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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

2º Domingo después de Pentecostés, 10.06.2007

Sermón sobre Lukas 7:1-10, por Cristina Inogés

 

Hermanos: ¡Qué el Señor ilumine su rostro sobre nosotros!

Como sabéis nunca he ocultado mi condición de católica y los católicos antes de pasar a comulgar repetimos las palabras del centurión en versión de Mateo Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero di una sola palabra y mi criado quedará sano (8,8). Nosotros cambiamos el final "...y mi alma quedará sana".

La versión de Lucas que leemos hoy nos da un dato importante. El centurión envía a unos ancianos de los judíos (v.3). El centurión romano, ¿relacionándose con unos judíos hasta el punto de servirse de ellos para llegar a Jesús?

Para el centurión la vida de su criado es importante; probablemente fuera más amigo y confidente que criado. El centurión que ante cualquier situación impone su voluntad, aún por la fuerza, se ve impotente ante la enfermedad. En este momento aparecen las preguntas sobre la razón de la enfermedad, del sufrimiento, de la vida y su sentido. Ante la situación este hombre acepta su límite y su flaqueza, su impotencia y necesidad de los otros. No se resigna ante la situación, y pese a venir de un mundo de altares llenos de dioses, de un mundo religioso, el centurión se dirige, a través de unos enviados, a aquel de quien ha oído que es el Señor de la vida. Decidido, educado, valiente, pero sobre todo lleno de humildad y confianza. A este gesto la Biblia lo llama fe.

La petición del centurión nace del dolor que siente ante la realidad de la enfermedad. Y se arriesga por su criado-amigo. Como pagano no tiene ningún derecho a dirigirse a un judío, ni siquiera a través de otros judíos. Y actuó estupendamente bien, porque ante la enfermedad, quien sufre no es un judío, o un romano, o un griego, o un cretense, o un protestante o un católico. El sufrimiento lo padece un ser humano. El dolor y el sufrimiento es lo que más relativiza las diferencias y las fronteras que habitualmente marcamos de manera férrea. La realidad de la enfermedad y del sufrimiento que conlleva deja muy claro que lo más importante es la persona. Cuando se trata de la persona, los límites se hacen cuestionables, superfluos y relativos. ¿No se saltó también, todos los límites, la mujer cananea por procurar la sanación de su hija? La resignación hubiera sido la peor reacción.

Para el centurión las personas eran lo más importante, lo demostró al ayudarles a construir la sinagoga. La acción del centurión es toda una lección de humildad de la que bien podríamos aprender.

Con un poco de imaginación (y creo que acercándonos bastante a la realidad), podríamos reconstruir el final de la historia. El relato dice que los enviados regresaron y se encontraron al criado sano, pero nada nos impide pensar que Jesús no llegara a entrar en la casa.

Jesús entraría con toda normalidad y el centurión se quedaría sorprendido y, probablemente sin decir una sola palabra, solo con la mirada, le diría a Jesús que no había querido ser pasivo, ni pasarse la vida lamentándose por lo que hubiera tenido que hacer y no había hecho, que quería esforzarse por hacer en la vida lo que podía y debía hacer que en este caso era pedir ayuda, que quería mostrarle lo que no podía cambiar, lo que le preocupaba, que quería su ayuda. Le mostraría a Jesús toda su confianza y Jesús probablemente sonreiría y le miraría con toda la ternura del mundo.

Para nosotros la actitud del centurión nos plantea una cuestión fundamental: ¿vivimos en el miedo, no hacemos lo que debemos y nos abandonamos a la debilidad, o vivimos en la confianza y hacemos lo que está en nuestras manos salvando las diferencias que tan férreamente nos marcamos, como miembros de diferentes confesiones o simplemente como seres humanos?

Analicemos nuestras reacciones ante ciertas realidades y respondamos con el corazón y desde una percepción ecuménica del texto: ¿Todavía crees que somos diferentes?



Cristina Inogés
Zaragoza
E-Mail: crisinog@telefonica.net

Zusätzliche Medien:
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