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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

Vigésimo segundo domingo de Pentecostés, 09.11.2014

Sermón sobre Mateo 25:1-13, por Raúl Sosa

 

El futuro constituye una preocupación permanente para el ser humano, por
ello en todos los rincones del mundo y de la historia  se han buscado
instrumentos -algunos de carácter más científico, otros completamente
mágicos- que hicieran posible conocer el futuro y pronosticarlo.  

Justamente los capítulos 24 y 25 de Mateo giran en torno a este tema. El
capítulo 24 se inicia con una de las preguntas más corrientes y acuciantes
con respecto al futuro: ¿cuándo? (24:3b). Pero al final de este capítulo, y
en la totalidad del capítulo 25, la pregunta cambia de foco. Ya no se centra
en cuándo, sino que es reemplazada por cómo debemos actuar de cara y en
sintonía con el futuro.

Sin duda, este cambio de foco profundiza la reflexión porque el futuro
depende mucho más del cómo que del cuándo. Lo decisivo con relación al
futuro no es cuándo llegará, sino qué actitudes, acciones y compromisos está
llamado a asumir el ser humano, y de modo especial los cristianos y
cristianas, para propiciarlo, delinearlo y abrirle camino.

El capítulo 24 finaliza dando una respuesta general a esta pregunta por el
cómo. Esa respuesta puede sintetizarse con la palabra "fidelidad"
(24:45ss.). Por su parte, todo el capítulo 25 se encargará de desarrollar el
contenido o las implicancias de esa fidelidad  demandada por el futuro a
aquellos hombres y mujeres que han decidido enfocarlo desde la perspectiva
del Reino de Dios.

Es, entonces, en esta dirección que hay que considerar el evangelio de este
domingo, que nos llega mediante el texto conocido como la parábola de las
diez vírgenes.

¿Cómo debemos pararnos de cara al futuro? ¿Cómo prepararse para que el Reino
de Dios no nos tome desprevenidos y pase de largo? Según esta parábola, la
fidelidad a la que convocan los versículos 24:45ss. implica afianzar una
convicción básica del evangelio: El Reino viene. Viene pese a quien pese,
sin que se lo pueda detener.

El futuro es de Dios; no hay realidad, ni imperio, ni potestad, por más
poderosa que sea, que se lo pueda arrebatar. Y como ese Dios que proclama
Jesucristo es como el novio de la parábola, un Dios que viene, un Dios que
se hace historia, que siempre está llegando y visitando a los seres humanos,
el Reino de Dios irrumpe sorprendentemente en el presente ofreciendo
anticipos, flashes del futuro de Dios.

La convicción de que el futuro es de Dios y de que el Reino viene es en sí
misma una señal del propio Reino, una señal efectiva y de importantes
consecuencias para la vida y para la historia, pues desabsolutiza el
presente y cuestiona la idea de que esto es lo que hay, de que es esto y
nada más. Y al mismo tiempo que desabsolutiza el presente, nos abre al
futuro con su novedad y su fuerza transformadora.

¿Cómo nos preparamos y cómo preparamos el futuro? La parábola añade otro
componente de esa fidelidad que se corresponde con el Reino: cultivar la
esperanza, una esperanza que es mucho más que un simple esperar.

La parábola destaca dos rasgos que tienen que estar presentes en la
esperanza que participa del Reino. Por un lado, como el Dios de Jesucristo
es por definición un Dios que viene, que atraviesa el presente y la historia
con las señales del futuro, la esperanza implica una apertura confiada y
gozosa a las sorpresas de Dios. Si Dios siempre está llegando, la esperanza
fiel, necesariamente, hace de la sorpresa uno de su componentes
fundamentales.

Por otro lado, la parábola deja ver que la esperanza fiel es aquella que no
languidece, como las lámparas de las vírgenes desprevenidas e indolentes,
sino que adopta un tono activo. El llamado final a  "velar" (v.13) no es
solo un desafío a no aflojar en la esperanza, también presenta un sello de
la esperanza cristiana: ser atenta, inquieta, despabilada con respecto a las
señales del Reino y a ese futuro que viene.

Si la esperanza no es vigilante, si no es atenta, Dios puede pasar de largo,
el Reino puede irrumpir en el presente y nosotros quedar afuera. Si la
esperanza no es despabilada, Dios puede llegar a nuestra vida de manera
nueva y pasar de largo ante nuestra somnoliencia aletargante. Si la
esperanza no es decidida, tal vez cuando nos dispongamos a hacer lo que
deberíamos haber hecho como respuesta fiel a Dios, ya será demasiado tarde.

Finalmente, para que la esperanza pueda enfocar la realidad presente desde
la óptica del Reino, para que ella sea luz que nos ayude a percibir el
futuro y a vislumbrarlo desde el ahora, debe contar con ese combustible que
la mantiene encendida. Ese combustible es una mezcla de vivencia del
Espíritu y de fidelidad. Cuando se juntan el don de Dios y nuestro
compromiso, la esperanza se vuelve ardorosa, y con su ardor vence al tiempo,
a sus cansancios y desencantos.

 



Pastor Raúl Sosa
Montevideo, Uruguay
E-Mail: raulsosa@adinet.com.uy

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