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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

Navidad, 25.12.2013

Sermón para el día de Navidad
Sermón sobre Lucas 2:1-14, por Amós López Rubio

No sabemos la fecha en que Jesús nació. Hacia finales del siglo IV de nuestra era, la iglesia de Roma comenzó a celebrar la Navidad el 25 de diciembre, porque ese era el día de la fiesta del Sol Invicto, la adoración al sol como un dios. Una iglesia en crecimiento, y que además contaba con el favor y el apoyo del emperador romano, fue transformando el contenido de aquella fiesta de gran arraigo popular hasta convertirla en la celebración cristiana de la Navidad. A partir de aquel momento comenzaría a observarse la festividad donde Jesús será adorado como el verdadero Sol de Justicia, “el Sol naciente que ilumina a los que están en las tinieblas”.

De este modo, la Navidad entró en el calendario litúrgico, y junto a la celebración de la resurrección, constituyen los grandes ejes del año cristiano y a la vez los eventos principales de la fe cristiana: Dios se ha humanizado, para desde nuestra humanidad redimirnos y recrear la vida por la resurrección. Creo que Lucas, mucho tiempo antes, tuvo esta intuición y por lo tanto quiso también incorporar los relatos de la natividad del Señor. Entre los cuatro evangelistas, Lucas es el que nos ofrece más detalles sobre los acontecimientos relacionados con el nacimiento de Jesús. Los personajes que aparecen en la historia, la situación en la cual se dan los hechos y la comprensión de este relato en el conjunto de la obra escrita de Lucas, que comprende el evangelio y el libro de los Hechos, nos permiten ver que el evangelista quiere comunicar algo más que una hermosa narración que se ha convertido, quizás, en una de las historias más conocidas en el mundo.

¿Quiénes son los personajes de la primera Navidad? María, una jovencita desconocida de la ciudad de Nazareth, comprometida para casarse en breve tiempo, pero que se atrevió a desafiar los prejuicios de su futuro esposo y de la sociedad al aceptar un embarazo premarital, diciendo al ángel de Dios: “Yo soy la servidora del Señor, hágase como has dicho”. José, carpintero, descendiente de la familia de David, que a pesar de la situación extraordinaria en la que se vio envuelto, decidió acompañar a María, enfrentar los peligros y dar su paternidad a Jesús. Pastores de ovejas, gente sencilla, sin estudios, con un oficio que socialmente no era muy apreciado. Sin embargo, creyeron al anuncio del ángel y fueron a Belén a encontrar al niño, y después regresaron alabando a Dios por todo lo que habían visto y oído.

Simeón, hombre justo y piadoso que esperaba el consuelo de Israel, fue al templo el mismo día que José y María llevaron al niño Jesús para consagrarlo al Señor. Simeón tomó al niño en sus brazos y dijo: “mis ojos han visto la salvación de Dios para todos los pueblos”. Y finalmente tenemos a Ana, una anciana centenaria, una profetisa que había dedicado su vida al servicio en el templo con ayunos y oraciones. Ana hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.

Aquí tenemos a la comunidad de Lucas: niños, jóvenes, adultos y ancianos. Una comunidad diversa, donde cada quien tiene un mensaje que compartir, donde todos y todas, a su manera, proclaman la buena noticia de la Navidad. La iglesia que vive y anuncia la Navidad, lo hace desde una sinfonía de voces, rostros y experiencias, y en medio de esa diversidad está el clamor por una vida con paz y justicia, está la manifestación de la alegría por la llegada de un tiempo de salvación y esperanza. Necesitamos en esta Navidad y siempre, abrir los espacios para que la comunidad se manifieste en su diversidad, para que cada historia de vida nos ofrezca una nueva mirada sobre la Navidad, y que la Navidad sea también la historia que nos pertenece a todos y a todas por igual.

Pero la Navidad no es solo comunicar un mensaje, hace falta comprometerse con el contenido de ese mensaje. Lucas quiere decirnos algo importante: la comunidad que vive y anuncia la Navidad es aquella donde Dios y los seres humanos se juntan para construir el reino, un reino que, en las palabras de los propios protagonistas del relato, “no tendrá fin, es un reino donde lo imposible se hace posible, donde la misericordia se extiende de generación en generación, donde Dios dispersa a los soberbios de corazón, derriba a los poderosos de su trono, eleva a los humildes, colma de bienes a quienes tienen hambre y despide a los ricos con las manos vacías; un reino de luz, de perdón, de santidad y justicia, un reino de paz; pero también será un reino de confrontación, que despertará contradicciones, conflictos, para clarificar los pensamientos íntimos de muchos”.

Esta comunidad que vive y anuncia el mensaje de la Navidad también cultivará una mística de la liberación. El mensaje de los ángeles a los pastores combina la gloria en los cielos con la paz en la tierra, no anuncia solo una de las dos cosas, o una a pesar de la otra. Se trata de una espiritualidad que se expresa en una relación estrecha entre la vida devocional y la lucha concreta por la transformación del mundo. Es una espiritualidad donde la gloria de Dios en los cielos ilumina la tierra y donde la paz de Dios en la tierra glorifica a Dios en los cielos.

Esta comunidad de Lucas también sabe desde donde se construye ese reino que el niño Jesús inaugura. Para Lucas, el reino de Dios es una buena noticia que no todos reciben con alegría, ¿por qué el rey Herodes, los escribas y fariseos, y las autoridades romanas no están presentes en la celebración de la primera Navidad? Estas personas, que también representan el poder político, económico y religioso de la época no son los primeros destinatarios del mensaje de la Navidad, no porque no lo necesiten sino porque sus intereses y privilegios no les permitían comprender y acoger la propuesta del reino de Dios. Cuando Lucas quiere demostrar que Jesús es el Mesías de Dios, Salvador de la humanidad, nos dice: “los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos vuelven a la vida y a los pobres se les anuncia la buena noticia”.

Es necesario que la iglesia que vive y anuncia el mensaje de la primera Navidad no pierda de vista desde y hacia donde se realiza el reino de Dios. El mensaje de la Navidad tiene que ver con las actitudes personales, con la disposición para acoger el amor de Dios, pero con el propósito de participar en la misión de ese Dios que desea un mundo sin violencia, sin injusticias, sin exclusión, sin muerte. En un artículo que reflexiona sobre este pasaje de Lucas, Plutarco Bonilla, subraya que el mensaje de la Navidad afirma la persona, afirma la vida, afirma los valores que sustentan la vida, afirma el carácter comunitario de la propia vida y afirma el servicio como la expresión más auténtica de la solidaridad y de la comunidad. La iglesia vive y proclama el reino de Dios desde aquellos lugares donde precisamente la vida está siendo amenazada, donde es más frágil, donde se hace urgente la solidaridad, el sostén de la comunidad, la lucha por la dignidad y los derechos humanos.

Esta comunidad de Lucas es, finalmente, una comunidad del Espíritu. El Espíritu Santo es el verdadero protagonista de toda la obra de Lucas. Es el Espíritu quien va tejiendo los hilos de la historia. Es el Espíritu que engendra la vida en María, que convoca a los encuentros con el recién nacido, donde las personas alimentan sus sueños y esperanzas. El Espíritu hace posible la existencia de la comunidad y unge a esa comunidad para que anuncie la buena noticia de la liberación humana en Cristo. 

Sí, Lucas quiere decirnos algo más a través de este cuadro de la Navidad. El nacimiento de Jesús es mucho más que una escena llena de ternura y armonía, plasmada en una postal o un calendario de pared. Es la puesta en marcha de la obra redentora de Dios en el mundo, es el principio de su reino, vivido y proclamado por Jesús de Nazareth y después por toda la comunidad de sus discípulos y discípulas hasta nuestros días. Es también una guía para encontrar a Dios hoy y descubrir la acción de su Espíritu en un pesebre oscuro, en la hierba seca que nadie mira, en las familias desplazadas al margen de la sociedad, en los obreros que infatigablemente velan y cuidan cuando otros duermen y se pierden la posibilidad de ver las señales de los nuevos tiempos.  

La Navidad de Lucas nos dibuja una puerta de entrada al año que está por comenzar. Somos llamados y llamadas a ser una comunidad que viva y anuncie la buena noticia de la salvación de Dios en Cristo; una comunidad que en su diversidad comparta las muchas maneras en que vivimos y anunciamos el reino de Dios; una comunidad que encarne una mística de la liberación donde la gloria de Dios y la paz en la tierra vayan juntas de la mano; una comunidad que nunca abandone el lugar humano y social desde donde servimos a nuestros semejantes, celebrando y defendiendo la vida; una comunidad sensible a la acción del Espíritu que nos trae una constante renovación, una permanente actualización de nuestra misión y razón de ser. Que en el nuevo año podamos sentir y practicar estas dimensiones de la comunidad de Lucas y ser una señal viva y eficaz del amor de Dios.

Termino compartiendo un texto escrito por la biblista chilena Paola Pardo.

Navidad

Llega la Navidad y con su magia

siento piedad de la preñez de las Marías tristes

que arrullarán a niños no con cantos sino con lágrimas.

Piedad de las Marías en cuyas navidades

se sentará a la mesa, como dueño, el dolor.

Y al ver tanta alegría en las plazas y calles,

también me causan pena los zapatitos rotos

que Santa Claus no mira cuando trae juguetes.

¡Ay, los ojitos tristes de miradas acuosas

en que brillan las lágrimas sin luces de colores!

Pienso que mientras todos cantamos villancicos

al pie del nacimiento y junto al colorido

de luces centelleantes de nuestro árbol,

a lo mejor, muy sola, alguna anciana reza

porque vuelvan los hijos al calor del hogar.

Pienso en todas las mesas de todos los hogares,

desde las opulentas hasta las miserables.

¡Dios sabe en cuántas mesas no hubo Navidad nunca!

¡Cuántos, la Noche Santa, se sentarán con odio

a indigestarse el alma con el pan del rencor!

Llega la Navidad, a Dios Niño roguemos:

“Haz que el pan de los tristes pierda todo amargor.

que la paz de nuestra alma sea paz para todos,

que tornen los ingratos donde aguarda el amor

y que todos perdonen, y que todos sonrían”.

Las campanas cantan sus himnos de paz

y el dulce milagro de la Navidad

se filtra en el alma con suave quietud.

¡Hagamos felices a nuestros hermanos!

¡Hagamos felices a nuestras hermanas!

A quienes han sufrido, brindemos amor.



Pastor Amós López Rubio
La Habana, Cuba
E-Mail: lopez.amos70@gmail.com

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