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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

19º Domingo después de pentecostés, 03.10.2010

Sermón sobre Lucas 16:19-31, por Pedro Kalmbach

 

 

Lectura del texto

Estimada comunidad, muchos seguramente conocen esta historia, la del hombre rico y de Lázaro. El hombre rico que disfrutaba de la vida y de la riqueza. Lázaro en cambio, sentado en el suelo a la puerta de la casa del rico, lleno de llagas, esperaba a que le dieran algunas migajas como para poder saciar su hambre.

Aparentemente estos dos hombres no tenían nada en común. Sin embargo su vidas estaban íntimamente relacionadas.

La vida de Lázaro y de este hombre eran muy cercanas. Ellos compartían el mismo techo, el mismo alimento, incluso la misma religión. Uno estaba del lado de adentro del techo y el otro del lado de afuera. Uno comía en la mesa, rodeado por familiares y seres queridos. El otro estaba sentado en el suelo rodeado de perros que le aliviaban el dolor de las heridas con sus lenguas mientras esperaba ansiosamente por los restos de lo que se comía del otro lado de la pared. De hecho... eran vidas muy cercanas, pero muy distantes a la vez. Era como si cada uno viviera en otro mundo, en otro universo.

Sin embargo, el texto no es del todo explícito. Dice que Lázaro deseaba alimentarse de lo que caía al suelo, pero no dice si Lázaro eligió estar ahí, si alguien lo llevaba todos los días hasta ese lugar, si alguien le traía los restos de comida o si él los buscaba de entre la basura. De todas maneras la realidad es que uno sufre y el otro no sufre; uno desea alimentarse y el otro se alimenta sin importarse por lo que sucedía a su alrededor.

Estimada comunidad, ¿qué habrá querido decir Jesús con este relato?

Detrás de Lázaro y del hombre rico seguramente podemos ver personas de diferentes grupos sociales, de diferentes religiones, de diferentes culturas que ocupan el mismo espacio, que viven en el mismo pueblo, que se cruzan y que conviven pero que al mismo tiempo están separadas por abismos de indiferencia, de amargura, de antipatías, de preconceptos...

Posiblemente el rico entendía a Dios como solemos y preferimos entenderlo y pensarlo la mayoría de las personas. El hecho de que no haya cambiado mucho en su vida a lo largo de varios años probablemente le había dado la ilusión de que su vida estaba siendo bendecida y agraciada por Dios. Ante la constante generosidad a la que estaba expuesto, se convenció que esta se debía a que Dios lo estaba bendiciendo porque estaba yendo por el buen camino y que él mismo era el señor sobre su vida. Según su propia opinión, el rico entendía que tenía el control sobre su propia vida. Con seguridad este buen hombre nunca se hizo la siguiente pregunta: ¿Por qué aquél vive en una situación miserable y yo no? Ni tampoco debe haber reflexionado un poco más profundamente acerca de su vida: ¿Qué hice yo para merecer esta situación privilegiada que me permite disfrutar ilimitadamente de estos placeres? Por el contrario, es muy probable que este hombre haya estado convencido de que la opulencia material de la que disfrutaba era una señal segura de una relación privilegiada que tenía con Dios. Y seguramente se lamentaba y hasta sentía lástima de Lázaro, de ese hombre que tenía que vivir en la miseria por no tener una relación taaan buena con Dios.

Aparentemente estos dos hombres no tenían nada que ver el uno con el otro. Esas vidas parecían pertenecer a mundos totalmente diferentes e irreconciliables. Sin embargo ninguna fuerza de este mundo consiguió acercar la miseria a la riqueza, ambas tan cercanas, tan próximas, separadas tan solo por algunos metros/por una pared. Para Lázaro el abismo era intransponible. Pero también para el rico había un abismo intransponible.

Y entonces surge la pregunta: ¿qué es lo que determina y marca tan profundamente la trayectoria de las personas? Es una pregunta que no tiene respuesta. El propio Jesús dijo: "Pues a los pobres los tendrán siempre entre ustedes" (Mt 26,11; Mc 14,7; Jn 12,8) La convivencia de la opulencia con la miseria lamentablemente acompaña a la humanidad y la desafía permanentemente. ¿Será que el abismo entre la riqueza y la pobreza realmente es intransponible? Pareciera ser que el propio Jesús indicó cuál es la naturaleza de ese abismo, es decir, cuál es en realidad el abismo: el amor al dinero/riquezas. O mejor dicho:

Jesús se preocupa por la relación que las personas tienen y establecen entre sí, o dejan de tener y establecer entre sí a partir de las cosas que tienen o quieren tener. Es así que él afirma: "Nadie puede servir a dos amos, porque odiará a uno y querrá al otro, o será fiel a uno y despreciará al otro. No se puede servir a Dios y a las riquezas." (Mt 6,24) [Es decir, el problema no es el dinero/las riquezas, sino la relación que tenemos con eso]

Y entonces viene la muerte. Para uno quizás algo que ya estaba esperando, para el otro quizás algo sorpresivo. Y aquí se introduce algo nuevo, mejor dicho la muerte establece la existencia de un nuevo concepto: la diferencia entre lo que es pasajero y lo que es definitivo.

Y en ese nuevo escenario, después de la muerte, se repite la extraña situación. Los dos hombres están tan próximos el uno del otro que pueden verse, hablarse y escucharse. Y nuevamente los separa un abismo imposible de pasar. Esta vez es el rico el que desea traspasar el abismo. Pero por más fuertes que son sus deseos, eso no lo puede decidir él.

Jesús pone en boca del rico una palabra que está presente en casi todos los cultos y que el hombre, como buen israelita; conocía muy bien - de las enseñanzas de Moisés y de sus profetas (es decir, de las sagradas escrituras): compasión, eleison. "Padre Abraham, ten compasión de mi." ¿Cómo había interpretado esa palabra -compasión- hasta ese momento a lo largo de su vida? ¿Sabía él que solamente la compasión es lo que traspasa el abismo que separa a Dios de la humanidad? El deseo de Lázaro fue por una migaja de pan. Ahora era por una gota de agua. En vida, el rico tenía/conocía esa palabra que le daba comunión con Dios: compasión. Y es solamente esa palabra que podría haber roto las ilusiones religiosas que lo animaban a pensar que su relación con Dios no necesitaba ser mejorada. Esa palabra le decía -claro, si la hubiera escuchado y hubiese hecho caso de ella- que su situación tan confortable no respondía necesariamente a una buena relación con Dios. Ella le hubiera dicho que ante Dios ni siquiera un Lázaro estaba abandonado por Dios. Pero sus oídos habían estado cerrados para escuchar y entender eso. Estaban tan cerrados que ni siquiera el hecho de que resucitara un muerto hubiera logrado abrirlos para escuchar y entender la palabra compasión. "Si no quieren hacer caso a Moisés y a los profetas, tampoco creerán aunque algún muerto resucite." Amén.



Pastor Pedro Kalmbach
Argentina
E-Mail: pedro_kalmbach@yahoo.com.ar

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