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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

8° domingo después de Pentecostés , 18.07.2010

Sermón sobre Lucas 10:25-37, por Patricia Cuyatti

La parábola de El Buen Samaritano es bastante conocida por los detalles que el Samaritano realiza a favor del hombre que fue asaltado, golpeado sin piedad y abandonado cuando bajaba camino a Jerusalén. Esta cautivadora narración tiene el motivo de clarificar la comparación que Jesús hace  entre los personajes de la historia y el candente tema: ¿qué hacer para alcanzar la vida eterna?

La pregunta del maestro de la ley inicia con una provocación excelente: ¿Qué hacer? Esta interrogación, elaborada con el fin de provocar una concepción de cómo obtener la vida eterna, no genera en Jesús una respuesta. Como retornándolo a la base de su fe, tradición y cultura Jesús le responde con otra pregunta: ¿Qué está escrito en la ley? Mientras el maestro de la ley responde "Amaras al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo" (27) y trata de justificarse con la necesidad de la explicación sobre ¿Quién es mi prójimo? (29); Jesús le narra una historia inesperada porque el maestro de la ley se reúsa a oír que la vida eterna se vive sabiendo y haciendo lo que la ley dice.

Si bien respondió el maestro de la ley sobre lo que las escrituras afirman respecto a acciones para obtener la vida eterna, entonces Jesús reconoce y felicita su conocimiento. Sin embargo, Jesús lo invitar no solo a saber, sino a ponerla en práctica. Con esta acción, Jesús abre la perspectiva de la fe que está enmarcada en la espiritualidad de saber/creer y vivir lo que las escrituras enseñan. No se trata entonces de ser instruido y de estar al tanto de lo que la ley dice. La espiritualidad evidencia la cercana y la relación con Dios que además implican un poner en práctica aquello que se sabe. En este caso, se trata de amar a Dios con todo el ser y al/la prójimo/a como a uno mismo. Este no es un tema novedoso para el maestro de la ley. El amor al/la prójimo/a, estipulado de diversas maneras en las Escrituras en Hebreo, ha forjado a un pueblo que tiene la costumbre y la práctica y de velar por el bien-estar de quien le es cercano/a o lejano/a. Esta tradición del amor a Dios y al/la prójimo/a es uno de los pilares de la cultura a la cual el maestro de la ley pertenece. Esta tradición abre también una grieta para descubrir el prejuicio de la selectividad; es decir, de definir quién va a ser mi prójimo/a y para destapar la testarudez de pretender no saber quién es el/la prójimo/a evitando así la responsabilidad de amarlo/a como a uno mismo.

Contraria a la pregunta ¿Quién es mi prójimo? Jesús narra una simple historia para revelar que el prójimo no es aquel o aquella a quien, de alguna forma, se posee o se tiene en control. El concepto del/la prójimo/a se descubre al hacerse prójimo/a de quien se espera y de quien no se espera. Primero, no hay lugar para el capricho de selectividad respecto a quien permito que sea mi prójimo/a. La narración trae la clara indicación de que uno tiene la obligación de hacerse prójimo/a.  Segundo, la obligación de amar al/la prójimo/a se basa en el amor a uno/a mismo. Lo relevante es que el tema del prójimo/a nos obliga a pensar en la necesidad de la sanidad y reconciliación personal. Un ponerse en paz, aceptarse personalmente, aprender a amarse es relevante en esta búsqueda de la vida eterna. La concreta acción del amor personal se consolida y se hace genuino en el amor al/la prójimo/a. Sin embargo, la obligación de amar al/la prójimo/a se funda en las raíces del amor de Dios.  El amor de Dios se hace concreto y presente. El amor de Dios está frente al maestro de la ley, dialogando e invitándolo a ir a la fuente del amor, a nutrirse de ella y a retornar ese amor que ha refrescado su ser de manera libre y liberadora. El amor de Dios es la invitación para abrir la sensibilidad a fin de percibir la esperada presencia del Mesías y con él la llegada, en parte, del reino de Dios. Amar a Dios es también la virtud de la aceptación de este Dios que se aproxima y se hace prójimo.

Retornando a la narración, Jesús detalla, contraria a la necesidad del maestro de la ley, el cómo hacerse prójimo/a. En la narración el prójimo es, de manera sorprendente, un Samaritano. Para empezar, quien se va hacer prójimo de un hombre hebreo, golpeado por algunas personas de su propia cultura y abandonado por dos autoridades religiosas cuya prioridad no era amar a su quien sabían es su prójimo. En consecuencia, lo absurdo del argumento del maestro de la ley no está en saber quién es el prójimo; sino en el vivir como prójimo. El que se hace prójimo en el camino, sin siquiera compartir su fe, su tradición y su cultura, sorprende. El que se hace prójimo no se detiene a determinar si este hombre asaltado, golpeado y abandonado ha aprobado el test "eres mi prójimo."

El hacerse prójimo se evidencia en la fluidez del amor. La naturalidad con que el Samaritano atiende al hombre herido, lo lleva a un hospedaje y cubre los costos de su cuidado, alimentación y estadía es porque al verlo siente el dolor y es conmovido y movido a amarlo: cuidar de su recuperación aunque eso implique tocarlo y traspasar las fronteras de ser un extraño y rechazado. El Samaritano se hace cercano al hombre hebreo, se hace familiar, se aproxima en una reveladora expresión de compasión, fe, esperanza y amor. Lo que mueve al Samaritano a hacerse prójimo es el sentir en sí mismo el dolor y considerar una acción concreta: poner en práctica el amor a uno mismo. El resto de las acciones del Samaritano son la consecuencia de la fidelidad al amor. Esas acciones son por tanto sentientes porque sabe del amor y también sabe del dolor/desamor que el hombre hebreo vive. En este sentido, el hacerse prójimo trae un sentido mayor: la reconciliación y la creación de una comunidad que tiene la obligación del amor o la responsabilidad de cruzar barreras para hacerse prójimo/a.

Este domingo nos trae la invitación a repensar el concepto del prójimo pero, más que nada, a repensar como nos hacemos prójimo o prójima de quien lo espera o no. Este domingo es una invitación para, responsablemente, asumir nuestra obligación de evidenciar reconciliación poniendo en práctica las acciones sentientes, acciones que tienen fundamento en el amor de Dios hecho prójimo. ¡Dios les bendiga en esta jornada!

 



Pastorin Dr. Patricia Cuyatti
Chicago
E-Mail: moyavida@hotmail.

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