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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

Séptimo domingo de Pascua, 01.06.2014

Sermón sobre Mateo 28:16-20, por Raúl Sosa

 

En la congregación donde actualmente soy pastor participa desde hace ya un largo tiempo un muchacho que tiene una discapacidad mental. Esta discapacidad ha limitado su capacidad de aprendizaje y le ha dejado otras secuelas bien visibles, por ejemplo, una cierta dificultad en el habla.

Pero lo que la discapacidad seguro no le ha impedido es alcanzar una convicción que llena su ser y que le aporta una perspectiva de vida absolutamente positiva. A Ricardo -así se llama- jamás lo he visto malhumorado o enojado; lo he visto triste, pero sin que la tristeza consiguiera opacar la luminosidad y la paz de su mirada. Además, de manera invariable, el afecto y la alegría del encuentro con los demás marca sus relaciones con los hermanos y hermanas de la congregación.

Esa convicción que vive Ricardo se refleja en su saludo predilecto: ¡Cristo vive! Cuando uno se encuentra con él en la iglesia o en la calle, por lo general, sus primeras palabras son esas: ¡Cristo vive! Y las pronuncia esperando una respuesta: ¡Gloria a Dios!

Tengo la certeza de que para él esto es mucho más que un saludo; es una seguridad que ha moldeado esa actitud interior positiva que impregna de afecto sus relaciones y sus vínculos, tanto en la iglesia como en su trabajo.

En efecto, si Cristo vive, nuestra mirada de las cosas, de los demás, e incluso, nuestra mirada sobre nosotros mismos, cambia. La presencia del Resucitado, el encuentro con él, hace que todo adquiera una tonalidad diferente.

Precisamente a esto apunta Mateo con las palabras finales de su Evangelio. Este texto se ha hecho conocido con el título que le dio la versión Reina-Valera: «La gran comisión». Pero pienso que sería mejor reemplazarlo por algo así como «La gran vivencia» o «La vivencia clave», porque «la gran comisión» solo tiene lugar de la mano de una vivencia que es clave para la Iglesia y para los creyentes. La gran comisión solo existe si se proyecta y se apoya sobre los hombros de la vivencia esencial de la fe cristiana: ¡Cristo vive! ¡Cristo resucitó!

Mateo toma distancia de una postura romántica acerca de la iglesia y, con una visión muy honesta acerca de la marchas y contramarchas de su iglesia, la destinataria primaria de su Evangelio, afirma que el encuentro con el Resucitado se va abriendo camino entre el miedo y la duda («algunos dudaban» v. 17).

Como bien dice uno de los comentaristas de este Evangelio, tras la resurrección, más que apariciones del Cristo resucitado, lo que se producen son encuentros con él. Encuentros trabajosos porque debieron vencer el temor y la incredulidad, que suelen ser nuestras reacciones naturales ante lo nuevo y mucho más aún ante la novedad de Dios.

Pero, cuando se abre la puerta a este encuentro con el Cristo resucitado, una vez vencidos el miedo y la duda, cuando la resurrección se vuelve para cada uno de nosotros y para la iglesia toda una experiencia viva, entonces, como sucede con Ricardo, la vivencia de la resurrección se traduce en actitudes y disposiciones diferentes.

En razón de que son fundamentales, Mateo destaca en este texto una actitud y una disposición que necesariamente marchan de la mano.

Comencemos por la actitud. El encuentro con el Resucitado genera una confianza y una comprensión de la vida cuya sustancia es definida por las primeras y las últimas palabras de Jesús a sus discípulos:

«Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra» (v. 18)

«Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (v.20)

La vida, lo que emprendemos, las decisiones que debemos tomar, el modo de vincularnos con los demás, lo que nos toca enfrentar solos o con otros, incluso los sufrimientos y los fracasos, adquieren otra dimensión, otra perspectiva cuando podemos mirarlos desde la confianza en que Jesucristo es el soberano, el Señor de la historia. Todo se ve con otros ojos cuando tenemos la íntima confianza en que la fuerza de la resurrección está por sobre toda otra fuerza, por sobre toda situación que nos toque atravesar, por sobre toda derrota y dolor, por sobre la misma muerte.

Nuestra visión acerca de la iglesia también cambia cuando está impregnada de la confianza en el señorío y en la compañía fiel del Resucitado. Los desafíos y los compromisos históricos, las dificultades de diverso orden, las tensiones internas y los conflictos, lo que fue y lo que vendrá, todo se ve de manera diferente cuando se enfoca desde la seguridad de que hay un poder que es más grande que nuestras pocas o muchas capacidades y de que hay una fidelidad que también es más grande que nuestras infidelidades, errores e incoherencias.

La referencia a la iglesia nos lleva a la disposición, esa disposición que Mateo enfatiza como consecuencia de la presencia del Cristo vivo en medio de la vida y de la historia. Tengamos presente que la concepción religiosa arraigada en Israel era de carácter centrípeto, es decir, todo debía converger hacia un centro. Esta concepción centralizadora estaba puesta de manifiesto en diferentes aspectos de la vida religiosa judía. Por ejemplo,

- porque la presencia de Dios se concentraba en el «Santísimo», para adorar a Dios había que ir al templo, y para ir al templo había que ir a la capital, Jerusalén.

- porque Israel era el pueblo elegido y se pensaba que allí sería la consumación del Reino de Dios, la expectativa era que Israel se convertiría en el centro de las naciones. Consecuentemente, todos los pueblos irían hacia Israel para reconocer y adorar a Dios.

- porque la voluntad de Dios se concentraba en la Ley, para ser fiel a Dios había que practicar la Ley y cumplir con la ritualidad de Moisés, aunque la persona no fuera judía de nacimiento. El significado de la práctica de la Ley y de la ritualidad mosaica constituyeron los grandes debates de Jesús con los fariseos y, también, en la interna de la iglesia de los primeros tiempos -tan es así que este debate dio lugar al primer concilio en Jerusalén (Hechos 15).

Las dinámicas centrípetas en los niveles social e institucional siempre son concentradoras, concentran el poder, la riqueza, el conocimiento y, en el plano religioso, concentran lo sagrado, la posesión de los valores y los bienes sagrados. Y cuando la concentración se instala, invariablemente, se genera inequidad y exclusión. Y esto, sin duda, se contrapone con la buena nueva del Reino proclamada por Jesús.

La experiencia del Cristo resucitado inaugura en la iglesia otra visión, le abre paso a una fuerza de otro signo que reemplaza la dinámica centrípeta por una centrífuga. Aunque la utilización de estos términos nos induzca a pensar que hemos abandonado el campo de lo bíblico para incursionar en el de la física, no es así. Este cambio de dinámica tiene un profundo contenido teológico: ahora para adorar a Dios los discípulos, en lugar de regresar a Jerusalén, deberán ir a todas las naciones, a todas las gentes (la palabra que utiliza el texto es ethne, etnias, gentes). Si la buena nueva proclamada por el Jesús histórico se caracterizaba por su inclusividad, la buena nueva desde la perspectiva del Resucitado y su señorío universal resulta más inclusiva aún.

Desde esta nueva disposición que abre a la iglesia a integrar a otros, a llamar a otros, a ir hacia ellos, a compartir con ellos el evangelio y a sumar nuevos discípulos y discípulas, el envío y la misión se convierten en un imperativo categórico. La iglesia es iglesia en tanto se abre hacia los demás, en tanto mira más allá de sí misma. En otros términos, la iglesia es iglesia en la confianza de que Jesús resucitado camina con ella y permanentemente la desafía a la misión.

¡Cristo vive!, como le gusta decir a Ricardo. Precisamente desde esa certeza la iglesia y la misión se recrean. Pienso que ese es, en parte, el sentido de que este encuentro con el Jesús resucitado tuviera lugar en Galilea. La misión de los discípulos comienza allí donde Jesús inició su ministerio. Un inicio que prosigue y da lugar a un permanente reinicio.

La misión y la iglesia se recrean en el encuentro con el Resucitado, allí está el desafío permanente de la iglesia, y también allí radica su oportunidad siempre renovada.


 

 

 



Pastor Raúl Sosa
Montevideo, Uruguay
E-Mail: raulsosa@adinet.com.uy

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