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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

4º Domingo después de Pentecostés, 24.06.2007

Sermón sobre Lucas 7:36-50, por Cristina Inogés

Hermanos: ¡Que el Señor ilumine si rostro sobre nosotros!

Lo primero que llama mi atención de este texto es la facilidad con la que la mujer, pecadora pública, entra en casa del fariseo y se acerca, ¡nada menos! que a la mesa, lugar impensable para una mujer cuando comían los varones. Se me ocurren dos posibilidades: la primera que se trate de un texto teológico donde los detalles se pueden pasan por alto, o bien que la se trate de un texto que narra una acción habitual de la mujer, es decir, que se conocía muy bien la casa y sabía cómo moverse en ella. Un fariseo debía guardar muy bien las formas y sería difícil que llevase a la mujer a su casa, pero un descuido lo tiene cualquiera, algo que comprobamos porque se salta el ritual de bienvenida a Jesús, su invitado.

 

En cualquier caso, una mujer despreciada socialmente, es la única que se atreve a comportarse con Jesús con toda la normalidad y naturalidad del mundo. Insisto con frecuencia en el valor de las caricias, del contacto físico como uno de los medios más eficaces para transmitir cariño, apoyo y mostrar públicamente la proximidad, la empatía, con una persona.

 

Además de todo el ritual que el fariseo ha olvidado, esta mujer lo realiza con el calor de la ternura de sus gestos; no se trata de seguir la costumbre, que eso acaba siendo el ritual, sino cómo hacer de la costumbre algo cada vez nuevo. No se trata de lavar y secar los pies, ella añade el gesto de perfumarlos y los seca con su cabello. De una manera sutil, está entregándose a Jesús por completo, aceptando lo que ha sido, e implorando por lo que quiere ser. Ni un reproche, ni un rechazo por parte de Jesús; solo comentarios retorcidos en el pensamiento del fariseo.

 

Es curiosos como por muchos siglos que pasen, nunca acertamos a practicar la lógica de Dios. Hace unos meses escuché la predicación de un amigo y a propósito de lo que transforma el amor, decía: "nosotros esperamos que las personas cambien para amarlas, tú, Jesús, las amas para que cambien". Y es verdad. Las manos de esta mujer acostumbradas a acariciar mecánicamente, sin pasión, sin amor, le dan a Jesús toda la pasión y todo el amor que tienen.

 

No niega lo que es ya que entre los judíos era normal en los momentos de mayor intimidad, que los cuerpos se acariciaran con aceites perfumados. Ella acude a ver a Jesús con su frasco de alabastro lleno de perfume. Jesús sabe lo que significa el frasco y quien es ella. Y no espera que cambie para amarla, sino que la ama desde la primera caricia que le hace.

 

Cuando vi por primera vez la película de Pedro Almodóvar "Todo sobre mi madre", me llamaron la atención los nombres de los personajes: el hijo, verdadero mártir de la relación entre los padres se llamaba Esteban; la prostituta que se dedicaba a cuidar a todo el mundo, se llamaba Agrado porque siempre se había dedicado a agradar a los demás, y pensé ¡cuántas veces juzgamos las acciones de las personas sin saber lo que hay detrás! ¡Cuántas veces creemos que sólo nosotros sufrimos, sin mirar los sufrimientos de los demás! ¡Y cuántas veces creemos que amamos por cumplir un ritual sin poner ternura, cariño, entrega y pasión en ello!

 

El cielo nos ha sido regalado por Cristo a precio de amor, y solo por agradecimiento a él, deberíamos pasarnos la vida amando, derrochando perfume y acariciando a cuantos lo necesitan, aunque no lo sepan. Probablemente necesitaremos saltarnos las reglas y normas sociales y religiosas y hasta romper con lo establecido, porque, ¿qué es más importante guardar las formas rituales o acercarnos a las personas?

 

Si alguien ha roto normas en esta vida, ese alguien ha sido Jesús, ha transgredido todo ritual establecido en nombre del amor a las personas, ¿por qué nos cuesta tanto que ese sea el modelo a seguir, a imitar?

 

Seguimos comportándonos como seres religiosos y no como personas creyentes. Seguimos viendo a Dios como un Dios lejano, no como un ser entrañablemente cercano y amorosamente envolvente y a Jesús, todavía nos da cierto reparo acariciarlo y abrazarlo y es curioso porque cuando, tantas veces, sentimos su amor solemos explicar esa experiencia como si algo nos cayera de "lo alto", no como si Jesús se acercara y nos lo diera junto a su caricia y abrazo.

 

De verdad, no me imagino a Jesús dejándose acariciar los pies por esta mujer, y no acariciando Él su cabeza. De no haberlo hecho, hubiera sido un momento de una frialdad absoluta.

 

El amor lo puede todo, hasta crear una nueva vida donde la anterior sea solo recuerdo. El ritualista fariseo, muestra costumbres carentes de amor. La mujer manifiesta mucho amor, carente de costumbres, de normas y ritos. ¿Quién está más cerca de Dios? ¿Quién está más cerca del hombre?



Cristina Inogés
Zaragoza. España
E-Mail: crisinog@telefonica.net

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