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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

7. Domingo después de Pentecostés, 07.07.2013

Sermón sobre Lucas 12:13-21, por Fabián Paré

¿Y para quién será lo que has acumulado?  

Las personas despliegan su convivencia guiadas por sus valores e intereses, muchas veces la misma  motivación se encuentra alimentada por aquello en lo que se afana diariamente.  El afán o anhelo vehemente, suele llegar a ocupar el lugar del deseo en la vida; si bien el deseo es saludable y hasta permite disfrutar la vida, el afán suele distraer al deseo perjudicando su sana finalidad y acaparando las decisiones y acciones de las personas.  Una de las formas en que el afán domina la dirección del deseo, es la avaricia.  El relato de hoy deja entrever uno de los afanes que suelen guiar la conducta de las personas, sobre todo de aquellas que no sacian su sed de acumulación de riquezas.  Una persona que busca decirse a sí misma: “alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come y bebe, date la buena vida” (Lc 12,19), no es solo la ocurrencia de esa persona, sino un estilo de convivencia que es alimentado diariamente en la sociedad.  El sentir de esa frase late y se encarna en distintas realidades que experimentan los grupos sociales, transformándose en el afán de la vida.  Aun cuando ese afán fuera perseguido dentro del ámbito del trabajo, es un afán dañino para la salud; cuánto más cuando es perseguido fuera del ámbito del trabajo, alimentando las distintas corrupciones que están instituidas en las múltiples organizaciones de la sociedad.  Cuando en la vida -de forma consciente o inconsciente- lo primero es cuidar y multiplicar el capital que se posee, las demás relaciones se ordenan en función de eso.  He aquí una razón de por qué un rico difícilmente deje de ser rico.  Muchas personas que habitan entre sus riquezas se brindan a ayudar a las personas menos afortunadas, pero lo hacen desde la perspectiva de la limosna, es decir de dar lo que le sobra, nunca con nada que afecte los intereses de sus capitales.  Por ejemplo, respeto a quien fuera la madre Teresa de Calcuta, pero los ricos que financiaban los comedores de su obra, nunca pusieron en riesgo sus intereses; en otras palabras, no transformaron la pobreza, sino que la sostuvieron.  El problema no está en ser ricos o pobres, el problema está en el afán que condiciona las decisiones y las acciones.

Si el afán instituido socialmente es el de proteger el capital que se tiene, por más pobreza que sufra una persona, se comportará con la misma mezquindad que el rico que sostiene la pobreza para asegurarse el control del poder.  Es decir, ricos y pobres sostienen una distancia de la posibilidad de construir espacios y mecanismos de convivencia que erradiquen la pobreza.  Al rico no le interesa que dejen de haber pobres, porque su manejo del poder depende de ello; y a los pobres no les interesa que deje de haber pobreza, les interesa que ellos dejen de ser pobres; de esta manera la sociedad no pudo despojarse del afán que se instaló con la avaricia, los pequeños gestos o intentos de algo diferente, no pudo romper con ese poderoso sistema que muele el deseo, para obtener como producto grupos funcionales a los intereses de los que se afanan por controlar el poder.

Jesús advierte sobre algo: “cuídense de toda avaricia, porque aun en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por las riquezas” (Lc 12,15).  La vida de una persona estaría asegurada en el deseo que le permite disfruta de la vida, pero la avaricia nos hace creer que disfrutar de la vida es acumular lo suficiente para ‘descansar, comer y darse la buena vida’.  Jesús nos recuerda que ‘la buena vida’ no se encuentra por medio de la avaricia, dado que ese afán de acumular nos absorbe el poco tiempo que tenemos para vivir.  Nuestro tiempo en este mundo es limitado, muy limitado aunque a veces creamos que viviremos para siempre; si consideramos que la riqueza está en los bienes y no en la posibilidad de ser felices en la convivencia, es porque se conserva una idea de riqueza asociada al poder, y un poder insalubre dado que se trata de un poder que permita el dominio sobre otros.  Si solo nos consideramos ricos cuando tenemos poder y dominio sobre otros, estaremos postergando permanentemente la posibilidad de ser felices.  La vida tiene que ver con la felicidad, y no con la competencia salvaje de dominar y ser dominados.

Hoy nos toca experimentar realidades sociales que, salvando las distancias tecnológicas, siguen siendo similares a la realidad social en la que Jesús le señalaba esta advertencia de no dejarse guiar por cualquier avaricia, o cuidarse de ella.  La fe cristiana nos invita a reflexionar la avaricia que condiciona nuestras decisiones y comportamientos en la vida cotidiana, sobre todo reflexionando la manera en que sostenemos realidades que están guiadas por el afán de cuidar el capital y todo lo que nos permite tener dominio sobre otras personas, postergando la posibilidad de construir realidades diferentes.



Pastror Fabián Paré
Eldorado Mnes, Argentina
E-Mail: fabianpare@gmail.com

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