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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

2º Domingo de Cuaresma, 24.02.2013

Sermón sobre Lucas 13:31-35, por David Manzanas

 

El lamento de Jesús…

                                                                                     … por Jerusalén

La versión de la Biblia que uso habitualmente titula este pasaje como “Lamento de Jesús sobre Jerusalén”. Un lamento que refleja algo más que lástima o pena por la ciudad del Templo; es mucho más, es un llanto doloroso, un quejido que desgarra su ánimo. Jesús ama profundamente a Jerusalén, y ve con dolor, y hasta con impotencia, como la ciudad se ha vuelto contra Dios, ha abandonado la justicia, y ha olvidado el amor al prójimo desvalido. Y ante semejante realidad, Jesús llora, se lamenta.

Este pasaje lo recogen dos evangelios: Lucas y Mateo, y cada uno lo coloca en un contexto diferente. Lucas sitúa el lamento en medio de una serie de enseñanzas que habían soliviantado los ánimos de los fariseos que habían buscado la complicidad de Herodes, el rey corrupto auténtica figura de paja, para matarlo. Bueno, no de todos los fariseos, pues el relato de Lucas se preocupa en dejar bien claro que fueron “algunos fariseos” los que, preocupados por la seguridad del Maestro, le avisaron de las intenciones de Herodes, lo que ya nos lleva a una primera consideración: las generalizaciones son siempre injustas y equivocadas, frente a la idea de que los fariseos son todos unos hipócritas enemigos de Jesús, son precisamente unos fariseos simpatizantes con el Maestro los que le ponen sobre aviso de su peligro. No juzguemos según esquemas de generalización. 

Mateo, sitúa el llanto de Jesús como colofón de una durísima denuncia de la hipocresía de las clases dominantes del Templo y la religión. Son palabras muy duras las que Jesús dedica a los fariseos, sacerdotes y maestros de la ley: hipócritas, guías de ciegos, hijos de víboras, sepulcros blanqueados, etc., etc. Y al final, como sin poder aguantar más su dolor y su rabia por estos diligentes y por el pueblo que les sigue, pronuncia las palabras del lamento. Me imagino las lágrimas corriendo por las mejillas de Jesús.

 

Jerusalén somos todos

Podemos comprender el enfado de Jesús con la situación de Jerusalén. Y hasta, es posible, que de nuestros labios salgan frases como: “se lo merecen; lo tienen bien merecido”. Si es así llegamos a la segunda de las consideraciones de hoy: cuidado con los juicios que hacemos de otros, porque se volverán contra nosotros. Si ellos se lo merecieron, ¿qué hay de nosotros? Si Jesús se paseara por nuestras ciudades ¿qué diría a la vista de la situación que se vive en nuestras calles? ¿Cómo reaccionaría ante la actuación frente a esta situación de las iglesias y sus dirigentes y miembros? ¡¡Uuyy!!  ante esto, ya no tenemos tantas ganas de juzgar ¿verdad?

Jerusalén somos todos, la hipocresía también ha hecho nidos en nuestra sociedad, también sabemos lo que es la injusticia que se pasea por nuestras calles. Hay dolor, llanto, soledad, pobreza… y mucha impasividad ante ello.

El lamento de Jesús…

                                                                                     … por nuestras ciudades

Cuando leo con detenimiento estas palabras de lamento de Jesús, me parece oírlas con los nombres de nuestras ciudades. Oírlas dirigidas a nosotros para decirnos “¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos como la gallina reúne a sus polluelos bajo las alas, pero no quisisteis! Pues mirad, vuestro hogar va a quedar desierto. Y os digo que no volveréis a verme hasta que llegue el tiempo en que digáis: ‘¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!’" 

Y Jesús llora por nosotros. A la vista de lo que sucede en nuestras calles, Jesús llora.

Llora cuando ve a esos hombres y mujeres que han de buscar restos de comida entre los contenedores de basura, porque hace ya mucho tiempo que en su casa no entra un salario capaz de alimentar a la familia. Y mientras tanto, los dirigentes de nuestra sociedad celebran sus reuniones en hoteles de cinco estrellas y los restos de sus banquetes son tirados a los contenedores de basura.

Llora cuando ve a niños y jóvenes que están en las calles y plazas de la ciudad cuando deberían estar en los colegios o institutos; niños y jóvenes tan desencantados del futuro que les espera que no tiene alicientes para el esfuerzo del presente. Y nadie de los que pasan junto a ellos se atreve a decirles nada.

Llora cuando ve a los que son desahuciados de sus casas por hipotecas con interese de usura ofrecidas antaño como se ofrecen los caramelos; y cuando pierden la casa todavía les queda una deuda inasumible por el truco, legal pero inmoral de las retasaciones. Y mientras, los dirigentes de nuestra sociedad cobran dietas por vivienda aunque dispongan de casa propia en la misma ciudad.

Llora cuando ve que la justicia ha sido sustituida por la caridad y el derecho por la lástima.

Sí, hermanos, Jesús llora por nuestra ciudad; llora por sus habitantes, a la vista de cómo viven los “maestros de la ley y fariseos hipócritas” de nuestro tiempo, que (parafraseando palabras de la epístola a los Filipenses) “su dios son sus propios apetitos, y se sienten orgullosos de aquello que debería darles vergüenza.” (Fil 3:19)

 

Las lágrimas de Jesús han de ser nuestras lágrimas

Pero siguiendo con la cita de Filipenses, “en cambio, nosotros somos ciudadanos del cielo y estamos esperando que del cielo venga el Salvador, el Señor Jesucristo, que cambiará nuestro cuerpo miserable en un cuerpo glorioso como el suyo.” Fil 3:20-21)  No veamos esta palabras como una vía de escape para líbranos de los reproches de Jesús, una manera de sentir que los lamentos de Jesús no son por nosotros. Al contrario, veamos estas palabras como aquello a lo que somos llamados, como la manifestación del destino al que somos llamados a alcanzar. Ser ciudadanos del cielo es ser conciudadano de Jesús mismo. Y si es así, las lágrimas de Jesús han de ser también nuestras. Sentir en lo profundo de nuestro ser, de nuestras entrañas, el dolor de los que pasan hambre, de los que son expulsados de su casa, de los que no tienen futuro de esperanza. Y sentirnos escandalizados con el egoísmo de los poderosos que “pueden pero no quieren”, escandalizados con la hipocresía de los que gastan palabras huecas pero viven en palacios de cristal, escandalizados con los que enriquecen su vida a costa de las desesperanzas de los pequeños.

Pero siguiendo el camino de Jesús, que no lloró “en la intimidad”, con llanto para sí mismo, sino que sus lágrimas fueron motor y decisión para dar su vida a favor de los pequeños (digo “dar su vida”, no solo su muerte, aunque también). Siguiendo el camino de Jesús, que no se escandalizó “en sus adentros”, sino que su indignación fue impulso para ser fuente de justicia, amor y paz.

Quiero terminar con la llamada “bendición franciscana”

Que Dios te bendiga con la incomodidad

frente a las respuestas fáciles, las medias verdades,

las relaciones superficiales,

para que seas capaz de profundizar dentro de tu corazón.

 

Que Dios te bendiga con la indignación

frente a la injusticia, la opresión y la explotación de la gente,

para que puedas trabajar por la justicia, la libertad y la paz.

 

Que Dios te bendiga con lágrimas

para derramarlas por aquellos que sufren dolor,

rechazo, hambre y guerra,

para que seas capaz de extender tu mano,

reconfortarlos y convertir su dolor en alegría.

 

Y que Dios te bendiga con suficiente locura

para creer que tú puedes hacer una diferencia en este mundo,

para que tú puedas hacer lo que otros proclaman que es imposible.

 

Amén.



Pastor David Manzanas
Alicante
E-Mail: davidmanzanas@gmail.com

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