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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

Vigésimo tercer domingo de Pentecostés, 16.11.2014

Sermón sobre Mateo 25:14-30, por Hugo N. Santos

Esta es la que se conoce como parábola de los talentos. Un talento
equivalía a una fuerte suma de dinero, como lo que un obrero podía ganar en
varios años de trabajo. No se trata, como a veces pensamos, de cinco monedas
para el primer siervo, dos para el segundo y uno para el tercero. Hasta este
recibió una suma importante.

El dueño del dinero se ausenta. Este es un elemento común en varias de las
parábolas de Jesús,  se va a una tierra lejana, dejando a otros a cargo. Es
la ausencia del dueño lo que le da especial responsabilidad a los siervos.
Lo que se espera es que cada empleado no solo haya cuidado lo que se le dio
sino que actúe  como el dueño lo hubiera hecho.

El término talento no solo se refiere a algo que podemos hacer (cantar,
pintar, enseñar, etc.) sino que los talentos aquí son todo lo que el dueño
nos ha dado. Esto incluye tanto lo que comúnmente llamamos talento como el
dinero, el tiempo, la vida misma. Dios nos ha dado  todo esto para que lo
usemos según su voluntad.

El tema de la ausencia del dueño es importante. Es esto lo que nos hace
mayordomos de todo lo que Dios nos ha dado. Pero la aparente ausencia no
significa  falta de interés ¿Qué dirá el dueño cuando llegue el día en que
haya que dictaminar sobre los talentos que de Él hemos recibido?

Esta parábola de los talentos camina por este tema. Pero también muestra las
consecuencias del miedo y la necesidad de generar confianza en Dios y en uno
mismo para liberar las posibilidades  en la línea del plan de Dios.

El talento no se conquista, no es causa de un merecimiento, simplemente se
recibe. El punto de partida no está representado por la nada, no se parte de
cero. Nadie se hace solo.

En la vida cristiana la existencia se construye con un material que ha sido
dado gratuitamente. Esto es un don de Dios siendo nuestra tarea una
respuesta a algo que Él ha puesto en nuestras manos.  Eso mismo es dado para
que lo trabajemos. Y es en este punto cuando los empleados toman caminos
diferentes.

Los dos primeros han considerado el don recibido como suyo. El amo se lo
había dado. Por eso lo han usado, lo han explotado. Han tenido una visión
correcta del don.

En la parábola no se dice cómo hubiese reaccionado el dueño si los siervos
hubiesen perdido todo al negociar. Pero lo que está claro es que no se
recompensa su éxito sino su confianza para manejar de un modo creativo
aquello que se le confió. Solo aquellos que asumen el riesgo pueden
multiplicar los talentos. El riesgo también significa que se puede perder.

Justamente el tercer siervo lo que no quiere es perder. Este tonto no se dio
cuenta que lo recibido era suyo, por lo menos hasta que el amo volviese. No
ha llegado a creer en el amor del amo y la confianza hacia él. Para él, el
talento era un objeto complicado que había que devolver tal como lo había
recibido. El mensaje de Jesús es claro: no a una fe enterrada en el
conformismo, sí al seguimiento comprometido y confiado en Jesús.

Es siempre muy tentador vivir evitando problemas sin comprometernos en nada
que nos pueda complicar la vida, defendiendo solo nuestro pequeño bienestar
y el de nuestro círculo íntimo. Nuestra tentación puede ser hoy congelar
nuestra fe y apagar la frescura del Evangelio sin preguntamos a quien
contagiamos esperanza o a quien aliviamos el sufrimiento.

Por eso el tercer siervo escondió el talento para tenerlo seguro. El
significado de ese don recibido de Dios estuvo ligado al miedo. El miedo
terminó por paralizar, acomplejar, confundir a este hombre. El miedo mató la
iniciativa, la creatividad y lo condenó al inmovilismo.

¡En cuántos libros de psicología, escritos por ateos, agnósticos o creyentes
se habla de afecciones espirituales y religiosas generadas por la educación
eclesial! ¡Cuántos miedos ligados a la imagen de Dios se han inoculados
desde la infancia por iglesias y familias religiosas exacerbando la culpa,
generando sensaciones de condenación,  y hasta odios contra sí mismo!
¡Cuántos ateos nacieron como reacción a ciertas ideas de Dios!

Pero las consecuencias de estas pueden llevarnos por otro camino. Sería un
error nuestro presentarnos ante Dios  con la actitud del tercer siervo: "Acá
tenés lo que es tuyo, Señor. Acá está tu Evangelio. Tu mensaje de amor por
el prójimo. Lo he conservado en mi mente. No me ha servido para transformar
mi vida ni para introducir tu Evangelio en la vida de otros. No he querido
correr riesgos ni gastarme demasiado. Pero, creeme, acá lo tenés intacto".

El siervo de la parábola no se identificó ni con su señor, ni con los deseos
de este. No ama a su señor, pero sí le tiene miedo. Y ese miedo le lleva a
buscar su propia seguridad. Su talento estará seguro, pero es improductivo.
No sabe de la felicidad activa y creativa que debe tener el creyente, no
entiende que la misión cristiana lleva al propio crecimiento, y al
descubrimiento de los llamados de Dios cualquiera sea la etapa de la vida
que se está atravesando, no comprende que a veces hay que revisar las
propias ideas en cuanto al Señor y lo que Él hace en nosotros. Le basta con
el "acá tienes lo tuyo".   

Quien solo vive  para cuidar su vida la echa a perder. La actitud
conservadora al estilo del tercer empleado es más peligrosa cuando se
invocan valores cristianos u otros calificativos que ocultan la sola
intención de conservar el pasado.

Nosotros también a menudo somos como el tercer siervo, enterramos nuestro
talento y eso significa enterrar nuestra vida. Me parece que el tema de la
confianza y el miedo que plantea Jesús en esta parábola es más importante de
lo que se suele mencionar y enseñar. Los dos primeros siervos se
arriesgaron. No hay negocio sin riesgo. El tercer empleado se siente con
menos capacidad que los otros y ha recibido menos que ellos. Entre la
partida y la vuelta del Señor no se ha podido decidir por nada. Podía haber
recibido intereses en el Banco, pero ni siquiera eso. Quien vive con tanto
miedo como el tercer siervo se destruye a sí mismo, se anula.

Pero hay otra razón, la propia imagen que él tiene de Dios lo empuja a
sepultar el talento: "Señor, te conocía que eres hombre duro que siegas
donde no sembraste y recoges donde no esparciste por lo cual tuve miedo, y
fui y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo que es tuyo". Su
visión de Dios es la de un Dios castigador, un señor exigente que no tolera
ningún error. Si tienes esa imagen de Dios, el miedo te paralizará y esto
será un impedimento para tu vida y espiritualidad. El no querer cometer
ningún fallo lleva a hacer todo mal. Una imagen enfermiza de Dios termina
enfermando. Quien está ganado por el temor da vuelta sobre sí mismo y no se
entrega al amor.

Si se mantiene esta imagen de Dios que termina generando temor, se vivirá en
la mayor oscuridad. Ya no hay lugar para la luz y la alegría. Tal vez uno de
las  metas del desarrollo de nuestra espiritualidad sea poder llegar a decir
que ya no le tenemos miedo a Dios (y que esto sea bien cierto). Para los que
son como el tercer siervo habrá "llanto y crujir de dientes". He aquí las
consecuencias de su miedo.

De verdad en más de un sentido podemos identificarnos con el tercer siervo.
Muchas veces nosotros también nos lamentamos de nosotros mismos y nuestra
situación, buscamos excusas para vivir como vivimos. Nos sentimos en
inferioridad, vemos todo difícil. Sentimos que no podemos vivir
adecuadamente con lo poco que tenemos. Pero Jesús quiere liberarnos de esa
actitud y por eso presenta de una manera drástica las consecuencias de
actuar nuestros mismos temores. El pretende, mediante esta parábola,
expulsar nuestro miedo para que nos entreguemos a la vida y a Él con más
confianza y más amor.

También se nota en esta parábola la sabiduría de Jesús a la hora de tratar
con las personas que se desprecian a sí mismas y se sienten desvalorizados
en su relación con los demás.

A veces, uno tiene que presentar una visión catastrófica y  exagerada para
que la gente se dé cuenta que mal viven algunas personas y ellos mismos.
Esto hizo Jesús. Él  quiere despertar las partes más fuertes de uno mismo
ayudando a darnos cuenta de las consecuencias de nuestras debilidades.
Quiere abrir los ojos a quienes viven en la autocompasión y  empujarlos para
que adquieran el coraje de arriesgar su vida.

Por supuesto que la lectura de esta parábola no es una receta infalible para
quitarse el miedo a Dios. El miedo puede estar reprimido y habrá que
reconocerlo para quitarle su poder.

Pero el análisis de la parábola nos lleva a mayores precisiones. Hay que
producir, hay que multiplicar, pero es necesario saber para qué y hay que
saber para quién. No basta fructificar los dones recibidos, es necesario
verificar hacia dónde se dirigen  y a quién benefician.

Si solo hemos tratado de acumular, con nuestros talentos, dinero, lograr
mayor confort, acumulación de poder, el Señor tiene derecho a considerar
malgastado ese talento.

Muchos considerados cristianos entierran sus talentos y producen al mínimo.
No quieren arriesgar nada por el Señor, nada por su iglesia. Dicen creer,
pero viven sin ningún compromiso cristiano de vida, viven aislados,
desilusionados y apáticos.

También la fe puede considerarse como un talento enterrado y por lo tanto
malgastado. Cuando lo cerramos como un hecho privado y no compartido. Cuando
actuamos con la fe solo para no perderla.  Porque nuestra fe debe ser
contagiosa, comunicativa. La fe que no aporta nada a nadie, que no se
traduce en testimonio, es una fe inutilizada. Que no suceda esto con
nosotros.

 



Pastor Hugo N. Santos
Buenos Aires, Argentina
E-Mail: hnsantos@ciudad.com.ar

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