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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

3° domingo después de Pentecostés, 09.06.2013

Sermón sobre Lucas 7:11-17, por Leandro D. Hübner

 

 

Tema: La acción de Dios y la reacción de sus hijos.


Queridos hermanos y hermanas en Cristo.

Toda acción causa una reacción. Esta es una ley de la Física que también se aplica a muchas situaciones de la vida humana. Por ejemplo, son muy distintas las reacciones de los hinchas del equipo que vence el campeonato y las del equipo que lo pierde.

Así es también con la vida y los milagros de Jesús: provocan reacciones distintas. Sus milagros eran demostraciones de la acción de Dios, acción de amor. Estos milagros siempre causaban reacciones entre los discípulos, los seguidores, los críticos y las personas directamente beneficiadas por Jesús. Muchas eran las reacciones positivas - alabanza, gratitud, reconocimiento y adoración. Pero había reacciones negativas - ingratitud, desprecio, críticas...

El texto de Lucas 7.11-17 nos presenta una acción de Jesús y la reacción de las multitudes que le acompañaban. Con base en este texto, queremos meditar en el tema: La acción de Dios y la reacción de sus hijos.

Dos grandes grupos de personas se encuentran en la puerta de la ciudad de Naín. Uno de ellos lleno de alegría y expectativa, pues iba con Jesús. El otro, probablemente conformado por una gran parte de los habitantes de Naín, triste, de gente cabizbaja y desesperanzada, pues acompañaba el cortejo fúnebre de un joven, hijo único de una viuda.

La emoción y sufrimiento del cortejo fúnebre son grandes, porque la muerte del joven es acompañada de elementos trágicos. Aquella mujer ya había perdido a su marido y seguramente no cobraba ninguna pensión o jubilación, y encina ahora pierde a su único hijo, que probablemente le ayudaba en el sustento. Por eso, toda la multitud que le acompañaba no podía compensar su pérdida.

Sin embargo, la multitud que está rodeada por la dura realidad de la muerte, se encuentra con el Autor de la Vida. Lucas dice que al verla, el Señor tuvo compasión de ella y le dijo: No llores (v.13). Este "no llores" no era una expresión vacía y mecánica repetida muchas veces hoy en velorios, cuando no se sabe lo que decir. Cuando Jesús dice "no llores" es porque Él sabe que la situación de sufrimiento de aquella madre será revertida.

Y quien la revierte es el mismo Jesús: Él toca la camilla, detiene el cortejo y ordena al joven muerto: Joven, a ti te digo: ¡Levántate! (v.14). Y frente a la palabra de Jesús, el joven se levanta y comienza a conversar. Muestra así que la palabra de Jesús tiene poder sobre la propia muerte. Y más todavía: Jesús se lo entregó a la madre (v.15). Esto muestra que Jesús resucitó al joven para una vida de amor y servicio con su madre.

La acción de Jesús también le causó una reacción en las multitudes, que se puede resumir en tres palabras: temor, alabanza y testimonio. Esta es ciertamente la reacción que Dios espera de sus hijos delante de sus hechos: el temor y la adoración que llevan al testimonio que está en el verso 16: Dios ha venido a ayudar a su pueblo. Esto nos lleva a la segunda parte de nuestra reflexión: la acción de Dios en nuestra vida y cuál es nuestra reacción.

Muchos pueden decir que hoy no acontecen más milagros como aquel en el camino de Naín. La verdad es que los milagros de Dios acontecen a los miles en nuestra vida diaria, pero nosotros no nos damos cuenta de ello. Peor todavía: nace un niño, florece una flor, nace el sol, las plantas producen sus cosechas, nosotros comemos y bebemos, nos vestimos, tenemos salud... y pensamos que todo es natural, o decimos que tenemos suerte.

La verdad es que necesitamos reconocer lo que Lutero dice: somos todos mendigos y dependemos del Señor, que diaria y abundantemente nos regala con toda suerte de bendiciones materiales y espirituales.

Especialmente cuando hablamos de nuestra condición espiritual, es necesario acordarnos de que esta era peor que la situación del joven de Naín. Dice el apóstol Pablo: ...merecíamos con toda razón el terrible castigo de Dios... estábamos muertos a causa de nuestros pecados (Ef 2.3,5). En esta condición estábamos condenados a la eterna separación de Dios, pues dice el profeta Isaías que las maldades cometidas por ustedes han levantado una barrera entre ustedes y Dios (Is 59.2).

Es en esta condición que se manifiesta el gran milagro de la acción de Dios en nuestra vida. Primer, Él nos compró de vuelta para sí, no con oro o plata, mas con la santa y preciosa sangre de Jesucristo. Pablo dice que Cristo no cometió pecado alguno; pero por causa nuestra, Dios lo hizo pecado, para hacernos a nosotros justicia de Dios en Cristo (2Co 5.21).

Además, por medio del evangelio, el Espíritu Santo actuó en nuestras vidas, operando la fe y haciéndonos hijos de Dios y herederos de la vida eterna. Pablo dice en Efesios 2.1: El os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados. Y el apóstol Pedro anuncia este maravilloso mensaje de esta forma: Ustedes antes ni siquiera eran pueblo, pero ahora son pueblo de Dios; antes Dios no les tenía compasión, pero ahora les tiene compasión (1Pe 2.10).

Realmente, cuando evaluamos nuestra vida, debemos reconocer que Dios actuó y actúa maravillosa y abundantemente en nuestra vida. Nos ha dado lo suficiente para la vida material y, especialmente, nos hace sus hijos y herederos de la vida eterna. La gran pregunta ahora es: ¿Cuál ha sido nuestra reacción delante de las acciones amorosas de Dios en nuestra vida?

Hay mucha gente que se pierde su tiempo quejándose de la vida y de Dios: muchos andan apáticos, indiferentes y hasta insensibles delante de las maravillas de Dios en su vida. Pero el cristiano, el hijo de Dios, reconoce y reacciona delante de las acciones del amor de Dios en su vida. Por eso, su vida expresa alabanza, gratitud, adoración y testimonio.

Es la misma acción amorosa y salvadora de Dios en nuestras vidas la motivación para que vivamos adorando y sirviendo a Dios. Reconocemos que por la acción del amor de Dios, Él nos hace sus hijos, que, en respuesta, le adoran con una vida de alabanza, servicio y testimonio de fe en la vida diaria.

Sirviendo a nuestro Padre queremos ser instrumentos para que Él pueda actuar y transformar la vida de muchas otras personas, haciéndolas también sus hijos salvos para la vida eterna. Reaccionando de esta forma estaremos de hecho llevando Cristo para todos.

Que Dios nos haga reconocer siempre sus acciones en nuestras vidas y nos lleve a las reacciones esperadas por Él: alabanza, adoración, servicio y testimonio. Amén.





Rev. Leandro D. Hübner
Rio Branco, AC, Brasil
E-Mail: edahu@gmail.com

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