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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

14° Domingo de Trinidad, 18.09.2011

Sermón sobre Mateo 20:1-16, por Pablo Munter

El Señor es justo en sus caminos y bondadoso en sus acciones.

El Señor está cerca de los que lo invocan con sinceridad.

…..

A veces es difícil de discernir si algo que recibimos sea un pago, un agradecimiento, un regalo, o incluso un soborno.

Por ejemplo, cuando le damos un par de monedas a un niño cuidando autos en la calleo en los semáforos:

• Le estamos pagando por su trabajo de vigilancia, o

• Le estamos regalando algo porque tiene necesidad, o

• Lo sobornamos para que el no haga nada malo a tu auto.

Incluso es algo parecido con algunos trabajadores porque es difícil decir que merecen lo que reciben. La misma discusión podemos hacer con los  “planes” de ayuda social u otros beneficios que si bien no es la solución a un problema de falta trabajo, al menos ayuda a que no haya tanta delincuencia. Y todos sabemos que hay un sistema de injusticia detrás de esto que para lo único que ayuda es para acumular votos en las elecciones.

En todas estas cuestiones siempre podemos tener varios puntos de vista diferentes y lo que para unos es justicia para otros es lo contrario. Y queda bien claro en este texto que el único que puede hacer justicia verdadera es Dios, no el ser humano.

Es interesante ver que esta rivalidad o esta realidad de una clase obrera marginada, esperando en la plaza a que alguien le de trabajo no es una exclusividad argentina, sino que habla de una realidad sociopolítica a nivel mundial.

Esa confusión que nos genera la realidad en la que vivimos, a la que algunos ven como justa y otros ven como injusta, es la misma confusión que tenemos en nuestra relación con Dios. Pensamos que el trabajo que hacemos por el Señor nos hace merecedor de la salvación. Tendemos a creer que merecemos la salvación que nos ha dado, mucho más que otros que de ninguna forma la merecen. Nosotros queremos ser  los que  determinamos quien entra y quien no entra al Reino de Dios.

Comenzamos a compararnos con otros pensando que debe haber ya todo un tesoro esperándonos en el cielo, porque llevamos años caminando con el Señor, desde la cuna prácticamente y podemos incluso caer en la tentación de imaginar ya una jubilación celestial generosa que nos garantice un buen pasar celestial.

Así pensaba el pueblo de Dios, los judíos. Desde los comienzos de la humanidad ellos seguían a Dios y su promesa de un reino eterno. Y ahora, con Jesús hay una nueva propuesta: ese Reino de Dios es para toda la humanidad. No solo para ellos que desde el comienzo eran los elegidos por Dios, sino que en el plan de Jesús se incluye a todos, absolutamente a todos.

¿Y como es posible que ellos, los no creyentes, o los que recién empiezan a conocer a Dios reciban lo mismo que nosotros que desde siempre fuimos creyentes? ¿O que aquel que nunca viene a la iglesia o no hace nada por ella también reciba lo mismo?

Si miramos unos versículos anteriores nos encontramos con la historia en la que un joven rico se acerca a Jesús y le plantea el tema del seguimiento. A lo que Jesús le dice que hay que desprenderse de las ataduras de la riqueza para seguir a Dios. Hay que dejar de pensar solo en lo material para entender lo espiritual. Lo material nos lleva al egoísmo, a pensar solamente en mí, en cambio lo espiritual nos lleva a pensar  en “nosotros”.

Luego la pregunta de Pedro: ¿y nosotros que dejamos todo por seguirte, cual va a ser nuestro premio? Y es ahí donde Jesús dice: Hay un costo en seguir a Dios – no hay un pago por seguirlo. Jesús enseña a sus discípulos que es costoso seguirlo a él. Muchas veces significa sacrificios significativos, dejando atrás “casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o terrenos”. Dejar de lado el ego, el pensar en uno mismo. Y esa es la gran paradoja de la fe. Si bien la salvación es individual, no lo es la responsabilidad de la salvación.

Si la casa es más importante que Jesús, debemos dejarlo. Jesús dice ahí donde están tus pensamientos, estará tu corazón. O ahí donde esta tu corazón estará tu acción. Es decir, ahí donde ponemos las prioridades de la vida, ahí va a estar orientada toda nuestra existencia. “todo el que por mi causa haya dejado” estas cosas “recibirá cien veces más y heredará la vida eterna”.

El efecto será que muchos que por causa del evangelio han sido los últimos en esta vida en términos de riquezas y lujos, serán primeros en el reino de Dios.

Y acá está el gran peligro de la mente humana: siempre buscamos ser los primeros, siempre nos gusta “figurar”, “que todos hablen de mi” (bien, obviamente), estar en la lista de los mejores... y esto trae ambición y envidia. 

Jesús da vuelta este esquema y lo pone “patas para arriba”. Lo que único que es claro es que hay un costo y que es el mismo para todos: dejar todo para seguir a Cristo. También es claro que todos recibiremos algo a cambio: el Reino de Dios. Un Reino donde no habrá competencia ni envidia, no habrá mejores ni peores, no habrá quienes “tienen más” y “quienes no tienen nada”. Porque así no se maneja el esquema del Reino de Dios.  Al contrario, en el Reino va a haber alegría por cada uno que se gana la entrada.

A veces, las circunstancias de la vida hacen que uno no esté cerca de Dios por un periodo de tiempo y que vuelva o se acerque a él en el caminar de la vida. Para ellos también va a haber una recompensa en el Reino de Dios.  Acá el acento está en el aceptar a Jesús como su salvador, sea en el momento que sea.

En la parábola, el propietario dio instrucciones de comenzar pagando primeramente a los últimos, y a cada uno un denario sin importar cuanto tiempo haya sido útil con su trabajo. El pago, si es que lo podemos llamar un pago, es el mismo para todos. Esa gratitud es la vida eterna. No hay grados de eternidad. O se entra en ella o no se entra en ella. No hay “salvados de primera clase” y “salvados de clase turista”.

Es lo que Pablo afirma en la carta a los romanos:

“Porque la paga del pecado es muerte, mientras que la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor”. Rm 6:23.

Es mejor llamarlo un regalo porque ninguno realmente lo merece o lo ha ganado. Habrá personas que a la última hora de su vida se arrepentirán y creerán en el evangelio y recibirán la vida eterna por la gracia de Dios.

Fue así con el ladrón que murió en la cruz a lado de Jesús. Jesús pudo decirle “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso” , Jesús no le dijo, “no has trabajado nada para merecértelo”. Desde nuestra lógica humana, diríamos: “¿Justo ese, que fue un ladrón y un corrupto toda su vida?”. Desde la lógica de Dios “Todo aquel que crea en el Hijo de Dios será salvo” (Juan 3:16). Jesús conocía su corazón y habrá sentido que realmente estaba arrepentido.

Pero la mente humana sigue sin comprender: Viendo como los demás recibieron más de lo que correspondía, los primeros comenzaban a imaginar un pago mayor, porque el propietario tendrá que pagarlos más por todo lo que habían sufrido durante el día, por todo lo que habían sufrido sirviendo al patrón.. Son ellos que han hecho la gran parte del trabajo y han sufrido la parte más calurosa del día. Pero el propietario les pagó lo mismo. Eso era un abuso. Se sentían robados ya que merecían más que los demás pero recibieron el mismo pago.

Nuestra mente humana, basada en el egoísmo y en la competencia, no puede entender el esquema de amor y gratuidad de Dios. La falta de amor se traduce en egoísmo.

Uno puede plantearse el tema al revés. Los primeros, al ver que los que habían llegado a última hora recibían lo mismo que ellos, se alegraron de que podían llevar a sus hogares para sus familias lo mismo que ellos. Porque ellos estuvieron todo el día en la plaza esperando bajo el rayo del sol a que alguien los contratara. No estuvieron en su casa durmiendo o tomando mate. Sino que estaban ahí dispuestos a que alguien los llame. 

Nuestra mente humana, basada en el egoísmo y en la competencia, no puede entender el esquema de amor y gratuidad de Dios. La falta de amor se traduce en envidia.

Cómo nos sentimos nosotros, semana tras semana resistiendo la tentación, aportando a la iglesia la cuota, cumpliendo fielmente con todo lo que debemos hacer, sacrificándonos por la causa del evangelio; y alguien, que ha hecho todo lo que quería en la vida, se convierte al final de su vida y recibe exactamente el mismo regalo que nosotros, la vida eterna. ¿Pero no merecemos nosotros más? ¿Cómo es posible que este que nunca pagó en la vida, ahora reciba los servicios de la iglesia igual que yo que siempre aporté? A esto responde Jesús: “Los últimos serán primeros, y los primeros, últimos” (16)

El amor de Dios se mide de otra forma: no por méritos, sino por gracia. Dios es generoso con todos los que creen y lo aceptan como Salvador. Con los que han sido fieles a la iglesia durante décadas, y con los que apenas tenían tiempo de mostrar su fidelidad.  Es Dios el que llama. Y este es el detalle. Y el sabe cuando llamar a quien.

“Así que los últimos serán primeros, y los primeros, últimos”.

Así como  antes se refería a que los cristianos que han sufrido en este mundo y han sido los últimos en la tierra serán los primeros en el reino de Dios, mientras los primeros de este mundo, como el joven rico, ya serán los últimos porque no entrarán en el Reino de los cielos, ahora, usa la misma frase para hablar de las cosas dentro del reino, donde muchos que incluso han sido los últimos en ser llamados, serán tratados como los primeros, con la plenitud de la vida eterna en la presencia de Dios.

Aquí hay una advertencia y una palabra de aliento.

La palabra de aliento es que si en este mundo, por nuestra obediencia y compromiso con Jesús nos hemos quedado atrás o entre los últimos en lo referente a los placeres materiales, porque hemos renunciado a tenerlo todo para ayudar a otros, o porque hemos sacrificado algo para la iglesia, ya sea tiempo, animales, dinero, trabajo, etc., en la eternidad, que importa mucho más, será al revés.

La advertencia es que si hemos seguido al Señor por mucho tiempo, como los primeros, y siempre hemos estado a la orden para ayudar y servir a la iglesia no significa que seremos los primeros en el reino de los cielos. No podemos ganar por eso una mayor salvación o un lugar de privilegio en el cielo. En el cielo no hay lugares de primera o de segunda clase.

Recibimos el mismo maravilloso regalo que todos que crean reciben, incluso los más indignos.

Dejemos de lado entonces, las ambiciones y la envidia espiritual. La gracia de Dios pasa por el amor y la gratitud. Que Dios nos bendiga a todos.

 

 



Pastor Pablo Munter
Santo Domingo, Santa Fe, Argentina
E-Mail: munterpablo@hotmail.com

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