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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

Navidad, 25.12.2010

Sermón sobre Lucas 2:1-20, por Pablo Münter

La navidad es con seguridad la fiesta más linda del año: la iglesia se ilumina con las luces del arbolito navideño, las tradicionales canciones de navidad. Muchas cosas que ya de chiquitos venimos recordando. Es como algo especial en nuestras vidas.

Pero si queremos que sea una gran fiesta, también debemos prepararnos para ella. Cada uno de nosotros estuvo, seguramente, preparándose para esta fiesta: comidas y bebidas; regalos que se consiguieron pensando en los gustos de cada uno de los que lo reciben y el envolverlos para que sea sorpresa; tarjetas con saludos navideños que ya fueron enviados hace rato por correo; la lista de los parientes e invitados que van a venir a compartir nuestra mesa; hasta nos hemos acordado de esos parientes lejanos y conocidos, que sino, los olvidamos durante el resto del año. Hasta nuestras caras y nuestros espíritus se han transformado en alegría a pesar de que hace unas semanas estábamos todos angustiados y preocupados por la situación económico - política de nuestro país.

Nos hemos preparado bien para estas fiestas. Pero ¿alcanza con todas estas preparaciones externas, con todo este trajín, para que sea una verdadera fiesta de Navidad?

¡Seguro que no!

Por eso es que también estamos celebrando hoy en la iglesia. Y en la Iglesia no estamos festejando que pudimos culminar con todos los preparativos para esta fiesta, o que ya vinieron los parientes, ni estamos celebrando la venida de Papa Noel. Ni nos reunimos para agradecer que nos trajeran tal o cual regalo.

Sino que, nos reunimos para otra cosa totalmente diferente. Nos reunimos para celebrar el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, quien es nuestro Salvador.

Estamos invitados también hoy, en medio de esta fiesta, este trajín, a escuchar la palabra de Dios, aquellas palabras de la promesa de salvación. Estamos invitados a cantar junto a los ángeles y pastores: ¡Gloria a Dios en las alturas!

Querida Congregación: esto es una nuez. Un fruto que se suele comer mucho para esta época del año. Una exquisitez. Para saborear este fruto, no podemos metérnosla simplemente en la boca y masticarla. Y menos aun romperla con los dientes para comerla.

Pero como lo que está adentro de este fruto es un deleite muy rico para nuestro paladar, es que optamos por tomarnos el trabajo de abrirla, o de buscarnos alguna herramienta para abrirla y sacar la dura y áspera cáscara de esta nuez.

Pero, ¿qué tiene que ver la navidad con esta nuez? Un montón. No de casualidad encontramos en muchos presentes, en muchos regalos, estas nueces que, seguramente, quieren ser abiertas por quienes la reciben.

Separar la cáscara del contenido no siempre es fácil. Parece que en esta época de navidad se vuelve a entremezclar todo, como si quisiéramos tapar el verdadero contenido, o que está adentro. Así pasa con la navidad. No solo pasa con la navidad, sino con todas las cosas de la vida.

Acá tenemos una nuez dorada (mostrar una nuez envuelta en papel dorado o pintada)

Dorada y brillante. Mucho más presentable que esta otra. Así, envuelta, no se ve ni la cáscara dura, ni el color de la cáscara.

Dorado y brillante como se nos quiere presentar muchas cosas en nuestro tiempo, que nos atraen y nos atrapan, nos envuelven por lo vistoso que son. Nos hacen creer que así es mejor, que si no tenemos así a la nuez, envuelta en pompas, ya no podemos ser felices en nuestras vidas. Y así con muchas cosas.

Pero no pasa esto solo con las cosas que compramos o regalamos, con todo lo que comercialmente se nos quiere vender en esta época de navidad, haciéndonos creer que de esta forma, es la mejor navidad de nuestras vidas.

Sino que, hacemos lo mismo con nuestras propias vidas: con las ansias de buscar un sentido en nuestras vidas, con nuestra esperanza, con nuestro compromiso cristiano, con nuestro medio ambiente, con nuestras actitudes de amor y de respeto...

Todo eso lo envolvemos y le ponemos moño, para que parezca más vistoso y luzca más lindo. Y le agregamos más y más cosas, para no tener que sacar el carozo, el contenido, lo "verdadero", lo que se puede usar de cada una de las cosas. Así vivimos mejor, escondidos detrás de tantas envolturas, papeles, cáscaras que tiene nuestra vida, que no logramos apreciar ni apreciamos lo verdadero, en ese rico pedacito de nosotros mismos.

Nos hacemos más familiar con aquello que está más visible a nuestros ojos, lo exterior, que en tomarnos en trabajo de descubrirnos en nuestro interior, en el carozo mismo de nosotros.

Otra imagen que podemos usar es aquella cuando alguien recibe de regalo una caja enorme y se pone muy contento. Lo grande y exagerado alegra más el corazón, porque el regalo entra por los ojos. Abre la caja y descubre que adentro hay una caja más chiquita. Abra esta segunda caja y encuentra una más chica aún... hasta que descubre que el verdadero regalo estaba en una caja muy chiquita recubierta de muchas cajas con brillantes colores. Nos habíamos puesto contentos con algo tan grande y resulta que fuimos sorprendidos con algo tan pequeño.

Quizá somos de esas personas que nos conformamos fácilmente con la primera impresión de las cosas porque es más fácil que tomarse el trabajo y la paciencia de investigar que hay detrás de lo que se nos ofrece: en la vida cotidiana, en la televisión, en las cosas materiales, en los valores humanos.

Sin embargo no debemos abandonar esa espera paciente, esa ansiedad por saber lo que realmente hay adentro de la cáscara dura de las cosas de la vida.

Sin duda, el texto, la historia de Navidad, nos conduce al centro mismo de la cuestión. El niño querido y esperado, es acostado cariñosamente en un pesebre, junto a todos los animales así como se nos cuenta en las leyendas de navidad. Ya esa imagen de ternura y de amor nos debería sacudir nuestra indiferencia ante tantos niños que año tras año, día tras día, son abandonados por sus padres o no reciben ese amor que recibió el niño Jesús. Esa historia nos invita en estos tiempos de Navidad a empacharnos de gestos de amor y de afectos para con nuestros seres queridos, para con los niños abandonados y maltratados.

O si queremos sacar esa cáscara dura que nos repele y salir de lo que parece lo acostumbrado de esta historia: José y María, una pareja en peregrinaje, sin una vivienda propia, quizá unos okupas en Belén. Uno podría estar pensando en que son irresponsables: en una situación así de pobreza todavía agrandar la familia... y tan jóvenes... sin un futuro seguro. En vez de tener todo el ajuar de bebe ya pronto, cochecito, cuna y moisés... le dan al niño un pesebre, un comedero de animales. Hoy nos preocuparía, más que solucionar los problemas de vivienda, todos los riesgos que eso trae consigo.

Vivir puede ser algo muy duro. Sobrevivir no es siempre lo más fácil. Pero no obstante a este niño no le ha faltado lo más importante, el amor de sus padres.

El envoltorio más común y corriente hubiera sido abandonar al niño y evitarse un montón de problemas. Dejarlo en la puerta de alguna iglesia, o en una bolsa de residuos, como uno escucha muchas veces que pasa en las grandes ciudades. O venderlo a algún país extranjero para hacerse de unos pesos.

Seguramente José y María estaban muy preocupados por la llegada de este niño. La angustia de no poder celebrar este nacimiento con los más allegados, en la mejor de las clínicas... con toda la atención medica del caso.

Vayamos más a fondo... La esencia de la navidad, el carozo de la Buena Noticia, el motivo por el cual hay celebramos todavía la Navidad se puede encontrar en un versículo del Evangelio de Juan: Jesucristo es la luz del mundo. Esa luz iluminará las tinieblas.

Querida comunidad: de ese pesebre sale la luz del mundo. Quien se encuentra con Jesús en esta navidad, transforma su vida en luz, en claridad. Ese experimenta alegría y ánimo de servir a Dios.

Después de experimentar esto, de encontrarnos con Jesús en el pesebre, podemos experimentar que cada uno de nosotros es invitado por Cristo para recibir luz en sus vidas. Dios nos regala a su hijo, y con él nos regala a cada uno el carozo para nuestras vidas, el sentido a la vida: la luz. Con la luz de Cristo no necesitamos "envolver" nuestra vida con pompas exteriores.

Y somos invitados y desafiados a llevar esa luz al exterior del templo. Llevarla a cada hogar. Quizá hasta podamos simbólicamente encender una vela en nuestros hogares y tenerla encendida como símbolo de que Jesús nació en nuestra vida y quiere ser luz en nuestro hogar. Y o regalarla a alguien que necesita un poco de luz en su vida:

A aquellos que siguen encerrados en sus envoltorios externos sin entender el verdadero sentido de la navidad.

A la gente mayor, que está sola y está esperando alguna visita...

A los enfermos, a los tristes, a los que no encuentran sentido a sus vidas...

A los que están cansados de la vida, de sus trabajos, de sus problemas, a los que están cansados de luchar.

Pero sobre todo, regalémonos esa luz a nosotros mismos, para encontrar en ese niño que hoy está en el pesebre, una señal, una muestra de lo que es amar y servir a Dios, siguiendo las enseñanzas que Él nos dejó, practicando un poco más el amor, la hermandad, la comprensión y el sentido de comunidad.

Lo verdadero, lo correcto de la Navidad es que Cristo vino al mundo para darnos una esperanza, un aliento, una fortaleza y no solo un momento de festejos y nada más. Navidad, tiempo de esperanza y de aliento, debería ser todo el año, en todo momento deberíamos tener presente ese regalo de Dios y mantener firme la esperanza.

De esta forma estaremos comprendiendo y transmitiendo el verdadero sentido, el carozo de la navidad. Regalarles a otros un poco de alegría y un poco de amor, es el carozo, el verdadero sentido de este pesebre. Lo demás es un envoltorio dorado que nos quiere distraer del verdadero mensaje de navidad.

Llevemos a nuestro hogar ese regalo de esperanza que nace en el pesebre y celebremos verdaderamente una navidad en nuestro corazón.

Amén



Pablo Münter
Santo Domingo, provincia de Santa FE, Argentina
E-Mail: munterpablo@gmail.com

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