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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

Domingo de Pascua, 31.03.2013

Sermón sobre Lucas 24.1-12 24:1-12, por Leandro D. Hübner

 

¡Cristo resucitó - Él vive!

Se estima que fue en una tarde de un viernes, tal vez el 07 de abril del año 30, que el mundo fue el escenario para un evento único. Nunca se había visto algo parecido en la historia de la humanidad. En el alto de una colina, cerca de Jerusalén, está colgado, muerto, el rey del universo, con los brazos abiertos, con manos y pies traspasados por clavos, con el cuerpo desfigurado y ensangrentado.

Sin embargo, ¡surgió un nuevo día en la historia! En el primer día de la semana, Domingo de Pascua, hubo un fenómeno que dejó asombrados a los propios discípulos. Las mujeres que fueron a la tumba de Jesús la encontraron abierta y vacía. Y esta tumba vacía tenía un mensaje de fe, vida y esperanza para ellas, para nosotros y para todo el mundo: ¡Cristo resucitó - Él vive!

Jesús, crucificado y muerto por nuestros pecados, resucitó al tercer día, llevando al mundo el mensaje de reconciliación, el único que lleva el ser humano hacia la comunión con el Dios verdadero.

Nosotros, quienes tenemos el privilegio de predicar este poderoso mensaje a tantas personas, con los corazones llenos de alegría y ánimo, queremos ahora centrar nuestra atención en la historia de la resurrección de Jesús, con el texto de Lucas 24.1-12.

En la mañana de la primera Pascua cristiana, antes del amanecer, tres de las más dedicadas seguidoras de Jesús fueron a su tumba: María Magdalena, Juana y María la madre de Santiago. Iban embalsamar el cuerpo del maestro. El viernes pudieron hacer sólo algo rápido, porque con la puesta del sol comenzaba el sábado judío, en que estaba prohibido cualquier tipo de trabajo.

Luego, terminando el sábado, las mujeres querían terminar el embalsamamiento. Consiguieron caros perfumes especialmente para el cuerpo de Jesús, lo que demuestra que no creían en la posibilidad de una resurrección.

Pero estaban engañadas, porque al llegar a la tumba vieron, con asombro, que fue quitada la piedra que cerraba la tumba. Entraron y no encontraron el cuerpo de Jesús. Estaban perplejas, no sabían qué hacer. Entonces, aparecieron frente a ellas dos hombres con ropa muy brillante. Con miedo, se inclinaron hasta el suelo. Los hombres, que en verdad eran ángeles, les dijeron: ¿por qué buscan ustedes entre los muertos al que está vivo? No está aquí, sino que ha resucitado.

Con estas palabras de los mensajeros de Dios, aquellas que vinieron trayendo aromas para un maestro muerto, volvieron a tener coraje, porque sabían que Jesús volviera de la muerte, estaba sí vivo.

Los ángeles entonces recordaron a las mujeres que esto estaba de acuerdo con lo que Jesús había predicho en Galilea: el Hijo del hombre tenía que ser entregado en manos de pecadores, que lo crucificarían y que al tercer día resucitaría

Las mujeres se apresuraban a dar la maravillosa noticia a los discípulos. Ellos pensaron que lo que decían era una locura, pero Pedro, por las dudas, corrió hacia el sepulcro para conferir. Revisó todo y vio sólo las sábanas. Admirado y sorprendido, volvió a casa. Jesús no estaba allí, estaba vivo, muy vivo.

Lo que acabamos de escuchar, hermanos míos, es la verdad fundamental de nuestra fe cristiana. Esto no se trata de un muerto cualquiera que resurgió, pero de Jesús quien venció y volvió de la muerte. En la mañana de Pascua resucitó, derrotando nuestros peores enemigos: el diablo, el pecado y la muerte. Por lo tanto, aunque pasemos por la muerte física, nos está asegurada nuestra resurrección en el día del juicio.

Y más: mientras estamos en el mundo, Cristo también quiere superar la oscuridad del pecado en nosotros, para que cada día podamos morir al viejo yo en nosotros y resucitemos con él a una nueva vida, en el amor de Dios y al prójimo.

 

El alma cristiana, que conoce y cree en el mensaje de la resurrección, no teme a la muerte eterna. Jesús aseguró nuestra victoria con su resurrección, para que, con respecto a los muertos, no nos quedemos tristes como los otros, los que no tienen esperanza, como dice Pablo (1Ts 4.13).

La resurrección de Cristo es sin duda también el incentivo más poderoso para nuestra fe y nuestro trabajo en el Reino de Dios. Movidos por su amor y en respuesta a lo que Cristo ha hecho por nosotros, Él ahora espera que nosotros, entre otras cosas:

- Adoremos a Dios como sus hijos amados, en la iglesia, en comunión con nuestros hermanos y en nuestra vida privada, en la familia y en la vida en sociedad;

- Llevemos el amor y la salvación de Jesús a los demás a través de nuestras palabras y acciones, nuestra vida de fe;

- Dediquemos decididamente nuestro tiempo, dones, bienes y dinero en las múltiples oportunidades que tenemos en la iglesia y en la sociedad para servir a Cristo en servicio al prójimo;

- Busquemos cual es nuestro lugar, nuestro don y servicio dentro del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, y dediquémonos a ser miembros activos de este cuerpo;

- Oremos fervientemente los unos por los otros, y seamos unidos en el servicio a Dios, como el cuerpo de Cristo que somos.

Mis hermanos, Cristo ha resucitado, Jesús está vivo, muy vivo. Pero creer o no creer en la resurrección de Cristo y en nuestra propia resurrección ¿hace alguna diferencia en la vida? ¡Por supuesto sí! Quien no cree, además de no ser salvo (Marcos 16.16), vive con esta filosofía de vida: comamos y bebamos, que mañana moriremos (1Cor. 15.32). Pero el que cree verdaderamente, además de ser salvo eternamente (Rm 10.9), confiesa con el apóstol Pablo: para mí, seguir viviendo es Cristo, y morir, una ganancia (Fp 1.21).

Como cristianos sabemos que un día, tarde o temprano, vamos a morir. Pero vivimos nuestra vida cotidiana con esta certeza: no caminamos de la vida a la muerte, pero desde la muerte a la vida.

Hermanos y hermanas: ¿de dónde há venido la transformación repentina de las mujeres y de los discípulos después de la mañana de Pascua, de temerosos a valientes cristianos? ¿De dónde el coraje de miles de cristianos que, incluso frente a la muerte debido a su fe, quedaronse firmes en ella? ¿Qué todavía hoy les da coraje a miles y miles de cristianos que son perseguidos y aún muertos por causa del Evangelio?

La respuesta es una sola: su fe en las palabras de Jesús: porque yo vivo, ustedes también vivirán (Jn 14.19). Estas palabras del Cristo vivo tienen, para los cristianos, una palabra de vida para la vida. Para aquellos que no creen, es una palabra de muerte para la muerte. Y para vosotros, queridos hermanos, ¿qué significan estas palabras - Cristo resucitó - Él vive? ¿Palabras de vida o muerte?

Con la victoria de Cristo sobre la muerte, nuestra vida recibe verdaderamente un nuevo contenido y uma nueva dirección, y podemos estar consolados y decir con toda certeza y alegría: !Cristo resucitó - Él vive y nosotros también viviremos! !Aleluya! Así sea, amén.

 



pastor Leandro D. Hübner
Rio Branco, AC, Brasil
E-Mail: ledahu@gmail.com

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