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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

3° domingo después de Pentecostés, 09.06.2013

Sermón sobre Lucas 7:11-17, por Felipe Lobo Arranz

 

 

"En la tierra de los muertos vivientes"

"Aconteció después, que él iba a la ciudad que se llama Naín, e iban con él muchos de sus discípulos, y una gran multitud. Cuando llegó cerca de la puerta de la ciudad, he aquí que llevaban a enterrar a un difunto, hijo único de su madre, la cual era viuda; y había con ella mucha gente de la ciudad. Y cuando el Señor la vio, se compadeció de ella, y le dijo: No llores. Y acercándose, tocó el féretro; y los que lo llevaban se detuvieron. Y dijo: Joven, a ti te digo, levántate. Entonces se incorporó el que había muerto, y comenzó a hablar. Y lo dio a su madre. Y todos tuvieron miedo, y glorificaban a Dios, diciendo: Un gran profeta se ha levantado entre nosotros; y: Dios ha visitado a su pueblo. Y se extendió la fama de él por toda Judea, y por toda la región de alrededor. (S. Lucas 7:11-17 RVR60)"


Es un auténtico escándalo, que prediquemos al Cristo resucitado, que hayamos experimentado la vida del resucitado y seamos y vivamos como personas y como comunidades de alma moribunda, tristes, des-animadas (sin alma), sin gracia, apenadas y parlantes del pasado, negándonos el futuro. Me pregunto: ¿Reflejamos así el espíritu de Jesús?

Escribía el poeta español, Jorge Manrique en "Coplas a la muerte de su Padre":


"Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte
tan callando;
cuán rápido se va el placer, cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer, cualquier tiempo pasado
fue mejor."


No podemos seguir tanto tiempo sin alma y mal usando el cerebro o por supuesto perdiéndonos en el pasado.

Últimamente Europa y América del Norte vive la epidemia cinematográfica de la resurrección de los 'zoombies'. Un zombie es un muerto viviente y se consigue un zombie, cuando tienes un cuerpo humano sin cerebro, ni sentimientos. Se alimentan de cerebros humanos sanos y contaminan a los seres humanos normales, con sólo morderles con sus afilados dientes, convirtiéndolos en zombies como ellos. Y se me olvidaba que habitan en comunidad, sin ninguna afectividad, sin relación entre ellos.

Los zombies de mi ciudad no muerden, pero van a lo suyo sin preocuparles el dolor ajeno, no piensan, consumen; no sienten, se aprovechan del poco amor que brota de los demás de forma egoísta, no agradecen a Dios ni a los demás casi nada, pues se lo han ganado todo por su esfuerzo. Los zombies de mi ciudad son multitud, pero nadie tiene que ver nada con nadie; si sientes, si padeces, si te dueles, o piensas, te señalan con el dedo, como si fueras contra su comunidad de muertos vivientes, no soportan que seas diferente.

Como cristianos nos toca vivir en la ciudad de estos seres secos interiormente, sin anima. Algunos cristianos han sido mordidos por la forma de vida y las costumbres de los que ya no tienen vida, actuando y pareciéndose más y más a ellos. Entonces asisto en el camino al funeral de quien se esperaba todo de ellos, de quienes pensábamos era la solución al legado del Evangelio del hoy y del mañana, de los que podrían ser el jardín de nuestra alegría, las flores bajo cuya tierra nos gustaría ver nuestros cuerpos o cenizas, sabiendo que ellos continuarían con el legado divino. Lo contemplamos como una madre que ve morir su proyecto de vida, que ve inerte el esfuerzo de sus manos, marchitandose, muriendo por dentro.

¿Te sientes así hoy? ¿Conoces a personas que viven y sienten así hoy?

Dios tiene que decir algo en esta situación. Como Jesús salió al camino y contempló esta dura realidad, quiere hacer algo. Sabe que devolver el ánimo a la madre no le soluciona el problema y que devolverle el anima, la vida, a quien la ha perdido es la solución de ambos.

La difícil tarea de la Iglesia, la misión de la Iglesia de hoy, esta en devolver el ánimo a quien lo ha perdido y ha pasado a ser un difunto para los demás, un muerto social, que por no poder consumir, gastar, ni dar nada a otros, se ve postrado interiormente y abocado a morir para los demás, por causa de la crisis económica y de valores de nuestros días, entre otras cosas.

La atención de Jesús y el interés de Jesús fue su invocación a nosotros: "¡levántate!" La tendencia del hombre a pararse y a marchitarse después, es la que nos mata poco a poco. El grito de Dios al profeta Elías en el relato de la viuda de Sarepta, es la infusión del ánimo a quien tiende a pararse en la vida. No actuar nos mata, y acaba con nuestro medio. Nuestra dejadez absurda es la que trae nuestra muerte en vida, silenciosamente.

"Vino luego a él palabra de Dios, diciendo: Levántate, vete a Sarepta de Sidón, y mora allí; he aquí yo he dado orden allí a una mujer viuda que te sustente." 1 Reyes 17.8

El relato del Evangelio gana en intensidad en la medida que la Vida se acerca a la muerte, Jesús conmina y grita al muerto: ¡levántate!, como sí le estuviese infundiendo el espíritu de la vida, resucitandolo, pasándolo del reino de la tristeza y el desánimo, al reino de la vida plena. Dios nos quiere vivos, para dar la vida.

La mujer no ha perdido a su hijo, sino que es viuda y para colmo de males no tenía nada más que a ese hijo para su sustento y ayuda. No cabe más desgracia, y en la vida. Esa mujer no esta celebrando el funeral de su ser querido, sino que con él esta asistiendo a su propio funeral en vida. El forense podría dictaminar muerte social, la muerte por pobreza y por la pena.

Jesús quiere levantar a los muertos vivientes. Les dota de corazón y de cerebro por su Espíritu Santo. Les infunde la fuerza del ánimo necesarias para infundir a otros la vida que otros van a necesitar. Si eres un hombre o una mujer que con sus palabras y acciones das ánimo a los demás, en nombre de Jesús, estas cumpliendo con la voluntad de Dios para el hombre de hoy.

De Jesús aprendemos a decir a nuestros hermanos y a nuestros congéneres, con palabras y acciones: ¡No llores!, porque para todo hay consuelo y ayuda. Aquí incluso hasta el extremo de la muerte. Jesús nos envía a proclamar el año esperanzador del Señor, levantando ánimos de los caídos, de los desamparados.

Lo gracioso del hecho es el miedo que desprende el despertar del muerto. ¿Ante quién están ellos? ¿Quién es este Jesús? O acaso, entre tanta muerte y tristezas, la vida asusta. Los muertos en vida, se asustan de ver cómo alguien puede cambiar su estado de ánimo, hasta ser otro renovado y distinto. Sólo Jesús sigue siendo quien hace estas cosas. En ti y en mi o en otros, Dios sigue trabajando para que disfrutemos de la vida de manera auténtica.

Unámonos con el salmista en este texto, que os invita, que desde nuestra alma alabemos a Dios, especialmente por su cuidado y su salvación con nosotros:


"Alaba, oh alma mía, a Jehová.
Alabaré a Jehová en mi vida;
Cantaré salmos a mi Dios,
Que hace justicia a los agraviados,
Que da pan a los hambrientos.
Jehová liberta a los cautivos;
Jehová abre los ojos a los ciegos;
Jehová levanta a los caídos;
Jehová ama a los justos.
Jehová guarda a los extranjeros;
Al huérfano y a la viuda sostiene,
Y el camino de los impíos trastorna.
Reinará Jehová para siempre;
Tu Dios, oh Sion, de generación en generación. Aleluya." (Salmos 146:1-10 RVR60)

Amén.



Pr. Felipe Lobo Arranz
Bilbao - Spain
E-Mail: [loboarranz@icloud.com

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