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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

Último domingo del año eclesiástico, 24.11.2013

¿A qué Rey esperamos?
Sermón sobre Lucas 23:35-43, por Sonia Skupch



La gente estaba allí mirando; y hasta las autoridades se burlaban de él, diciendo:
-Salvó a otros; que se salve a sí mismo ahora, si de veras es el Mesías de Dios y su escogido. Los soldados también se burlaban de Jesús. Se acercaban y le daban a beber vino agrio, diciéndole:
-¡Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo!
Y había un letrero sobre su cabeza, que decía: «Este es el Rey de los judíos.»
Uno de los criminales que estaban colgados, lo insultaba:
-¡Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y sálvanos también a nosotros!
Pero el otro reprendió a su compañero, diciéndole:
-¿No tienes temor de Dios, tú que estás bajo el mismo castigo? Nosotros estamos sufriendo con toda razón, porque estamos pagando el justo castigo de lo que hemos hecho; pero este hombre no hizo nada malo:
Luego añadió:
-Jesús, acuérdate de mí cuando comiences a reinar.
Jesús le contestó:
-Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso.

Queridas hermanas y hermanos:

La paz y la gracia de Dios sean con todos nosotros. Amén.

Este domingo es el último domingo del año de la iglesia. A partir del próximo domingo comienza Adviento, que es el tiempo de espera y preparación para la venida de Jesús. Este domingo también es conocido como el domingo de Cristo Rey, donde reconocemos que Jesús es el rey de nuestro mundo y de nuestras vidas. ¿Quién y cómo es este rey que es el rey sobre todas las cosas y que decimos que también es el rey de nuestras vidas?

¡Cuántas representaciones tan diversas que existen actualmente de Jesús!

Jesús como un bebé gordito en un pesebre, rodeado de su madre María y su padre José.
Jesús como un hombre apuesto, rubio y de ojos claros, con imagen angelical.
Jesús como amigo de los niños, rodeado por ellos, conversando...
Jesús como el Maestro que enseña cómo se debe vivir.
Jesús como el humilde carpintero de Nazareth, identificado con los más pobres.
Jesús como un hombre golpeado y torturado, sosteniendo todo el peso de su propia cruz.
Jesús como el siervo sufriente, como el más despreciado y rechazado, aquel que sufre por todos.

En los tiempos del nacimiento de Jesús, ya desde hacía varios siglos que Israel estaba esperando la llegada de su Mesías, de su Salvador. Israel era un territorio continuamente dominado y explotado por sus vecinos más cercanos y también por pueblos más lejanos: los babilonios, los persas, los griegos y los romanos en tiempos de Jesús. Desde el reinado de Salomón, Israel nunca más había sido un reino independiente, libre y próspero. Esto acarreó mucho sufrimiento y dolor a las personas individuales como también existía un dolor generalizado como nación. ¿Qué pasó con nosotros? ¿Qué pasó con las promesas de Dios a Abraham, de que iba a nacer una nación grande, con mucha descendencia y una tierra propia? Por eso fue surgiendo la idea en el pueblo de Israel de que llegaría un Mesías, un elegido de Dios, designado para redimir y salvar al pueblo de Israel, para llevar a cabo un juicio contra sus enemigos y para ser agente verdadero de Dios mismo en este mundo. Esta esperanza no solamente se mantuvo intacta a lo largo del tiempo, sino que también se fue acrecentando a medida que el pueblo de Israel fue oprimido por los gobiernos de turno.

La expectativa dominante era la de un nuevo rey de Israel, así como lo había sido David, con un claro papel de liberación política y de conquista. Este nuevo rey terminaría con la ocupación y explotación de los romanos y traería por fin paz política al pueblo. Habría un juicio contra todos aquellos que sojuzgaron al pueblo y ellos por fin serían libres.

Pero también en ese tiempo surgieron profetas, hombres de Dios como por ejemplo Isaías, que dijeron que ese Mesías que vendría sería muy distinto. Sería sí un gran rey, pero un rey pacífico, entregado a todos, identificado absolutamente con los más desprotegidos, los más pobres, los más indefensos, y que moriría la más cruel y avergonzante de las muertes para liberarnos de todas nuestras ataduras. Para hacer de nosotros personas libres que puedan en libertad vivir el amor hacia los demás, la esperanza, practicar la justicia. En esa libertad que nos quita el peso de nuestras espaldas, de nuestras preocupaciones, nuestros dolores, nuestro pecado y que nos hace libres para vivir con gozo y con alegría nuestra vida como discípulos de Jesurcisto.

Jesús fue el Mesías tan esperado, pero fue distinto a lo que la mayoría esperaba, era el Elegido de Dios, pero cumplía los designios de Dios de una manera distinta, como ya el profeta Isaías lo había anunciado. El Mesías quien en realidad fue el servidor de todos y aquel que sufrió por todos los hombres y mujeres. Dice en Isaías 50:6: "Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían." Este el Salvador al que esperamos. Su plan de salvación era y es mucho más abarcativo y mucho más amplio de los que muchos en su tiempo lograron imaginar. Jesús vino y sigue viniendo como aquel que trae la paz, la justicia y la esperanza en forma plena para todos y todas. Él vino como aquel que trae libertad y plenitud al ser humano en todas las dimensiones de su vida.

Pero no confundamos esta salvación plena que nos ofrece Jesucristo con una redención meramente espiritual, limitado únicamente al alma. Eso sería caer en el mismo error que aquellos que esperaban un caudillo que los libere de la opresión romana, es decir, ver este plan de salvación de una forma limitada. Jesús no vino solamente a salvar el alma, sino que vino a salvar la totalidad de la vida humana y traer vida plena para nuestra vida de todos los días en todas las dimensiones de nuestras vidas: como vecinos, como madres y padres, como amigos, como miembros de una comunidad de fe y como ciudadanos. Una vida nueva, una vida distinta y plena, en donde nos relacionamos con los demás y con la Creación de Dios a partir del respeto y de la valoración del otro.

Nos estamos acercando al tiempo de Navidad y con ello a fin de año y todos los festejos y celebraciones propios de este tiempo. Este tiempo de Navidad puede ser uno más de los tantos en donde corremos de un lado al otro, apurados por terminar con la larga lista de tareas que tenemos pendientes, o puede ser realmente un tiempo de oportunidad para prepararnos en nuestras vidas en la esperanza, la alegría y la salvación que nos da Jesucristo. Estas cuatro semanas de Adviento que están por comenzar son una oportunidad para renovar nuestras vidas y para recibir en nuestras vidas a este Jesús que es el Rey, pero un rey humilde y sencillo, pobre e indefenso, identificado con los más pequeños y débiles.

Yo los invito a que no dejen pasar esta oportunidad. A que no se dejen llevar por el trajín de las cosas y por esta avalancha de fin de año. Sino que este tiempo sea realmente un tiempo de preparación de nuestras vidas a este rey que viene. Este Rey que está del lado de los más pequeños y que nos desafía constantemente a caminar así como él lo hizo.

Que en este tiempo, como mujeres y hombres podamos cantar: "¡Hosanna! ¡Bendito aquel que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito aquel quien nos trae libertad, plenitud de vida, paz y esperanza!". Amén.




Pastora Sonia Skupch
Buenos Aires, Argentina
E-Mail: skupch_amarillo@yahoo.com

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