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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

10 Domingo después de Pentecostés, 21.08.2011

Sermón sobre Mateo 16,13-20 16:13-20, por Fabian Paré

¿Dónde está el cielo?, ¿Quién es Jesús?, ¿Cuál es el límite del poder de la muerte?, ¿Dónde y sobre qué se edifica la Iglesia?  Muchas preguntas que pueden tener una variedad de respuestas.  El relato de hoy nos da algunos elementos para pensar algo de las repuestas, pero necesitamos elementos que están más allá del relato para evitar confusiones que nos lleven a malinterpretaciones. Antes que nada hay que tener en cuenta que este juego de palabras que hace Jesús con ‘Pedro y piedra’ (petros y petra), no hace referencia a que la Iglesia se construya sobre Pedro ni sobre ningún otro ser humano, como el mismo apóstol lo esclarece en 1ª Pedro 2,4-8, dejando claro que la piedra fundamental es Cristo (ver también en Efesios 2,20-22).  Sabemos que la tendencia humana no puede dejar de ser humana, y que es un trabajo constante relativizar esta tendencia desde la fe cristiana, es decir, relativizar el odio, rencor, intolerancia, violencia, desde el perdón, amor, comprensión, aceptación.  La Iglesia no puede construirse desde la base humana, dado que el amor, la comprensión, el perdón, etc. del ser humano, son condicionales; la Iglesia debe construirse sobre una base que vaya más allá de cualquier persona o grupo humano y sus intereses (que siempre van a ser parciales-injustos), y ese más allá Dios lo cristaliza en Jesucristo, el cielo se acerca a nosotros en Cristo.

Es importante tener en cuenta esta tendencia que tenemos como humanos, dado que fácilmente se pueden dar condiciones para abusar de los espacios de autoridad y poder, olvidando que la razón de ocupar estos espacios es para servicio a los demás y no para servirme yo, y/o mi grupo.  Es común en la tenencia humana el ejercicio de crear las condiciones para ‘servirme’ junto a mi grupo, organizaciones o instituciones modelan un estilo de convivencia en el que es difícil ocultar esta manera de ‘sobrevivir’ en la convivencia social.  Es en medio de esa convivencia social que el cielo -que habita Dios- se ha acercado en Cristo, y construye algo.  Se edifica algo que va más allá del interés particular y temporal que tenemos en este mundo; y nos hace parte, nos involucra dándonos la oportunidad de comprendernos de una manera más vital, para relacionarnos desde los intereses de Dios, y valorar la vida más allá de nuestra propia muerte.  Al creer que con la muerte se acaba todo, es suficiente justificativo para sostener una convivencia basada en intereses sectoriales, y -como siempre- estos intereses buscarán someter o condicionar a los sectores que no se sometan a su voluntad. Podemos percibir que este ‘reino de muerte’ se cristaliza en las discordias y divisiones produciendo quebranto, dolor y vacíos donde la soledad se instala como una sensación normal que amplía un desierto de afectos genuinos, logrando que la apariencia sea la determinante de alegrías y tristezas.  Es en medio de esto, lugar del que nadie puede escapar, que Cristo se vuelve el fundamento de una realidad nueva, una realidad que traspasa la apariencia, desestructurando lo normal, transformando la soledad en compañía, sanando el dolor y el quebranto, restaurando lo que sufrió divisiones, logrando acuerdo y comprensión, esto no solo es el reino de Dios entre nosotros/as, es también la confesión de fe que hoy seguimos manifestando en medio de las realidades que nos toca vivir.  Confesamos a Cristo mientras nos hacemos parte de la labor de este fundamento cristiano que hace todas las cosas-realidades nuevas.

Edificar esto no resulta nada sencillo, dado que así como lo pide Jesús, debemos renunciar a nosotros/as mismos/as, no abandonando nuestras tareas y lo que hace a nuestras vidas, sino dejando que Cristo las haga nuevas.  Se pueden hacer nuevas todas las cosas si nos predisponemos a brindar amor donde haya odio, perdón donde haya ofensas, unión donde haya discordias, esperanza donde haya desilusión, alegría donde haya tristeza, al igual que perdón, consuelo, conciencia donde falten; así -como lo dice la oración de San Francisco- podremos ser instrumentos de la paz de Dios, en términos de Pedro: piedras vivas, y en términos de San Pablo escribiendo a los Efesios: un Templo santo, una morada de Dios en el Espíritu.

Ser parte de esta edificación, nos hace parte de una vida que trasciende la muerte, una vida que nos involucra con aquello que transforma la soledad y lo que deviene de ella, llevándonos más allá de los límites con los que la muerte pretende cercar nuestras realidades.



Fabian Paré

E-Mail: fabianpare@gmail.com

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