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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

4er Domingo después de Epifania, 03.02.2013

Sermón sobre Lucas 4:21-30, por Felipe Lobo Arranz

 

Jeremías 1:4-10  • Salmo 71:1-6·1  •  Corintios 13:1-13  •  Lucas 4:21-30

“Entonces comenzó a decirles: —Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros. Todos daban buen testimonio de él y estaban maravillados de las palabras de gracia que salían de su boca. Decían: —¿No es éste el hijo de José?Él les dijo: —Sin duda me diréis este refrán: “Médico, cúrate a ti mismo. De tantas cosas que hemos oído que se han hecho en Capernaúm, haz también aquí en tu tierra.” Y añadió: —De cierto os digo que ningún profeta es bien recibido en su propia tierra.  Y en verdad os digo que muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando el cielo fue cerrado por tres años y seis meses y hubo una gran hambre en toda la tierra; pero a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda en Sarepta de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue limpiado, sino Naamán el sirio. Al oír estas cosas, todos en la sinagoga se llenaron de ira. Levantándose, lo echaron fuera de la ciudad y lo llevaron hasta la cumbre del monte sobre el cual estaba edificada la ciudad de ellos, para despeñarlo; pero él pasó por en medio de ellos y se fue.” Lucas 4. 21-30

Estimados hermanos y amigos,

Sabemos que Israel es tierra de profetas. Han sido muchos los que, en el nombre del Señor y llamados por Él al ministerio de ser voceros suyos, anunciadores de su voluntad,  han pagado el gran precio de dar la vida y en la mejor de las situaciones ser perseguidos, ser insultados, apedreados, heridos o  amenazados, abandonados o bajo sospecha.

La voz de los profetas no hieren por cuestiones personales, hieren porque anuncian la verdad de Dios, desvelan nuestras auténticas intenciones del corazón en su mensaje, no por su propio discernimiento, sino por el de Dios. Lo que anuncian es proclamado en el nombre de Dios y  certifican la historia de su pueblo, no son sus palabras, sino la Palabra de Dios.

Sabemos cuándo estamos ante un profeta de Dios, porque no llama la atención sobre sí mismo, ni sobre la importancia o lo imprescindible de su ministerio, no les llaman para que profeticen, ellos lo hacen en el momento adecuado, en el lugar adecuado, a las personas adecuadas, como cuando un cartero entrega sus cartas; sino sobre Dios y su mensaje. Tiene el sútil filo del aviso divino, de la proclamación sensata, acompañada con la palabra de esperanza y de vida: La salvación de Dios.

La humillación del profeta. En este pasaje, Jesús está ante su pueblo, el lugar donde se crió. Él es el hijo de José y de María. De José, porque ¿quién no conocería al carpintero de Nazareth, que te hizo una casa, que te arregló la puerta? Jesús ha hecho milagros y prodigios en su ministerio, pero cuando llega a su casa, nadie quiere reconocerlo, sino como el hijo del carpintero. Esto suele pasar en nuestras ciudades, en nuestros pueblos, en nuestras iglesias. Rebajar su autoestima, hacer de menos, con la intención de restarle autoridad a sus palabras y a sus hechos, hasta que la mano de Dios, que está con Él, muestre el refrendo a sus palabras.

Jesús ha caído en gracia de algunos que le escuchan en la sinagoga con los oídos de los que tienen hambre de la palabra, de hacer la voluntad de Dios, de recibir sencillamente su consuelo y su ánimo, sin mirar quién es el que habla, sino con la confianza y la pureza del corazón, que sabe  e intuye que se están diciendo verdades y son demostrables por la experiencia, pero hay otros que van repasando con “peros” y “autojustificaciones” y con sus “conocimientos”, si lo que se ha dicho es bueno, adecuado, correcto, lógico, si gusta, si apetece, si está moda, si no molesta demasiado a la conciencia; estas personas no vienen a escuchar la Palabra de Dios, no tienen hambre, debieran ser profetas más que escuchantes, pero saben el precio que hay que pagar.

Los que le escuchan se convierten en el objeto de la ira de los que juzgan y atesoran con su agrado la leña del fuego con el que quieren hacer arder al profeta.

¿Qué salva al profeta en ese momento? Saber y tener certeza de su llamamiento. ¿Quién salva al profeta de la ira contra él? Dios es el valedor de los profetas que Él envía, será su defensor o será quien acompañe al dulce abrazo de la muerte en su martirio, sea a la muerte o a la soledad del destierro de los suyos.

El rechazo del profeta. El texto relata la célebre frase de que “no hay profeta sin honra sino en su propia casa y entre los suyos” , “sino en su propia tierra...”, como dicen otras versiones de la Biblia. El texto gana en intensidad dramática cada vez más, se saborea la tragedia, rechinan los dientes, por anunciar el cambio de Dios sobre el pueblo, que ya está tan perjudicado, tan lejos de Dios, tan herido de muerte moral y de valores auténticos, tan perdidos, que no saben diferenciar lo bueno de lo malo y “Ay de los que a lo bueno dicen malo y a lo malo dicen bueno”. (Isaías 5. 20)2

Los profetas traen la vara de medir y la vara de la equidad, del amor, de la verdad y de la misericordia. Nos hacen volver a valores que nos traen la paz y bienestar. El profeta no nace para golpear a los suyos, sino para recordar los límites de Dios para el hombre que no tiene límites y se pierde en su propio saber hacer, hasta el punto de pensar que son dioses y no hombres.

Jesús es el profeta de profetas, el predicador, el pastor de Israel, supone el jubileo auténtico para todos los hombres que quieran sumarse a su llamamiento. Cariñosamente busca entre los suyos, pero no tarda en darse cuenta que los extraños reciben antes la Palabra de Dios que los propios. Decidiendo mostrar esto relata la historia de Israel a través de Elías y Eliseo, adalides judíos del profetismo, maestros de Israel, ejemplos de profetas auténticos, con su escuela y sello particulares de gran prestigio, y les recordó, sumando así más leña a su fuego, que ellos mismos tuvieron más éxito predicando fuera, que dentro de Israel. Los encumbrados, fueron previamente rechazados, respaldados, llamados y enviados por Dios, a mostrar su amor a la viuda de Sarepta, una filistea y a Naamán, el sirio. El amor de Dios es universal. Es para los que escuchan y reciben en su corazón el mensaje de Dios y cambian su vida, sus actitudes. Demasiado duro para oídos que están acostumbrados a escuchar que son los únicos portadores y receptores del amor de Dios en exclusiva, el monopolio de la verdad.

La amenaza al profeta. Si solo le dieran la importancia de ser el hijo de José, con acompañarle a la salida del pueblo habrían tenido bastante, pensando que sería un pobre loco o trastornado. Ante el testimonio de muchos en sus milagros y maravillas la cosa se pone más difícil para Él. Le estaban reservando la muerte por despeñamiento, sin piedad.

Fue condenado por la misma ley que salvó a su pueblo y que Dios les dio para su bien, ciñendose a letra que condena a muerte al profeta falso. Aún sabiendo, que decía la verdad. (Deuteronomio 13. 1- 5)

Sin duda que no era su hora, exactamente por lo mismo, por la misma acusación, que le llevó a la cruz más adelante, justo en el tiempo y el momento en el que había de entregar su vida, ni antes ni después.

Ante esta realidad y sabedor que no era su hora, Jesús se evade de ellos, probablemente con vigor y se quita del medio sorteando a los fanáticos religiosos que lo quieren ver muerto.

Esta vez el profeta puede huir.“...Y se fue.” Jesús, con profunda tristeza se ve en el momento de decir adiós a su pueblo, al que amaba, donde estaban sus seres queridos y sus recuerdos, porque sabía que no iba a ser bien recibido. Esto marcó posiblemente a Jesús para el resto de su ministerio y sería un dolor que llevaría en su corazón por el resto de sus días. Dios, en su Hijo, también puede ser rechazado, de nada le sirve ser Todopoderoso, si no es vengativo, pero Dios, nos enseña su Palabra, es Amor. En este ejemplo lo vemos en toda su extensión.

Si no se hubiera escrito esto, habría que haberlo escrito:

“Si quieres ser profeta, que no sepan quién es tu padre, no prediques en tu tierra (otros lo harán mejor que tú), si quieren encumbrarte, desconfía, es posible que quieran despeñarte después, si eres un profeta hábil, escápate del peligro; si no lo ves venir, te cambiarán de oficio, dejarás de ser profeta y te convertirán en un mártir (pero eso no lo verás tú)”.

Amén.



Pr. Felipe Lobo Arranz
Bilbao- Spain
E-Mail: loboarranz@gmail.com

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