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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

4. domingo después de Epifanía, 30.01.2011

Sermón sobre Mateo 5:1-12, por Carlos Silva

La felicidad, una experiencia interior

¿Qué dice el texto? Jesús llama felices a quienes humanamente parecen no serlo: los pobres, los que sufren, los perseguidos, etc.

¿Qué nos dice el texto? La felicidad es una meta universal; todos deseamos ser felices. Hay diferentes propuestas y proyectos de felicidad; existen distintas acentuaciones -muchas veces meramente humana- cuando nos plateamos el tema. La pregunta central es: ¿cúal es la felicidad verdadera?, ¿cómo alcanzarla?, ¿cómo mantenerla?

Partimos de una experiencia particular: nunca se da la felicidad completa; las situaciones cambian. La felicidad que traen las cosas materiales, pasa. La felicidad que encontramos en un acontecimiento tampoco es permanente y puede variar cuando el objeto es una persona. Ciertamente, para cada uno la felicidad tiene nombres y rostros concretos: la esposa, el esposo, los hijos, los amigos, etc.

Para los cristianos, la felicidad es una persona: Jesucristo y es un estilo de vida: el suyo. Él es la felicidad permanente porque es eterno. Jesucristo da sentido e integra todas las dimensiones de lo humano hacia la felicidad. Él vence las felicidades efímeras como el alimento excesivo, la droga, el alcohol o ciertas diversiones. La felicidad verdadera es un estado de vida, es un estilo de vida, el de Jesucristo. No es solo sonreír; tampoco es algo exterior. La verdadera felicidad es una experiencia interior. Por ello, pensamos que la felicidad no es una cosa, sino una persona.

¿En qué consistió la felicidad de Jesús? En hacernos partícipes del Reino, cumpliendo la voluntad del Padre. Dios quiere que todos seamos felices; quiere que seamos permanentemente felices. Eso es el Reino. Por eso, la vida de Jesús consistió en integrar al Reino y a sus frutos de perdón, salud, alegría, compasión, justicia, etc., a los hombres y mujeres de su época. Desde Jesús, la felicidad es un derecho y un deber también para nosotros.

Las bienaventuranzas son un código de felicidad. Es el discurso inaugural de Jesús; es una nueva formulación de los mandamientos. No solo valora lo moral, es decir, hacer o no hacer algo, es un código que tiene en cuenta estados de vida como ser sufrido o ser pobre; además, tiene en cuenta las actitudes. Es el Proyecto de vida de Jesús para la humanidad.

El contexto geográfico es un monte junto al mar, rodeado de plantíos. El contexto histórico es el comienzo de la predicación. Jesús busca animar al pueblo a vivir una ley más perfecta. El capítulo siguiente indica cómo cumplir los mandamientos. En general, habla de desprendimiento-indiferencia-libertad ante riquezas y nuevas relaciones humanas para entrar en el Reino; supone optar por hacer obras. Incluso los marginados son bendecidos desde una colina próxima a Cafarnaúm. Reflexionemos cada bienaventuranza.

1) Felices son los pobres de espíritu. Se refiere a los que carecen de bienes materiales y a los que, por necesitar de Dios, se presentan ante Él y los demás con corazón humilde. De ellos es el Reino (v 3). Una buena traducción sería: dichosos los que eligen ser pobres. Los que atesoran riquezas y creen que no están apegadas a ellas, no son pobres; sí lo son aquellos que han optado por la pobreza evangélica, pues sólo ellos tienen a Dios por Señor. Con la renuncia a los bienes se demuestra que Dios reina sobre cada uno, por eso, la pobreza también es una opción.

Resulta difícil entender por qué Jesús llama dichosos a los pobres. La palabra "dichoso" o bienaventurado se usa en la Biblia en relación con todo lo que hace feliz al ser humano: riquezas, honores o numerosa descendencia... El pobre, injustamente reducido a la miseria, es el que con más facilidad pone su confianza en Dios. La expresión "pobres de espíritu" ha sido con frecuencia mal interpretada pues, espíritu, aplicado a Dios, denota su actividad creadora; en el ser humano es un impulso interior que lo estimula a la acción. Por eso, una buena traducción sería: felices los que optan por vivir radicalmente necesitados de Dios. Esta bienaventuranza no va, evidentemente, dirigida a los que atesoran riquezas y creen no necesitar de nada ni nadie. Jesús proclama felices a los pobres e invita a un compromiso contra aquello que provoca la pobreza.

Felices son los mansos, es decir, los humildes; algunas veces, mansos es traducido como humildes. Así entendida, sería una continuación de la anterior y dejaría en 7 -número perfecto- las bienaventuranzas. Nos adherimos a ésta propuesta. La mansedumbre o humildad es una actitud necesaria para entrar en un estado de felicidad. Ellos tendrán la tierra por herencia. Sólo los pobres de espíritu y los humildes permanecerán en el recuerdo de este mundo.

2) Felices son los que lloran, los que sufren, pues serán consolados. Para comprender la bienaventuranza partimos de una constatación: los que han sufrido son, en general, los más maduros; los que sufren son más sensibles al prójimo, son más solidarios pues confían más. Reconocen, pues, que Dios es y da consuelo. Jesús nos invita, así, a tomar el sufrimiento como camino de encuentro con Dios, purificación y crecimiento.

  1. Felices son los que tienen hambre y sed de justicia. Ellos son los seguidores o discípulos del Justo, Jesucristo. Son felices los que tienen hambre y sed de Jesucristo y de su Justicia, que incluye tanto lo humano como lo sobrenatural; ellos serán saciados y colmados. No siempre son bien aceptados quienes buscan la justicia; el mundo corrupto tampoco comprende a los justos, sin embargo, el trabajo por la justicia es propio de los discípulos de Jesucristo.

  1. Felices son los misericordiosos porque encontrarán misericordia. Dios es misericordia pues pone su corazón en la miseria humana. Quienes se abren a Dios y su misericordia serán saciados de ella. Quienes han experimentado misericordia son ministros y servidores de esa experiencia. La misericordia une y establece una nueva forma de relación entre las personas.

  1. Felices son los limpios de corazón, es decir, los que obran sin suciedad, doblez o corrupción exterior e interior; felices son, pues, los que son transparentes, sinceros, veraces y actúan sin falsedades. Ellos verán a Dios.

6) Felices son los que trabajan por la paz; no por la paz de las tumbas, sino por la tensa paz de los que luchan por la causa de Dios. Quienes tienen y tengan un corazón en paz, sereno y en armonía, serán llamados y vivirán como hijos de Dios.

7) Felices son quienes sufren persecución por causa de la justicia y trabajan por la paz o la justicia, pues de ellos es el Reino de Dios.

El tema del Reino abre y cierra las bienaventuranzas; aparece tanto en la primera como en la última de las bienaventuranzas. El Reino es Jesucristo. Su rostro entre nosotros son: los injuriados, los tratados injustamente, los perseguidos, los calumniados, los que sufran mentiras. Ellos, por ser parte del Reino, tendrán la recompensa que es el Reino mismo. Tal participación supone sufrimiento, y a veces muerte. También los profetas dieron la vida por ser fieles a Dios. Los discípulos de Jesús son sucesores de los profetas; también nosotros lo somos, por eso, Jesús termina diciendo: alégrense, llénense de gozo. Los nuevos profetas son llamados felices por Jesús.

Para la reflexión:

¿Qué modelos de felicidad tengo?

¿Qué personas reconozco como felices?

¿Qué fue la felicidad, por ejemplo, para Teresa de Calcuta?

¿Cuál es mi idea de felicidad?

¿Que acentos nuevos he de adoptar?

Para liberar a la humanidad, los cristianos tendríamos que poner en práctica cada una de las bienaventuranzas.

¿Qué le decimos a Dios? En primer lugar, le pedimos que el Espíritu nos permita hacer nuestras las bienaventuranzas y buscar la felicidad desde el estilo de Jesús. Terminamos la oración diciendo: Señor de la Felicidad, te pedimos un corazón humilde y sincero, para ser discípulos del que es Justo, Misericordioso y Pacífico. Danos el tener y establecer relaciones pacificadoras, que generen paz. Sepáranos de las falsas felicidades, de las que vienen de las riquezas, de una numerosa descendencia, de los honores, de una larga vida, etc. Danos el aprender a depender de la generosidad de otros y, especialmente, de Dios. Déjanos poner siempre nuestra confianza en Dios. Nos comprometemos a construir una sociedad alternativa.



Pastor Carlos Silva
Uruguay
E-Mail: carlossilva54@hotmail.com

Bemerkung:
(De “Palabras desde el silencio”, Carlos Silva (2005)


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