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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

4. domingo después de Pentecostés, 16.06.2013

Sermón sobre Lucas 7:36-8,3, por Fabián Paré

 

«…a quien que se le perdona poco, demuestra poco amor...»  

La escena que nos presenta el evangelio de hoy, deja entrever la descalificación y segregación social que estaba instalada en la sociedad en la que se desenvolvía Jesús: ‘si este hombre fuera un profeta, sabría quién es esa mujer que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora!’ (Lc 7,39).  Y es sobre esa realidad social que Jesús propone reflexionar la manera que actúa el amor de Dios, y la fe humana.  Es interesante cómo Jesús usa el ejemplo para hablar del amor de Dios, veamos lo siguiente, la situación involucra una mujer que derrama perfume sobre sus pies, los seca con sus cabellos y los besa; situación sobre la que el público hace notar lo que la generalidad de la población pensaba y sostenía sobre aquella mujer, considerándola alejada de Dios.  Sin embargo aquella persona que se la consideraba alejada de Dios, viene a ser el ejemplo del lugar donde Dios se hace presente de la manera más intensa.

Este relato nos interpela a las realidades que muchas veces -y por desgracia- nos vamos acostumbrando a verlas como ‘normales’, realidades de discriminación e intolerancia, de sometimiento y sumisión.  Esas realidades que nos hacen creer que hay personas que están más cerca de Dios, y otras que están más alejadas de él; creencias que deforman la manera de conocer a Dios.  Cuando nos vamos acostumbrando a estas creencias, lo que hacemos es construir distracciones que desorientan el camino saldable de la vida, al menos de la vida que es dada por Dios, dado que nos volvemos jueces de la vida de otras personas.  La reflexión propuesta por Jesús nos lleva a ubicar la fe junto al reconocimiento de la falta, o pecado que nos distancia de Dios; dado que este reconocimiento es la señal de aceptar la participación que tenemos en los males que nos toca sufrir en este mundo.  De esto podemos entender que la falta de fe tiene relación con la ausencia de reconocimiento de lo que nos distancia de Dios. 

Sin fe no es posible ver a Dios, y a Dios se lo ve en el reconocimiento del mal que sostenemos, de modo que en la medida que asumamos como ‘normales’ las conductas de discriminación e intolerancia, de sometimiento y sumisión, estaremos alimentando una creencia que nada tiene que ver con Dios.  Cuando se experimenta el encuentro con Dios, lo que debe ser entendido como experiencia de fe, es una experiencia que moviliza a salir de los lugares desde los que reproducimos los males (de los que desafortunadamente solemos acostumbrarnos).  Las personas que sostenían desde su lugar, la discriminación y prejuicio sobre aquella mujer que derramó el perfume sobre los pies de Jesús, aún no habían experimentado la fe cristiana; sin embargo esa mujer que besó los pies de Jesús experimentó la salvación de Dios (fe), cuando se sintió movida a salir del lugar social en el que la habían ubicado toda su vida. 

El ejemplo de Jesús nos deja pensando en la manera que tenemos de comprender el perdón en nuestra convivencia, según nuestras costumbres y lo que consideramos ‘normal’: si se perdona poco, se ama poco; si se perdona mucho, se ama mucho.  En el hábito de perdonar de poco a nada, estamos constantemente construyendo una convivencia vaciada de amor, condicionando de esta manera la posibilidad de revertir los males que nos toca vivir en este mundo.  Son muchos los ejemplo que podemos poner en reflexión a la hora de pensar el significado de la fe cristiana en medio de las realidades violentas que sufre la humanidad, y junto a ello debemos tener presente el amor, amor que muchas veces está adormecido por la frialdad o ‘normalidad’ a la que estamos acostumbrados.  Los sentimientos de superioridad, la soberbia y arrogancia con la que se suele comprender la vida de las demás personas -mayormente sin conocer más allá de lo superficial y aparente- suele ser la fuerza impulsora de aquello insalubre que nos aleja de Dios.

Jesús nos provoca al proponernos desestructurar las costumbres que tenemos instaladas en nuestra convivencia, nos desafía a desarticular la comprensión de ‘lo normal’ que ordena nuestros valores y así pretende dominar la orientación de nuestras decisiones y pensamientos.  El cambio al que nos conduce la fe, esta experiencia de asumir la falta por la que hemos sido perdonados por Cristo, desestabiliza el mal que hace gemir la creación de Dios.  La fe nos permite la posibilidad de reestablecer un orden de valores que brota de Jesucristo, y reorienta nuestras decisiones y pensamientos hacia algo saludable.  No dejemos de alimentar esta experiencia de fe que nos sigue convocando a desarticular las costumbres insalubres que están instaladas en nuestra convivencia.



Pastor Fabián Paré
Eldorado Mnes, Argentina
E-Mail: fabianpare@gmail.com

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