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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

3° domingo después de Pentecostés, 09.06.2013

Sermón sobre Lucas 7:11-17, por Carlos Guillermo Kozel


 

Consuelo de Dios, su compasión y su amor.

Que el Dios de la vida este con cada uno de ustedes ahora y siempre. Amén.

 

Cuando un hijo pierde a sus padres, se lo llama huérfano, cuando un esposo o esposa pierde a su pareja, se lo llama viudo o viuda, pero cuando se pierde a un hijo/a no hay palabra que pueda dar nombre a la situación, ni consuelo.

La pérdida de un hijo/a o un familiar, de un ser querido, es traumatizante, el llanto y el desgarro es doloroso. Eso es lo que siente muchas veces cuando me toca acompañar en la despedida de algún ser querido, las palabras de consuelo muchas veces parecen no alcanzar.

Y ante la impotencia que genera la muerte, lloramos y hacemos un silencio profundo. Nos surgen preguntas, cuyas respuestas no encontramos con facilidad o a veces la respuesta es una consigna pendiente, para el momento que podamos estar frente a Dios.

Encontrar ese equilibrio emocional ante tal situación es difícil, muchos quieren llenar esos espacios con palabras de consuelo, pero muchas veces esas palabras parecieran hacer más ruido. Pienso en las tantas veces, que a una madre se le hablaba del "limbo", lugar donde, según esa doctrina, iban los niños/as que morían antes de ser bautizados. Incluso la doctrina del purgatorio, más que un consuelo, es aterrorizante para los deudos que sienten la necesidad de tener que hacer algo por el familiar que ha partido de esta tierra. Y por supuesto, la doctrina del infierno es un temor que provoca mayor culpabilidad, y que a los que les toca despedir a un familiar, padre, esposo/a, hijo/a, genera el peor de los sufrimientos.

La historia que nos relata Lucas, es de una mujer, viuda, y que acaba de perder a su hijo, tal vez su único sentido de vida y de consuelo ante la pérdida anterior de su marido. La total ausencia de alegría, el inconsolable pensamiento que Dios no la había favorecido en su vida, una vida que pareciera ser solo desgracia, la falta del favor de Dios y de su gracia.

Sin embargo es Dios, por medio de Jesús quien la consuela. Primeramente Jesús siente compasión, quiere hacer propio el sufrimiento que esa mujer está padeciendo, escucha su llanto y le devuelve el sentido de vivir, le regresa de la muerte a su hijo. En Jesús, la mujer no sólo encuentra consuelo, alguien que busca ponerse a su lado y llorar junto, sino que hace latir su vida nuevamente.

Es difícil que hechos como los que se relatan en la Biblia vuelvan a suceder, como este caso, porque todos ellos tenían un sentido para el plan que Dios había trazado en la vida de Jesús, quien además era Dios mismo hecho hombre.

Pero sin embargo, tenemos algunas certezas sobre Dios en medio nuestro. En primer lugar, la voluntad de Dios, esto no quiere decir que está todo escrito y que incluso lo malo está predeterminado o predestinado. Sino que las situaciones de vida que nos tocan vivir están ligadas a un propósito, a partir de vivencias traumatizantes, podemos encontrar en Cristo, resiliencia en nuestras vidas. Es decir con la ayuda de Dios transformar nuestro trauma en una acción superadora para nuestra vida y para la de otros que pasan por situaciones similares, o ser guías para muchos otros que necesitan de un testimonio de que el amor de Dios es mucho más grande de lo que se imaginan.

Cuando los discípulos de Jesús se encontraban sin consuelo, luego de que su maestro y amigo fuera crucificado, recibieron todos ellos la revelación de Jesús, dándoles la paz, y luego al Espíritu Santo, también llamado el consolador o protector. También nosotros recibimos de Dios ese Espíritu que nos consuela, pero sobre todo recibimos del Hijo la palabra de un Dios que no busca condenarnos, ni se ausenta con su gracia, sino que su palabra es compasión, consuelo, perdón, amor y vida eterna.

Como cristianos y cristianas vivimos los momentos de dolor más profundo con algunas certezas, la primera es: la voluntad de Dios, pero también la de la vida eterna, como una gracia de Dios. En Cristo, nadie está condenado a vivir la ausencia de Dios, todos seremos Juzgados por Dios, y tememos a ese Dios, que también es misericordioso con nosotros. Pero sobre todo vivimos y confiamos en su amor, que nos promete, a quienes se mantienen firmes en la fe y guardan su palabra, la vida eterna junto a él. AMÉN.

 

 

Pastor de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata, Carlos Guillermo Kozel

E-Mail: tionegro14@hotmail.com

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