies de Jesús, es decir como una discípula del maestro, llora sobre los pies de Jesús, los enjuaga con su cabello, unge sus pies con un caro perfume...

¿Y que hace el fariseo? ¿Cómo que no la echa?

El fariseo no piensa ni en tocarla, sería un deshonor responder a la necedad de una mujer, pero el maestro, ese supuesto profeta, ¿cómo permite esta escena? ¿cómo permite que le toque esa mujer pecadora? ¡Está deshonrando toda la casa! Está claro, Jesús de Nazaret no es el profeta que dicen, sino esto no habría pasado en mi casa.

Simón ya ha juzgado a la mujer, no se preocupa de su situación, de qué le ha llevado hasta el punto de transgredir una norma tan obvia, una mujer no puede entrar en una comida de varones. Para el fariseo es simplemente una impureza que se ha colado en su casa y lo está manchando todo, no piensa si esta mujer ha tenido alguna conversación previa con Jesús, simplemente la juzga y la condena como pecadora, mala, transgresora de la ley. Pero la aceptación de Jesús le ofende incluso más que la propia presencia de la pecadora. Y entonces aparece el profeta. Mediante el leguaje indirecto de la parábola el profeta introduce al maestro en un mundo conocido, con un tema que puede comprender y sobre el que la enseñanza de Jesús puede tener coincidencias con la del fariseo: las deudas.

Hoy día quien tenga la suerte de poder cancelar su deuda con el banco con esa simple transacción acaba su relación. Pero en la Palestina de Jesús, no era tan sencillo. La deuda realmente no se puede cancelar ni aun pagando la totalidad del monto ya que en las relaciones de honor entre varones quedaría la demostración de gratitud de forma permanente a la persona que quiso hacer el préstamo ¡Cuanta más gratitud tendrían aquellos a quien se les condonó la deuda que no podían pagar! ¡¡y más todavía al que se le perdonó una cantidad equivalente al sueldo del trabajo de casi dos años!!

Jesús le muestra de forma clara, pedagógica y sin confrontación directa a Simón que la pecadora, la excluida del banquete por mujer y por ecadora, por no pertenecer al estatus social de los sentados a la mesa, esa mesa que no es otra cosa que un micro-cosmos de su sociedad, la sociedad de laexclusión ritual de todos aquellos y todas aquellas que no estaban dentro de los cánones de pureza establecidos, aquellas señora había dado con creces a Jesús el trato que debía dar el anfitrión, el trato que Simón no había sido capaz de dar. Así la que estaba fuera del círculo de los comensales, a los pies de Jesús, pasa al centro, al papel del anfitrión. No sabemos cuánto tenía la mujer que agradecer, desde luego supo demostrarlo con creces, había pasado de ser una impureza a ser rehumanizada, con dignidad propia. En paz y con una nueva vida por delante. Los otros invitados entonces empiezan a preguntarse ¿quién es este que hasta perdona los pecados? Lucas ya ha empezado a explicarlo, y aun seguirá en el relato evangélico, por ahora baste decir que junto con los doce apóstoles muchas mujeres empiezan a ayudar a Jesús a proclamar el Reino de Dios, un Reino que también a ellas las a alcanzado para devolverles su dignidad.

¿Y el fariseo? ¿aprendió algo? Cada uno deberemos dar nuestra propia respuesta. "Un hombre meditaba profundamente la parábola del publicano y el fariseo. Te doy gracias, Señor, dijo con gran devoción, porque no soy un fariseo"...  



Jonathan Navarro
Madrid
E-Mail: jonatan.navarro@gmail.com

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