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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

22 º Domingo después de Pentecostés, 13.11.2011

Sermón sobre Mateo 25:14-30, por Gerson Amat

TODO O NADA

Otra parábola más o menos conocida

Otra vez nos encontramos ante una de esas narraciones bíblicas que conocemos desde nuestra infancia. De hecho, es posible que sea uno de los textos que han sido más utilizados por las iglesias cristianas, a lo largo de los tiempos, para educar a las nuevas generaciones, e inculcar en ellas valores como la responsabilidad, la fidelidad, el sentido práctico, etc.

Jesús vuelve a contar una historia con la finalidad de ayudar a sus oyentes para que sean capaces de captar todo el que él lleva dentro de sí, de transmitirles con toda su fuerza el mensaje del Reinado de Dios que constituye no sólo su ministerio sino su propia vida. Un mensaje que es para él como un fuego que ha de transformar el mundo.

“Yo he venido para traer fuego al mundo, y ¡cómo me gustaría que ya estuviera ardiendo!” (Lc 12,49).

Más que comunicar ideas, las parábolas de Jesús quieren prender el fuego en lo más profundo de sus oyentes, para que ardan como él de entusiasmo.

El relato es muy parecido a otros relatos orientales de la época: Un propietario, antes de marchar de viaje, confía “su hacienda” a  sus tres esclavos. En el mundo greco-romano esto era algo habitual: los esclavos no sólo se ocupaban de los trabajos de la casa, del campo, de las minas o de los puertos. Aquellos que tenían una mayor formación podían ocuparse de puestos de la máxima responsabilidad.

El amo del relato, antes de emprender un largo viaje, confía a sus esclavos unas cantidades de dinero bastante considerables, ya que, con un talento, una persona pobre podía subsistir durante quince años. Aquellas personas, que son esclavos, tienen mucho que ganar o que perder. Se juegan su futuro. Para ellos se trata de una oportunidad única de ser valorados por el amo y de ganarse su confianza para promocionar a su servicio. Muchos esclavos, como premio a los servicios prestados, llegaban a ser liberados por sus propietarios.

Una interpretación “secular”

Hemos dicho que la parábola resulta a todos conocidísima. Tan conocida que a lo largo de los siglos ha dado lugar a que la palabra “talento”, que en su origen designaba una moneda de gran valor utilizada por los griegos y los romanos, haya llegado a designar la inteligencia, la aptitud o capacidad para desempeñar una tarea. Por extensión, se dice que alguien “es un talento” cuando sobresale por su conocimiento o su capacidad.

Si se ha llegado a este uso del término “talento” tan alejado del original, ha sido porque a lo largo de los siglos, sobre todo de los últimos, la parábola, como otros textos del Nuevo Testamento, se fue desvinculando de su sentido original, que estaba vinculado a la persona de Jesucristo, a la misión que él encomendó a sus discípulos de anunciar y extender el Reinado de Dios en el mundo, y a la Iglesia, como lugar en que dicha misión se tenía que empezar a realizar.

Poco a poco, el creciente individualismo, la separación de la iglesia y la sociedad, lo que llamamos el proceso de secularización, han ido moralizando el sentido de la Parábola de los Talentos, y la han convertido en una especie de ejemplo de lo que ha de ser el comportamiento de una persona “con talentos”. Sobre todo con talento para los negocios. ¡Qué casualidad! Como dice el exegeta Ulrich Luz, “al final, la parábola de los talentos se puede utilizar como autolegitimación espiritual de granujas y de hombres de negocios”.

La verdad es que la parábola, una vez que abandonamos el nivel de la Escuela Dominical y profundizamos en su estudio, se nos presenta como bastante difícil de comprender, e incluso de aceptar, por los hombres y mujeres de nuestro tiempo (incluyéndonos a nosotros) si no recordamos que se trata de un relato y nos esforzamos por despegarnos de una interpretación demasiado simple de los elementos del relato.

¿Un Dios capitalista”

Por ejemplo. Este propietario lo único que quiere es que sus empleados ganen dinero para él. El tercero de los esclavos lo acusa de ser

“un hombre duro [que] siegas donde no sembraste y recoges donde esparciste” (v. 24).

Es decir, lo considera como una especie de ave de presa, despiadado, a quien lo único que le interesa es el dinero. Como un terrateniente que vive en la capital y sólo le preocupa la tierra y sus habitantes por los  beneficios que la una y los otros le producen.

La parábola se supone que habla del Reinado de Dios. El personaje del propietario, ¿representa una imagen válida de Dios? ¡Cuántas personas, también en nuestros días, tienen de Dios la misma imagen que aquel empleado tenía de su jefe! Dios sería un amo cruel y despiadado, que después de crear el género humano nos ha abandonado a nuestra suerte, y al final de nuestros días nos exige un comportamiento absurdo o inhumano, según los casos, bajo la amenaza de las penas del infierno.

Según este tipo de representaciones, Dios es alguien que da miedo. Más aún, que aterroriza. Lejos de apiadarse del sufrimiento en el que viven cotidianamente millones de hombres, mujeres y niños, les envía ciclones y terremotos para castigar sus pecados.

Dios sería, así, una especie de “Gran Empresario” capitalista, a quien nada ni nadie le importa con tal de conseguir su objetivo de “dominar el mercado”.

Una postura cínica ante la vida

Esta imagen de Dios se puede ver reforzada si no tenemos cuidado cuando leemos la frase del v. 29, que, no lo olvidemos, según el relato no sería enseñanza de Jesús, sino que forma parte del discurso pronunciado por el amo de la parábola:

“¡Porque a todo el que tiene se le dará y le sobrará! ¡Pero al que no tiene aun lo que tiene se le quitará!”.

La frase se encuentra en otros lugares de los evangelios, pero en el contexto de la parábola, o si se toma aisladamente, parece que esté impregnada de cinismo: “La vida es dura e injusta. ¿No te has enterado? Los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. Y así será siempre, y así ha de ser siempre”.

En todo caso, se ha de entender en el contexto de la acción y de los personajes de los la parábola, que no están lejos de la realidad de la economía capitalista hiperliberal que estamos padeciendo: El financiero que consigue más beneficios con las inversiones de sus clientes, es el más digno de confianza. Este consigue más cliente, más inversiones, y más beneficios. ¡Ay del financiero que no consigue beneficios! Éste se quedará sin fondos, porque sus clientes le retirarán su confianza, y sus depósitos. Todo muy lógico.

Excusas de mal pagador

¿Es esto lo que la parábola nos quiere transmitir? ¿Ésta es la visión que tenemos de la realidad de la vida? ¿Es ésta la imagen que tenemos y transmitimos los cristianos de Dios? ¿Es el miedo a Dios y a su castigo la actitud fundamental que mueve nuestra vida cristiana?

¿O tiene razón el propietario de la parábola, y aquel esclavo era, en realidad, ”malo y miedoso”? Si os fijáis, el amo no le acusa de no ser bueno con los negocios, sino de que ni siquiera lo ha intentado. Podría parecer un vago, pero en realidad es un cobarde. Para no perder el dinero, ha hecho lo que le ha parecido más seguro: enterrarlo. El miedo a su amo lo tenía paralizado. Estaba tan aterrorizado por lo que podía pasarle si al negociar con el dinero lo perdía todo, incluso sólo una parte, que ni siquiera se había atrevido a ingresarlo en un banco para que le diera unos intereses mínimos. ¿Y si robaban el banco?

La visión equivocada que el esclavo tiene de su amo le lleva a tomar la decisión equivocada. Por no perder nada, lo pierde todo.

Los negocios del Dios de Jesucristo

No nos equivoquemos nosotros. ¿Cuál es nuestra imagen de Dios? Insisto. En cualquier caso, el empleado estaba equivocado. El protagonista es Dios, el Dios de Jesucristo. El Dios del que Jesús hablaba y, sobre todo, el Dios a quien Jesús oraba y por quien él se sabía enviado. El Dios que ama tanto a los seres humanos que les da todo lo que tienen, todo lo que son y todo lo que pueden hacer.

La parábola sólo adquiere un sentido verdaderamente cristiano cuando la referimos al Dios de Jesús. El Dios que en Jesús se nos hace cercano, Emmanuel, “Dios-con-nosotros”.

Las piezas del puzle sólo encajan cuando podemos contemplar el modelo. Y se nos había olvidado que Jesús, en esta parábola, estaba hablando del Reinado de Dios, del gobierno del mundo que Dios comienza a hacer realidad en la persona de Jesús y de sus discípulos, y en la comunidad que ellos han de formar. Jesús está hablando de la realidad que impregna todo el evangelio de Mateo y que comienza con la proclamación de las bienaventuranzas.

Éste es el auténtico “negocio” de Dios: Que los pobres sean felices en un mundo sin capitalistas. Que los que sufren y lloran sean consolados. Que los mansos lleguen a poseer la tierra en herencia. Que reine la misericordia en la tierra para los misericordiosos. Que los que miran a los demás con una mirada limpia alcancen a ver a Dios. Que los que trabajan por la paz a todos los niveles de las relaciones humanas sean llamados, vivan de verdad, como hijos de Dios. Que los que son perseguidos por su compromiso para que entre los seres humanos reine una justicia superior a la de los escribas y fariseos, lleguen a disfrutar de la verdadera justicia que Dios regala. Que los que son injuriados, perseguidos y calumniados por los asuntos de Jesús, puedan alegrarse por el éxito de su tarea.

Éste es el “negocio” de Dios. Y para este negocio sirven los “talentos” que Dios reparte a sus servidores. La parábola no está hablando de cualquier actividad humana, sino del trabajo al servicio de Dios, que es lo mismo que decir del trabajo al servicio de los hombres y mujeres amados por Dios. Estamos hablando del mandamiento del amor, del amor a Dios, del amor al prójimo, del amor a los enemigos.

Para esto sirven los “talentos”. Para un financiero capitalista, el dinero sirve para ser utilizado, para ser puesto en circulación, con la finalidad de “hacer más dinero”. Dios nos ha dado “talentos”: a nosotros mismos, nuestra vida, nuestras capacidades, nuestra fe, nuestra historia, nuestras convicciones más íntimas, nuestras posesiones materiales… La lista puede ser larguísima. Todo nos lo da para que lo “gastemos”, para que lo utilicemos, lo pongamos en circulación… al servicio del Reinado de Dios. Al servicio del amor de Dios a los seres humanos.

Se trata de disfrutar, en la Iglesia, en la comunidad cristiana, de todos esos “talentos” que hemos recibido del amor de Dios, de ser felices con sus dones, para que la felicidad de Dios pueda llegar cada vez a más personas. Se trata de invertir todo lo que somos y lo que tenemos, todo lo que hemos recibido, en la creación un ámbito de amor donde todo el que entre pueda sentirse amado. Amado por nosotros y, por medio de nosotros, amado por Dios.

Éste es el “negocio” de Jesús, el “negocio” al que Jesús incorpora a sus discípulos. La comunidad que no busca su propio beneficio, ni su propia seguridad, sino que lo “invierte” todo en el tesoro que no se corrompe, en lo que verdaderamente tiene valor. Una comunidad que lo arriesga todo para conseguir las “ganancias” que espera su Señor.

Todo o nada, o el riesgo de ser cristiano

Porque existe riesgo. Los dos primeros servidores arriesgaron todo el capital que el amo les había confiado. Podían haberlo perdido todo.

Al servicio del Reinado de Dios, los discípulos de Jesús podemos perderlo todo: a nosotros mismos, nuestra vida, nuestras capacidades, nuestra fe, nuestra historia, nuestras convicciones más íntimas, nuestras posesiones materiales…¿Recordamos lo que dijo Jesús en otro momento?

“El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que entregue su vida por causa de mí, ése la encontrará” (Mt 16,15 par).

Hay concursos en televisión en los que el concursante ha de jugárselo todo en un momento determinado. Ha de arriesgarlo todo si quiere conseguirlo todo. Y puede perderlo todo. La diferencia con la Palabra de Jesús es que el premio, la recompensa, la ganancia, es segura para quien se arriesga: “Ése la encontrará”. La vida. La vida auténtica. La vida que no tiene fin. La vida del amor. La vida de la fiesta de Dios: “¡Entra en el gozo de tu Señor!”.

El que no se arriesga no gana. Se queda fuera del juego. Fuera de la fiesta. Y fuera hay oscuridad, y frío. Porque fuera no hay felicidad. No puede haberla. Porque fuera no hay amor.

Dios asumió el riesgo al amarnos. Jesús asumió el riesgo al poner en marcha el Reinado de Dios. “Los negocios son los negocios”. Pero éste es formidable.

La aventura de la Iglesia

La vida de la Iglesia está llamada a ser una aventura. Cada nueva acción que emprendemos para Dios conlleva un riesgo. Si tenemos miedo a perder: a nosotros mismos, nuestra vida, nuestras capacidades, nuestra fe, nuestra historia, nuestras convicciones más íntimas, nuestras posesiones materiales… Si nos aferramos a la seguridad de lo que ya tenemos y somos, lo perderemos todo. Pero cada vez que lo arriesgamos todo, y emprendemos algo, y avanzamos, y con riesgo conseguimos algo, el Señor pone delante de nosotros una nueva tarea, nos confía nuevas posibilidades de trabajar para él, de arriesgar de nuevo, de invertir de nuevo. En el “negocio” de Dios con nosotros. “Dios y Compañía, Sociedad Abierta a todos”.

AMÉN

 



Pastor Gerson Amat
Valencia
E-Mail: gersonamat@telefonica.net

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