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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

Décimo domingo de Pentecostés, 17.08.2014

Sermón sobre Mateo 15:21-28, por Hugo N. Santos

Estamos ante un pasaje que señala una ocasión en que Jesús salió de Palestina y de territorio judío. Pareciera ser un momento en que  se prepara para un retiro intencional. Sería una manera de tomar distancia de los escribas y los fariseos y de su popularidad entre la gente  que a esta altura podía tornarse peligrosa.

Pero por el testimonio del pasaje una vez más se encuentra  con la necesidad humana. En esta ocasión con una mujer desesperada que tenía una hija gravemente enferma. Es probable que hubiera oído hablar de Jesús y las cosas que Él hacía. Para los discípulos,  la mujer era un estorbo que deberían sacarse rápidamente de encima.

Tres asuntos resultan interesantes para nuestra consideración. En primer lugar, la preocupación de Jesús por el sufrimiento humano.  

Si uno recorre los Evangelios, una de las primeras cosas que puede observar   es la prioridad de Jesús en cuanto  a los enfermos y al dolor humano en todas sus formas.

Frente al hombre y la mujer que sufren, Él no habla demasiado. Jesús no pone énfasis en la explicación del dolor, no suele dar una clase de filosofía especulativa sobre el sufrimiento, pero lo asume, lo alivia, lo carga sobre sí.

Ante el misterio del ser humano que se debate  en medio de grandes dolores físicos, psicológicos  o existenciales, Jesús nos enseña que no debemos ir con frases hechas o argumentos teóricos. Más bien, Él parte de la situación en la cual la persona está. Respeta los tiempos del otro y privilegia el encuentro humano que se genera a partir del contacto con los enfermos. A veces, interrumpió lo que estaba haciendo para dedicarse a ayudar a alguien en su dolor.

Hay en Jesús un sentimiento que debería estar presente en nuestra espiritualidad: la compasión. La compasión es algo más que una simple simpatía, es un sentimiento que viene en respuesta al sufrimiento humano, al sufrimiento del prójimo. Va más allá de una actitud tierna o amable. Es sentir  la situación del otro en uno mismo.

Por supuesto, esta posibilidad suele generar en nosotros resistencia. El sufrimiento no es algo que nos atraiga. Muy por el contrario, habitualmente desarrollamos actitudes y posturas defensivas para mantenernos alejados del dolor. El sufrimiento, aunque sea del otro, es poco atrayente, lo repelemos. Pero en la acción de Jesús la compasión se transforma en actos positivos que dan sentido y motivación a su acción y a su ministerio.

La cultura en la que vivimos ha desarrollado una serie de elementos para manternos alejados del dolor, cualquiera sea sus formas, a veces aunque más no sea para acallarlo. Algunos autores han hablado de que la nuestra es la cultura del analgésico.

¿Por qué sintió compasión? Porque veía a la gente como ovejas que no tenían pastor. Pastor no era el ministro y las ovejas no eran la congregación. La oveja era la oveja. Se hablaba de un animal que sin su amo estaba en peligro, no encontraba el rumbo, el sentido, el lugar adecuado donde alimentarse.

Dios es un Dios compasivo, lo es con nosotros y exhorta, a través del Evangelio, a ser compasivos como Él es compasivo. Necesitamos la compasión como un elemento de nuestra  espiritualidad devenida en acciones frente a nuestro prójimo. La gente en nuestra sociedad no se diferencia en esencia de la que encontramos en el tiempo de Jesús cuando Él sintió compasión. Leamos las noticias de los diarios u otros medios de comunicación para comprobarlo.

Compasión no implica ser masoquista o tomar la actitud de una mujer que me decía una vez: "No puedo escuchar los problemas de los demás porque enseguida me pongo a llorar con ellos". La compasión es un sentimiento profundo, es un combustible producto de nuestro encuentro con el que sufre y que nos anima a la acción en el espíritu de Jesús. La compasión surge cuando el otro de verdad no nos es indiferente, nos importa.

Para  hacerse presente en un mundo de dolor y sufrimiento, el sanar, para Jesús, era un gesto de solidaridad, un aporte ejemplar para  que la sociedad humanice su presencia entre los más débiles y, además, era un lugar privilegiado para la evangelización. Sanar era, para Jesús, una expresión del amor. Estamos  tentados a reducir la acción terapéutica de Jesús a sus milagros, pero deberíamos decir que toda la misión y la vida de Jesús eran sanas, saludables y sanadoras.

La persona de Jesús es un modelo de salud, contagia salud  y regenera la salud. Las palabras de Jesús  consuelan, animan, sanan, liberan, confrontan, dan  esperanza, perdonan.  Nada de lo humano le es ajeno.

No pone primero las discusiones antropológicas o teológicas, porque Él privilegia el bienestar de la persona, su salud y la desaparición del sufrimiento. Lo que pone primero es el amor entrañable a todo ser humano, el ejercicio de su bondad misericordiosa y humanizante, su invitación a que sus seguidores seamos samaritanos en acción, como Él. En la actitud de Jesús hay una invitación a identificarnos con la postura del Cristo sanador y de obtener una capacidad mayor, relacional y evangelizadora, en un mundo lleno de sufrimientos cada vez más amplio y complejo.

El segundo asunto está vinculado al origen de la mujer. Por lo dicho más arriba puede sorprender la actitud  reticente de Jesús frente a esta mujer gentil que suplica por la curación de su hija mientras  Él parece no prestarle atención dirigiéndole inicialmente palabras duras como que Él había sido enviado solamente a las ovejas perdidas de la casa de Israel.

Este pasaje es un punto de inflexión en la comprensión de Jesús respecto a su misión, esto es que el mensaje y la obra de Él no eran solo para la tierra de Israel sino para toda la humanidad.

En una oportunidad un clérigo llamado Antonio María Claret, en el siglo XIX, en épocas donde imperaba la esclavitud, llegó a una hacienda cuando un negro era maltratado por el capataz de la misma. El clérigo arrancó de sus manos el látigo que usaba aquel para golpear  al pobre esclavo.

•-       Es un negro de porquería - comentó el cruel amo.

El clérigo quemó delante de él un papel negro y otro blanco y mezcló sus cenizas.

•-       ¿Puede usted distinguirlas?

•-       No, son iguales.

•-       Así somos de iguales ante Dios, los blancos y los negros.

Si analizamos el  encuentro anterior de Jesús caminando sobre las aguas en relación  con este, tenemos por delante  un contraste que puede llamarnos la atención.  A Pedro que era un fiel judío y uno de los primeros discípulos, Jesús le dice que es un "hombre de poca fe" (14:31), a la mujer que es  no solo gentil, es cananea, perteneciente a un pueblo que por muchos siglos había sido enemigo de Israel, Jesús le dice "grande es tu fe" (15:28). Ocurre que Pedro trata de caminar sobre las aguas, pero lo hace como una prueba de que quien ve viniendo hacia él es Jesús. Es decir, Pedro duda de Jesús y por consiguiente le pide un gran milagro. Contrariamente, la mujer cananea está segura que Jesús puede hacer lo que ella le pide. Desde el comienzo lo llama "Señor, hijo de David" y da por sentado que Jesús puede ayudarla. Pedro quiere caminar sobre el mar, no porque tenga fe sino porque le falta.

Se repite acá lo que aparece planteado en varios pasajes del Evangelio. El buen judío que estuvo cerca de Jesús desde el principio no tiene privilegio alguno sobre la mujer cananea, recién llegada. Aunque no sea judía el hecho mismo de la fe de ella la pone en un mismo plano que los más antiguos discípulos. En el Reino aquellos que reclaman ventajas y privilegios deben cuidarse de no quedar en la retarguardia.  Dios es un Dios inclusivo, no exclusivo.

El tercer tema que nos interesa destacar es la continuidad en la insistencia como prueba de fe de la mujer. No es la única vez que Jesús invitó a orar con insistencia poniéndonos el ejemplo, en un caso, del hombre que va a pedir ayuda de noche y que es atendido por haber insistido mucho. Jesús nos enseña que así debe ser nuestra oración: segura, insistente, perseverante, reiterada, apremiante. No se trata de pedir largas oraciones de la boca para fuera, pero sí de pedir con sencillez, pero sin cansarse y sin dudar.

También en la súplica hay que ser generosos y poner todo el corazón. Una súplica débil suele ser una señal de una fe débil, que no cree profundamente o que duda acerca del poder y el amor de Dios. Pedir es una forma de confesar nuestra fe, rendir culto a Dios reconociéndolo como Dios. Ya había contado Jesús una vez acerca de una mujer decidida que no se resignaba aunque veía que el juez no se tomaba la molestia por proteger sus derechos como persona. Se trata que en nosotros crezca el valor y la perseverancia contra la tentación de desesperar y tirar todo por la borda. Es la respuesta de Jesús frente a los resignados que prefieren entregarse a su suerte, a veces pensando que Dios lo ha dispuesto así, que lo que les pasa es la cruz de su vida y ellos deben entregarse a ella.

La perseverancia es la capacidad para seguir adelante a pesar de los obstáculos, dificultades, desánimo, aburrimiento, frustración, o los propios deseos de rendirse. Jesús alaba la fe vigorosa de esta mujer sencilla que suplica de una manera insistente por su ayuda. Quien eleva a Dios su petición no se dirige a un ser apático ni indiferente al sufrimiento de los humanos sino a un Dios que puede manifestar su cercanía a partir de la respuesta a nuestras oraciones.

Perseverancia no es testarudez lo que a veces implica rigidez y estrechez mental. La perserancia se alimenta de la autoestima, del control sobre sí y de la esperanza. Debemos ser perseverantes porque Dios es perseverante, no se cansa de llamarnos, de convocarnos, de tener paciencia con nosotros. Jesús quiere robustecer en nosotros esa parte representada por la vida, esa parte necesitada que necesita de la fuerza y la acción de Dios. Porque el pedir en la medida que es expresión de la fe nos pone en contacto con esa fuerza de vida que brota de Dios, que siempre tendrá una respuesta y una presencia aunque no llegue a suceder exactamente lo que pedimos. Porque toda súplica queda dentro de esa gran súplica que Jesús enseñó "Venga a nosotros tu Reino, sea hecha tu voluntad, así en la tierra como en el Cielo".



Pastor Hugo N. Santos
Buenos Aires, Argentina
E-Mail: hnsantos@ciudad.com.ar

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