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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

3 Domingo después de Pentecostés, 29.06.2014

Sin humildad hay ausencia de Cristo
Sermón sobre Mateo 10:40-42, por Fabián Paré

 

«El que los recibe a ustedes, me recibe a mí, y el que me recibe,

recibe al que me envió.» Mateo, 10, 40-42

Los tres versículos finales del capítulo 10 del evangelio de Mateo, se presentan como un punto que da sentido a todo el capítulo, y ese punto contiene dos núcleos de sentido de aquello que involucra al discipulado y apostolado: la expansión del reino de Dios (recibir a Cristo), y la recompensa para los que participen del trabajo dedicado a ella. Podríamos decirlo así: las personas dedicadas a la tarea de expansión del reino de Dios, acompañarán las situaciones en la convivencia humana, procurando tiempos y espacios abiertos, inclusivos e integradores, en los que pueda revelarse la gracia de Cristo, y así los dones permitidos por esa gracia, vehiculicen la llegada del reino de Dios. Ninguna persona que se vea involucrada en estos espacios y tiempos, estarán desatendidos por Dios, cada quien recibirá su recompensa.

Como humanos que somos, seguramente nos llamará la atención saber de qué recompensa se trata, para ver si vale la pena el esfuerzo de conseguirla, o si dedicaremos esfuerzo a otra cosa. Esta especulación humana es muy común, tan común que al discipulado de Cristo también se le viene a la mente bastante seguido, sin embargo al ir madurando su fe es lo que menos le va a interesar, comenzará a ver su recompensa en el bienestar del entorno como consecuencia de la expansión del Reino de Dios, siendo prójimos de otros; así se irá expandiendo la paz, el amor, la salud y la justicia de Dios. Viéndolo de esta manera la fe en Cristo nos aleja de la especulación humana: nos quita del lugar egoísta del bienestar propio y nos lleva al trabajo por un bienestar común donde lo propio solo es parte.

El modelo de bienestar buscado por el ser humano es exclusivo y excluyente, mientras que el Reino de Cristo es inclusivo e integrador, en principio esta inclusión abarca a todo aquello que reconozca a Jesucristo como Dios. Debemos destacar que para ese reconocimiento es imprescindible la humildad y sencillez (lo que no resulta imprescindible es la pobreza). La puerta de encuentro entre Cristo y el ser humano es la humildad y la sencillez. Las personas que son llamadas por Cristo a la tarea de expansión del Reino de Dios, es decir aquellas que se involucran en estos tiempos y espacios inclusivos e integradores, necesariamente han de tener que madurar constantemente la humildad, pues es a través de esa humildad que Cristo podrá llegar a otras vidas y poner en acto el perdón, misericordia y redención, esencia del proyecto salvífico de Dios. Vale mencionar que todo sentimiento de soberbia, arrogancia, avaricia y altanería, no solo es el motor de lo excluyente y exclusivo, de ese mundo privado que deja de lado a otros, sino que en la medida que se perpetúe y acreciente en la convivencia humana, obstruye la posibilidad de acción salvífica de Dios. Muchas veces no es Dios el que no quiere llegar a la vida del ser humano, sino que éste, con su lealtad a la exclusividad y exclusión se aísla de Cristo.

Jesús se refiere a su discipulado como ‘pequeños' (Mt 10,42), una opción de traducción de esa palabra original griega es ‘humildes', nos sirve como referencia para ver que donde hay humildad hay discipulado de Cristo. Es interesante tener en cuenta este lugar de la humildad, dado que muchas veces se observa socialmente a la institución Iglesia como exclusiva y excluyente, y esa no es la expresión de Cristo en el mundo. No hay que olvidar que la institución Iglesia está integrada por seres humanos, que muchas veces no abandonan su lugar en estructuras exclusivas y excluyentes, perdiendo así la posibilidad de madurar la humildad. Donde haya humildad, dentro y fuera de la institución Iglesia, estará el discipulado de Cristo; así como donde haya soberbia y arrogancia habrá ausencia de Cristo. La humildad permite la sensibilidad por la necesidad de otras personas, y es por medio de esa sensibilidad que se conduce toda la tarea diacónica, es decir la acción de servicio que promueve el cuidado y asistencia mutuos. Esta diaconía, que identifica a cada cristiano, genera un espacio de inclusión e integración, restando progresivamente lo exclusivo y excluyente.

La aceptación de Cristo implica la aceptación de considerar a los demás, creciendo en conciencia y capacidad de escucha, generando espacios de acompañamiento y cuidado mutuos permitiendo, que la fe cristiana se alimente de la humildad y sencillez. Esa es la verdadera Iglesia de Cristo, humilde, sensible y compañera, que muchas veces sufre las discriminaciones y exclusiones de las instituciones humanas, incluso de la institución Iglesia. Dios nos permita descubrir que no importa la recompensa futura, dado que nada podrá superar la satisfacción que brinda ese sentimiento que brota del acompañar y ser acompañado. Ello se torna en un oasis en medio de un mundo de instituciones humanas que promueven soledad y olvido, desde un modelo de bienestar exclusivo y excluyente.




pastor luterano Fabián Paré
Eldorado, Misiones, Argentina
E-Mail: fabianpare@hotmail.com

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