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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

Domingo de Ramos, 17.04.2011

Sermón sobre Mateo 21:1-11, por Patricia Cuyatti

 

Domingo de Ramos es una de las fiestas que de manera entusiasta y animada se celebra en la mayoría de los pueblos y ciudades de nuestros países en Latinoamérica. Si bien Miércoles de Ceniza había marcado la entrada a todo un proceso de meditación sobre nuestro ser personal y nuestras relaciones con el/la prójimo/a a fin de renovar relaciones y fortalecernos en un proceso reconciliatorio y de mutuo perdón, Domingo de Ramos es la puerta de entrada a vivir en fe aún en medio de situaciones críticas y de dificultades.

El contexto de la entrada de Jesús en Jerusalén está marcado por tensiones y dudas. No sólo a lo largo de su ministerio Jesús había sido desafiado a dejar de proclamar las buenas noticias de que Dios mismo se había acercado a los que más necesitaban. Cuando el ministerio de amor y esperanza de Jesús invitaba a creer y vivir una vida diferente, Jesús había sido acusado de pecador, insano, de romper la ley del día de descanso, entre otras acusaciones. Sin embargo, la crisis del contexto en el que Jesús actúa es mayor.

En medio de la pobreza y de una sociedad marcada por desigualdades, la arrogancia por cumplir la ley como la letra lo indica desvirtúa el sentido de la ley misma y deja de lado el precepto de amar. En medio de un estado gobernado por el Imperio que promueve esclavitud, la impertinencia de querer determinar el pecado y al pecador en el rostro y la persona que sufre profundiza aún más el dolor. En medio de las diferencias sociales que lastima, la intolerancia frente a la necesidad del pobre, la viuda y los/as huérfanos hace que la esperanza no tenga sentido y se pierda el mensaje esperanzador y profético que tanto se había profundizado y trabajado a la espera del Mesías.

Jesús recupera un mensaje diferente y profetiza con acciones concretas de amor y compasión. El ministerio de acompañamiento y empoderamiento que Jesús desarrolla se torna inoportuno para unos y oportuno para otros/as. Lo concreto de las imágenes de la luz y el agua habían promovido una relación de confianza y refrescante, de cercanía renovadora, y esperanza en quienes habían experimentado la concreción de la gracia divina y habían proclamado creer en Dios, en el Dios que frente a ellos y ellas estaba actuando.

En la certeza de confirmar esa fe y de moverlos a vivir pendiendo de ella, Jesús tendrá que entrar a Jerusalén de manera humilde y a la vez triunfal. No hay contradicción en esta llegada, lo glorioso y dócil se conjuga de forma ingeniosa tanto que la forma sirve para afirmar que quien ha llegado es Dios al servicio de su pueblo. Jesús ha desarrollado un ministerio apasionado por la vida y en esa pasión está abierto a entregarse completamente. La entrada en Jerusalén tiene una visión mayor. Se trata de afirmar en sus seguidores y seguidoras la fe. Fe que puede mover lo inesperado, fe que lleva al reconocimiento de Dios, fe que relaciona y renueva, fe que en humildad cambia situaciones de muerte, fe que convierte a quien resiste aceptar al hermano y hermana, fe que lleva a reconocer y glorificar a Dios humilde que se hace majestuoso porque sirve y dignifica.

La fe establecida desde y en relación se funda en la profundidad de entender con el corazón y la razón que Dios está entre nosotros y nosotras. A pesar de la crisis económica global que hoy divide a muchos países y continúa dividiendo a su pueblo entre ricos y pobres, que incrementa la diferencia entre lo privado y lo público, que acelera la división mediada por el individualismo, que sustenta relaciones desiguales la llegada de Dios humilde pero glorioso nos confirma que vivir en comunión y comunidad todavía se basa y funda en la opción de fe del seguimiento y en el abrazar el ministerio de servicio diaconal profético. Es el profeta que estaba siendo reconocido en Jerusalén y hoy es el ministerio profético que inspirado y alentado por la Sabiduría divina nos mueve a seguir reconociendo y creyendo en Dios.

En concreto, la alabanza que los y las discípulas otorgan a Jesús hoy se refleja en el compromiso de vivir nuestra fe mediante acciones que ofrezcan alabanza a Dios. El compromiso de reconciliación frente a las divisiones no ha perdido sentido. Estamos llamados y llamadas a renovar nuestras relaciones encontrando en el rostro ajeno la imagen de Dios. La invitación de humilde fe es el impulso para afirmar nuestra identidad cristiana sin minimizar la identidad que sea diferente a la nuestra. La glorificación de Dios humilde se hace posible con el concreto envolvimiento en causas que promuevan y provoquen comunicación respetuosa y viable. Hay mucho más por contextualizar, pero estas pautas planteadas son para que demos fe y proclamemos que Jesús es el profeta de Nazaret que continúa inspirando y moviendo, mediante concretas acciones de fe, a alabarlo a darle reconocimiento. En este accionar y en esta confianza Dios nos encuentre y continúe bendiciendo.

Amén.



Patricia Cuyatti
Perú
E-Mail: moyavida@hotmail.com

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