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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

Tercer domingo después de Epifanía, 26.01.2014

Sermón sobre Mateo 4:12-23; Isaías 9:1-4; 1ª Corintios 1:10-18 4:, por Romina Laura Roger

 

¿Qué nos trae Jesús... qué compartimos de Él? Al leer el texto del Evangelio, una cosa me puso en perspectiva: la idea de estar allí, de meterme en el relato como en un viaje en el tiempo... y en un juego entre aquella comunidad, y esta en la que vivo mi fe de hoy me pregunté: ¿Todavía tenemos expectativas en Jesús? Digo, ¿todavía nos provoca seguirlo? ¿E invitar a otros a seguirlo?

Y es que el relato que hace Mateo es el del inicio de la actividad pública de Jesús, el comienzo, el despliegue de un escenario de lo que será Jesús como predicando y trayendo el "reino" en su plenitud.

Vale tener en cuenta algunos pequeños detalles: Jesús comienza su actividad tomando como referencia los signos de los tiempos. El evangelista hace notar que no empezó Jesús sin más cuando quiso, sino al ver que habían encarcelado a Juan. Jesús reacciona ante este hecho de la historia que le rodea.

El contenido de lo que sería la "primera predicación" de Jesús, o, más bien, el núcleo de la predicación de Jesús es la venida del reino de Dios como buena noticia que invita al cambio, una continuación de la predicación de Juan, pero que se fortalecerá. La predicación de Jesús no era solo un anuncio, sino una conmoción: Jesús anunciaba para empujar al cambio, para animar la esperanza en el cambio que Dios mismo estaba a punto de empujar. Por eso su anuncio es para la conversión: Cambien su vida y su corazón -vuélvanse a Dios- porque el Reino de los Cielos se ha acercado.

Mateo trae un texto de Isaías: "el Señor en otro tiempo humilló el país de Zabulón y de Neftalí, pero ahora lo alegra con su presencia". Anuncia que Jesús predicó precisamente en esas tierras de Zabulón y de Neftalí -que está en la Galilea- entonces ve cumplirse lo que anunció el profeta: "País de Zabulón, país de Neftalí, camino del mar, el pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz; a los que moraban en tierra de sombra de muerte, luz resplandeció sobre ellos".

Aquel rinconcito de Palestina, en las regiones de Zabulón y Neftalí fueron las tribus que primero invadió el rey de Asiria al conquistar la Palestina, de modo que el imperio cubrió de sombra los países de Neftalí y Zabulón. Por eso el profeta habla de una humillación. Pero anuncia la alegría cuando aparece otra vez la luz, la libertad sobre esos países esclavizados por la invasión extranjera. Isaías describe ese momento en la profecía cuando dice: "Tú has hecho que la nación crezca; has aumentado su alegría. Y se alegran ellos en tu presencia como cuando recogen la cosecha, como cuando reparten el botín (...) porque la vara del opresor, el yugo de su carga, el bastón de su hombro, los quebrantaste".

Estos textos de Isaías 9 hablan de la esperanza de una liberación por un rey davídico, y en Mateo es una clara referencia mesiánica mostrándolo a Jesús como tal. No tiene que decir más, porque están bien claras las expectativas que acompañan el rol del Mesías. Porque igual que en el tiempo de Isaías en el tiempo de Jesús la situación es desastrosa: en un caso en el exilio babilónico, y en otro caso bajo ocupación romana. Para algunos grupos conservadores religiosos se atribuye esta situación al pecado de la nación, se espera que el Mesías haga una limpieza religiosa, y una liberación política, una restauración sociopolítica.

Por otro lado, esos mismos grupos de poder religioso no están incómodos con la situación; habían conseguido sus privilegios y, por tanto, incluso esa liberación no indica un cambio en su status quo... ellos se piensan privilegiados en cualquier circunstancia.

Por eso es probable que estas expectativas de liberación motiven a los seguidores a dejar todo y acompañar a Jesús en su caminar del reino. Es probable que Santiago, Juan y los demás dejen su trabajo porque creen que si ayudan a Jesús tendrán lugar en ese nuevo orden. Sin duda que los seguidores de Jesús entienden el reino de Dios como la restauración de la vida religioso-política de la nación. Y todavía no saben lo que han de experimentar, pero han dado el primer paso.

Jesús se presenta entonces en ese contexto, y en la misma tierra y lugar donde hay dolor, habrá alegría; el tiempo que se inicia con Jesús, es un tiempo nuevo, diferente. Esto es lo que produce Dios cuando se acerca una persona: la humillación, la aflicción, la depresión, se cambian por luz y esperanza.

Podemos decir que el atractivo del contenido político en un rey que va a restaurar la nación, no tiene sentido para nosotros. Pero hay mucho más, tal como lo descubrieron los primeros discípulos.

Cuando Jesús aparece en esas tierras curando enfermos, resucitando muertos, predicando a los pobres, llevando esperanza y salud, sucede como cuando se tira una piedra a un lago y comienzan a hacerse ondas que se esparcen sin fin. Así aparece Jesús comenzando un nuevo tiempo con las mismas señales de liberación que decía el profeta: sacudiendo los yugos opresores, trayendo alegría a los corazones, sembrando esperanza.

Y esto es lo que ahora también hace Dios en la historia y en nuestras propias vidas. Es algo muy personal, decir que expectativa tenemos cada uno, y lo que encontramos en Jesús, pero es a la vez, vital para cada uno de nosotros.

Nosotros anunciamos la presencia de Dios en la historia, la alegría de su presencia. Nadie puede robarnos esa alegría, ni encerrar la vida que encontramos en Jesús; debemos vivir el amor con que Dios se acerca a nosotros y nos cuida, porque nos ama de verdad.

Es cierto que a menudo, más veces de las que quisiéramos, sentimos que vivimos la humillación y el dolor, pero no es menos cierto que Dios está con nosotros en esos momentos. El dolor, la enfermedad, son realidades no queridas por Dios para nosotros, realidades que surgen y que a veces no podemos entender. Tal vez existan tinieblas, pero la promesa es más fuerte que la oscuridad, y nuestra fe se sostiene en la lectura de la palabra, en la vida como comunidad, en la oración.

Porque Jesús viene a salvar... eso dice su nombre, eso significa: Dios salva. Y vino porque necesitamos ser salvados de esa realidad del pecado, y eso solo podemos hacerlo si nos acercamos y nos volvemos a Dios.

Las acciones de Jesús incluso en este breve texto del evangelio se mezclan en un constante movimiento: es él quien "oye decir", él es quien se establece, abandona, comienza a predicar, él camina a lo largo del mar en sus orillas, ve a los hermanos pescadores, los llama, va aún mas lejos recorriendo toda Galilea, enseña, proclama, sana.

El reino de los cielos se ha acercado. El reino de Dios, tan discutido como concepto, es algo que solo podemos elaborar a través de "ver" - de leer, reflexionar- en la propia vida de Jesús: porque el reinado de Dios es el tema central del ministerio de Jesús.

Jesús no enfatiza demasiado sobre la vida eterna; quienes lo siguen ven en su vida y su predicación que está presente el reino de Dios. Es un ahora, no solo es un beneficio a futuro, o un seguro de posvida.

En ese ahora, Jesús pone en primer lugar a los marginados, y muestra su lugar a los que se creen más de lo que son. Jesús da su vida por otros. Lejos del egoísmo, nunca pierde de vista a los demás.

Jesús no habla mucho sobre el perdón de pecados. Jesús perdona, y a la persona perdonada no le hace sentir vergüenza, pero sí claramente le anima a no pecar más.

Y sobre todo el amor, que es el centro de todo su caminar: la misericordia y el amor. Así actúa siempre. Amor a Dios y al prójimo resumen todas las leyes.

Jesús llama... continuamente llama. Jesús viene a salvarnos, y comienza a llamar: "Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: Conviértanse porque está cerca el reino de los cielos".

Y llama puntualmente a quienes habrán de ser luego sus discípulos: Pedro y Andrés, hermanos; Juan y Santiago, hermanos, a quienes encuentra junto al lago pescando, siempre en el mismo lugar. Jesús los llama: "¡Vengan, déjenlo todo, los necesito. Quiero hacer de ustedes más bien pescadores de hombres!" Y ellos lo siguen... Y luego otros... y luego cada uno de nosotros. La respuesta al llamado de Dios, la obediencia a ese llamado, es el primer paso que damos los discípulos. Y a la par de ese llamado nos ha dado a cada uno una tarea, que es también un lugar desde donde podemos servir a Dios.

Seguir a Jesús implica ponerse en movimiento, caminar hacia una transformación hacia un cambio que muestre, que haga visible que la realidad del reino es diferente, tal como él lo mostró. Y eso debemos confirmarlo cada día, porque no basta con decir que nos hemos convertido una vez y para siempre, sino que debemos reafirmar nuestro deseo y nuestro compromiso de seguir y servir a Jesús.

Y para eso, debemos siempre responder al llamado de Jesús, que nos llama a la conversión. Vuélvanse a Dios, mírenlo de frente, en Jesucristo. La conversión es necesaria para que se realice el reino de Dios, y tiene que señalar y desnudar el reino opuesto: el del pecado.

La predicación del Evangelio denuncia el pecado, por eso no puede dejar contento al pecador para que se quede cómodo en su situación de pecado, pues traicionaría el llamamiento. La Palabra de Dios despierta, ilumina como cuando se enciende una luz y alguien está dormido: naturalmente que lo molesta pero lo ha despertado.

El saber que habiendo respondido al llamado, y que debemos compartir y testimoniar, no deja lejos las dificultades. Así, por ejemplo, en el capítulo 1 de 1ª Corintios, Pablo habla de las divisiones y la falta de armonía que hay en la comunidad que fundó. Son pocos, y encima se dividen, ¿Qué clase de testimonio de la luz es ese? ¿Cómo una comunidad así de frágil será capaz de continuar la misión?

Pero se trata de nuestra condición humana. Aunque Jesús nos sane hoy, podemos volver a enfermar; aunque hoy en amor me haya reconciliado con mis hermanos para tener un mismo sentir en Cristo, mañana habrá otro conflicto y volveremos a enfrentarnos; aunque hoy responda al llamado, puede que flaquee como lo hicieron los discípulos muchas veces, y tenga que volver a decir sí. Jesús salva, y también nos sana, pero nuestra humanidad es tal que ni la salud física ni nuestra espiritualidad son estancos, sino que están siempre en proceso, en crecimiento, en terminar dividida en un mal momento y por cualquier causa. Así como de un niño insignificante nacido en un establo surge el Salvador, y en las cosas más pequeñas se manifiesta la gloria de Dios, así también el presente de salvación por la gracia de Dios, no indica que todo continúe de esa forma.

Para todos sigue siendo la predicación de Jesús: Despierten, conviértanse. Y esta es la predicación que heredan los discípulos y nosotros mismos, la que entra en conflicto, que no se sostiene en prestigios mal entendidos, la que tiene que molestar y enfrentar al pecado, porque Dios no lo quiere, como no quiere la injusticia, el sufrimiento, ni el dolor. Y que encuentra fuerzas en el poder de la Palabra de Dios.

Hay que cambiar -convertirse- porque viene el Reino de Dios, y, también, hay que cambiar para que venga, para hacer posible que venga, porque cambiando, en nuestro cambiar, estamos construyendo ese reino. Porque como dice Pablo en su carta a los Corintios, para los que no creen la palabra es locura, para los que pierden el camino de agradar a Dios y vivir amando al prójimo, pero para los que creemos es poder.

Preguntaba al principio que expectativas tenemos de Jesús, y ensayé una respuesta; pero la respuesta personal de cada uno, la valoración de lo que significa en nuestras vidas la salvación que vine de Jesús, es la que nos hace compartir con otros lo que se vive en el reino...




Lic. Romina Laura Roger
Buenos Aires, Argentina
E-Mail: romina.roger@gmail.com

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