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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

5. Domingo después de Pentecostés, 23.06.2013

Sermón sobre Lucas 9:18-24, por Dieter Kunz

 

 

La perícopa del evangelio de hoy, después de mencionar que Jesús estuvo orando, consta básicamente de tres partes:

1. la pregunta de Jesús por cómo lo ven la gente y los propios discípulos, y la respuesta de Pedro, su "confesión mesiánica" (18-21),

2. el anuncio de la pasión (22),

3. las condiciones para seguir a Cristo (23-24).

Después de estar hablando con el Padre, - a partir de su íntima unión con Dios - Jesús pregunta a los discípulos, qué dice la gente de él. Si Jesús estuviera hoy encargaría hacer una encuesta.

¿Por qué pregunta Jesús de esa manera? ¿Tendría dudas acerca de su identidad, que debía tener la confirmación de la opinión de la gente? ¿No estaría seguro de su misión?

La mención de que antes de aquel intercambio de opiniones él estuviera orando nos hace pensar que la pregunta de Jesús por la opinión de la gente es meramente la introducción a la pregunta a los discípulos: Y ustedes, ¿quién dicen que soy? Y pienso que tampoco es una duda o una curiosidad lo que mueve a Jesús a preguntarles. Más que querer saber la opinión de los discípulos, Jesús quiere hacerles tomar posición a ellos, les pregunta para que ellos se definan. Es como cuando nosotros les pedimos a los confirmandos o a nuevos miembros de la congregación que profesen su fe, que digan, qué y quién es Jesús para ellos; que lo expresen públicamente para de esa manera fortalecer su propia fe. Nos hace bien a nosotros mismos decir abiertamente que somos cristianos, que somos creyentes, porque creemos que Jesucristo es el Hijo de Dios, que Jesús es el Salvador del mundo.

Esa es la respuesta de Pedro: tú eres el Mesías de Dios.

¿Tenía claridad Pedro acerca del juicio que acababa de emitir? ¿Pensaba como Jesús - o expresaba la idea de Mesías que era común entre los judíos de ese tiempo? El Mesías que esperaba la gente era más bien una figura política, un salvador que en el mejor de los casos iniciaría un movimiento por la liberación del pueblo judío contra la fuerza invasora romana. 

Pedro dice: tú eres el Mesías de Dios. ¿Estaría pensando Pedro en esa línea de mesías político? ¿Estaría pensando que en caso necesario habría que recurrir a la violencia, a la espada, para defender al Mesías Jesús?

Por eso no sorprende la respuesta de Jesús: "No se lo comenten a otros. Porque mi concepto de Mesías es diferente". El Mesías de Dios no es héroe político; es un Salvador, pero de otra clase. Es un rey, pero que llega cabalgando humilde sobre un burrito.

El reino de Jesús no es de este mundo. No es un reino que se impone por la fuerza ni por la democracia, es el reino del amor, de la humildad, de la entrega. Es el reino en el que el amigo da su vida por el amigo.

Por eso, el camino de Jesús pasa por pasión y muerte. Es la vida de Jesús que se entrega por sus amigos.

Y por eso, ese también debe ser el camino de sus discípulos: negarse a sí mismos, no ser ya uno mismo el centro de su vida.

Si queremos ir con Jesús tenemos que aceptar sus condiciones y entenderlas como él las entiende. Renunciaremos a querer imponer la influencia de la iglesia a través de acciones políticas (me refiero a los esfuerzos por ocupar puestos en estrados políticos para ser reconocidos, pero no a las acciones de ayuda a necesitados y tampoco a las denuncias proféticas contra los abusos de autoridad, de corrupción y violencia por parte de autoridades políticas; en ese sentido, la iglesia sí tiene una misión en la política).

Creo que esta línea de la propuesta de Jesús también tiene que hacernos dudar de la necesidad de megaeventos o megaevangelizaciones como método de comunicar el mensaje de Jesús. No es por lo espectacular, no es por lo impresionante      que  tenemos que imponer el evangelio.

El Mesías no se impone por la fuerza, no se impone por lo espectacular ni por sus milagros, ni busca hacerse aplaudir. Al contrario, el Hijo del Hombre tiene que sufrir mucho y es rechazado.  

Y es ese el camino que también le ha sido marcado al discípulo, al seguidor de Jesús. Así como Jesús mismo, también el discípulo ha de cargar su cruz. Cargar la cruz - es poner la vida entera al servicio de la misión de Jesús, al servicio del otro.

A esto Jesús lo llama perder la vida por él. Y quien pierda su vida por él, en realidad la ganará, salvará su vida.

En el evangelio de Juan, Jesús dice: (15,13) Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.

Sabemos que Jesús no lo dijo por decir, - lo dijo y lo hizo así, dio su vida por sus amigos.

Así también lo tenemos que hacer sus discípulos, debemos gastar la vida, no cuidarla. Es como con el dinero: a quien sólo lo acumula para tener un colchón, no le sirve para nada, salvo para su presunta tranquilidad. En cambio, quien lo usa para trabajar, quien lo invierte, puede hacer utilidades. Y no sólo para sí mismo, sino para la comunidad.

En mayor medida, la entrega de la vida por los demás redunda en beneficio para otros y aún para uno mismo.

Como cristianos tenemos que darnos cuenta de que la vida nos es dada, no para que la "cuidemos", para que "no nos pase nada", sino para que la gastemos para bien de los demás.

Así nuestra vida tendrá sentido, verdadero sentido.

Es esa la condición que pone Jesús para seguirle. No quiere quitarnos valor, sino guiar nuestros esfuerzos a la construcción del Reino, de ese Reino que él inició negándose, también él, a sí mismo y asumiendo la cruz en obediencia a la voluntad del Padre.

¿En qué consiste, pues, cargar con la cruz?

¿Es soportarlo todo simplemente como si toda adversidad y dolor nos lo mandara Dios mismo?

Así se sostiene a veces, pero no es esa la cruz que Jesús nos exige cargar. Él quiere que todos los discípulos estén dispuestos a vivir de la misma manera que él vivió, aun sabiendo que eso les puede traer incomprensión, burla de otros, enemistad, desprecio, incluso persecución y quizá la muerte, como lo sufren aún hoy cristianos en diversas regiones de nuestra tierra.

Esa es la cruz de Jesús, y también debe ser la nuestra.

¿En qué terminó la entrega de Jesús hasta la muerte? ¿Fue la cruz su lamentable final?

Claro que no: al igual que la entrega y la cruz de Jesús terminaron en la resurrección y la vida, también el cristiano que entrega su vida por la causa de Jesús no la pierde, sino recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna" (Mateo 19,29).

Por eso: tengamos el coraje de dar, porque el que da, recibe; estemos prestos a entregar la vida, porque "el que pierda la vida por causa de Jesús, la salvará".

 



Pastor Dieter Kunz
Baradero, Argentinien
E-Mail: ingekunz4@gmx.de

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