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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

Duodécimo domingo de Pentecostés, , 31.08.2014

La cruz como credencial del seguimiento
Sermón sobre Mateo 16:21-28, por Hugo N. Santos

Martín de Tours es un hombre del siglo IV que ha hecho hablar de sí a muchas generaciones para despertar la fantasía popular. Es frecuente escuchar el episodio en que cabalgando en su manto de guardia imperial encontró a un pobre poco menos que muerto de frío en la puerta de la ciudad. Con un gesto generoso cortó su manto dándole la mitad al pobre. Por la noche, vio a Jesús, en sueños, vestido con la mitad de su manto, sonriéndole agradecido.  

 

Mientras que en los versículos anteriores pareciera que se diera a Pedro un lugar especial, en el texto del Evangelio  de este domingo, Pedro actúa de un modo que hace reaccionar a Jesús con una severa respuesta.

La presencia de Jesús provocó en los pueblos de Galilea entusiasmo y admiración lo que hizo que muchos soñaran con un éxito pleno. Jesús quería cumplir hasta el final el propósito de Dios porque sabía que Él no sería pasivo e indiferente y que lo iba a resucitar.

La enseñanza que Jesús les desea trasmitir contrasta con los datos que tenían los discípulos. Para ellos decir Mesías significaba algo bien distinto de lo que quería decir para Jesús. Ellos pensaban en un Mesías conquistador, en un rey guerrero que echaría a los romanos de Palestina y conduciría a Israel al poder. Antes de anunciar al Mesías ellos debían aprender lo que la palabra Mesías significaba.

En este  pasaje se nos muestra que los discípulos, a juzgar por la voz de Pedro, habían llegado a decir que Jesús era el Cristo, el Mesías, el Hijo de Dios. De lo que se trataba, entonces, era explicitar claramente el camino que Él habría de recorrer en tal caracter.

Así entonces los introduce en lo que podríamos llamar la pedagogía de la cruz. No se trataba de una especulación intelectual sino que anticipaba realidades concretas que los afectarían también a ellos. De lo que se hablaba no era de hechos accidentales sino de hechos que respondían a un  propósito querido por Dios.

Jesús les anticipa que habría de sufrir no solo fisicamente sino que sería rechazado, descalificado, despreciado, repudiado por la gente importante como lo eran la aristocracia laica, las grandes familias sacerdotales, los maestros de la más rígida ortodoxia. O sea que el poder religioso, civil y cultural se uniría para eliminar a Jesús. Pero al tercer día resucitaría.

Interesante: Pedro no puede escuchar o al menos le resta importancia a esta última parte. Se da cuenta de lo que significa el dolor y la humillación de Jesús que implicarían la caída de sus proyectos, pero no puede captar la buena nueva de la Resurrección  de la cual Jesús también le habla.

La cruz no es un lugar de llegada, pero sí un paso que hay que atravesar.  Jesús quería encender en sus discípulos la pasión que Él mismo llevaba adentro.

Pedro se deja llevar por sus propios criterios, queriendo apartar a Jesús del camino de la Pasión. Su actitud es paternalista y pretenciosa, quiere ser consejero de Dios mismo, aconsejarle acerca de Su manera de gobernar al mundo, de reclamar por su gloria, de tratar a la mala gente. Pedro parte de su ideal mesiánico donde introduce valores mundanos. Quiere que, a su manera, Jesús logre el éxito y la victoria de un modo donde la idea de la cruz no tenga lugar, no cabe en él la idea que sea ejecutado por los dueños de una nación que Él debe salvar. Pero esa autoridad que Pedro le reclama a Jesús, este la ejerce con aquel: "¡Apártate de mí, Satanás, pues eres un tropiezo para mí! Tu no ves las cosas como las ve Dios, sino como las ven los hombres". Jesús establece una clara distinción entre los pensamientos de Dios y los pensamientos de los hombres. Entre ambos hay una radical incompatibilidad.

El hijo de Dios se deja llevar por los pensamientos de Dios, por la volundad de este y toma el camino de la Cruz. Pedro se dará cuenta, a partir de la reacción de Jesús de que su visión de las cosas estaba bien distante de la de su maestro. Jesús advierte sobre su manera de ver las cosas y lo que en ese futuro sería la mentalidad de algunos que se considerarían discípulos de Él.

Pero, seguidamente, Jesús les recuerda que ellos habrán de participar del mismo destino que le tocó a Él: es necesario aceptar la Cruz en nombre de Su causa.

Jesús anticipa que ellos no fueron llamados para vivir una vida sin renuncias. Habrá momentos que será necesario cansarse por los demás, poner en segundo lugar el propio tiempo, ser generosos con el propio dinero, soportar las burlas de los otros...

Jesús pone en claro que será necesario vivir el Evangelio y lo que ello implica. La existencia humana es una mezcla de cruz y resurrección. Habrá dolor, cansancio, pérdidas, conflictos, pero también esperanza, gozo, amor, sentido para el buen vivir.

Si el mismo hijo de Dios hizo este recorrido, ningún discípulo suyo puede pretender un camino diferente. Se trata de vivir en la imitación del mismo Cristo. No basta reivindicar los derechos de Dios, decir que uno está de su parte. Es necesario pasar por el mismo camino por el que Él pasó, sin apelar a la fuerza para imponerse.

Pero Jesús quiere explicar un poco más lo que les estaba diciendo: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su Cruz y sígame". Tomar la cruz es una acción activa, una decisión personal. No se trata de soportar algo que se nos cae encima sino de llevarlo al Calvario al lado de Cristo. La vida cristiana es cuestión no de vida o muerte, sino de muerte y vida, es necesario morir para después vivir.

Estas palabras han sido interpretadas erróneamente como una autonegación o un autodesprecio. Pero no es esto lo que quiere decirnos. La palabra griega que se usa significa "decir no", "rehusar". Quien quiere seguir a Cristo debe decir "no" a las tendencias egocéntricas de sí mismo que quieren aceptar a los ídolos.

En otras palabras, Jesús quiere proponer a sus discípulos de todos los tiempos  a vivir la vida tal como la vivía Él. Quien se aferra ciegamente a la vida puede llegar a perderla, arriesgarla de manera generosa y con sentido de misión puede llegar a salvarla. Quien quiere seguir a Jesús, pero vive aferrado a todas las seguridades y expectativas que le ofrece su vida puede perder la visión del proyecto salvador de Dios. El que se dispone a seguir a Jesús ha encontrado un nuevo centro en su propia vida y ya no es uno mismo la propia razón de ser sino la voluntad divina de la que el discípulo se apropia.

A veces nuestro sufrimiento es fruto de nuestro propio pecado, de nuestros errores, de nuestro apego egoísta a las cosas y a las personas. A Dios no le agrada el sufrimiento sino solo cuando es en respuesta al seguimiento fiel a Jesús. Y esto lo podemos decir en función de que el ministerio de Jesús tuvo como centro la eliminación del sufrimiento: Ya lo decía Él cuando al comienzo de su ministerio, en la sinagoga decía: "el Espíritu del Señor está sobre mí..." (Lucas 4: 18-19). Por lo tanto, su ministerio estuvo dirigido a quitar de la vida humana todo aquello que lleva al sufrimiento: la injusticia, los abusos, el pecado, la ceguera, la pobreza. No hay derecho a ser feliz sin los demás,  ni contra los demás.

Por lo tanto, tomar la cruz es aceptar el sufrimiento solo en función de las consecuencias que pueden originarse del ser fiel a Jesús. Tratar de que desaparezca de nosotros tal sufrimiento podría significar el dejar de ser fiel a Jesús. Perder la vida por Jesús es asegurarla para siempre, habrá que arriesgarla por su causa, con Él, por Él y para Él. La paradoja de la fe cristina es que el valor supremo, la vida, solo se asegura si uno está dispuesto a perderla por causa de Jesús.

Por eso "negarse a uno mismo" implica no vivir pendiente solo de uno mismo sino construir la vida sobre la vida misma y las enseñanzas de Jesús. "Negarse a sí mismo" es asumir, si es necesario, el rechazo, la inseguridad y la conflictividad de Cristo. Y esto no hace que vivamos la vida como derrotados porque el que pierda su vida la encontrará porque será el mismo Dios que como a Jesús nos resucitará para una vida plena.

Jesús frente al sufrimiento no se victimiza ni se resigna, su sufrimiento es solidario y busca producir frutos a favor del reino de Dios. Sus palabras finales: "Padre en tus manos encomiendo mi espíritu" expresan la entrega y la confianza en el Padre Celestial.

Justamente, en el contexto de la escena anterior en la que Pedro desea eliminar el sufrimiento, Jesús propone aceptar la vida tal como es. No podemos adaptar a Dios a nuestro modo de ser para que todo resulte exitoso y bueno. El que quiere experimentar a Dios debe separse de su ego. No se trata de mortificarnos, pero debemos tomar distancia de nuestro deseo de tenerlo todo, de usar en provecho propio todas las cosas que nos rodean.

Jesús quiere llevar a sus discípulos a una vida espiritual en la que Dios sea Dios y sea tratado como Dios. Pero Jesús no nos pide que seamos masoquistas, es decir sufrir por el hecho o el placer de sufrir. Lo que Jesús nos pide, y a lo cual nos llama es que estemos de tal modo comprometidos con su Reino que estemos dispuestos a asumir los sufrimientos a que ese  compromiso nos puede llevar. Jesús no fue a la cruz por el gusto de sufrir, ni porque la cruz le gustara sino porque era eso lo que se requería de Él en ese momento.

En esa línea debemos entender esto  de que  "quien quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame". Quien quiera someter a Dios a su ego abusa de Dios y se aleja del Dios verdadero. Dios es más grande que nuestro yo. Debemos mantener una distancia interior en relación con la tendencia  siempre presente en nosotros que busca  ponerse en el centro de todo, monopolizar todo y usar todo para sí.

¡Qué  mal interpretada por algunos estas palabras vinculadas a cargar con la cruz! Algunos hacen de este texto un estímulo a que la vida se haga penosa y a la idea que habría que dar lo más posible cualquiera sean las consecuencias que esta actitud pueda tener. Pero lo negativo en este texto contiene un aspecto positivo porque se trata de decir no a todo lo que  me aleja del propósito de la vida tal como fue creada, me aleja del sentido de misión y del gozo de una vida cercana a la de Dios.

La paradójica frase que dice que aquel que quiere salvar su vida la perderá nos convoca a reflexionar acerca de cómo estamos orientando y priorizando las cosas y los hechos de nuestra vida.

 



Pastor Hugo N. Santos
Buenos Aires
E-Mail: hnsantos@ciudad.com.ar

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