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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

Último domingo después de Epifanía, 18.02.2007

Sermón sobre Lucas 9:28-36, por Sergio A. Schmidt

Título: La comodidad es enemiga de lo bueno.

Apreciada comunidad:

En este presente texto estamos ante la segunda gran confirmación de Dios hacia Jesús. La primera la encontramos en el bautismo. Jesús comienza con su misión después de este rito. En este bautismo encontramos que el propio Dios afirma que Jesús es el mismísimo Hijo Amado.

La segunda confirmación que recibe Jesús es la transfiguración. Así como el bautismo es el comienzo y confirmación de la misión de Jesús, ahora, en la transfiguración, es la confirmación que es la voluntad de Dios que Jesús tome el camino de la cruz. La presencia de Moisés, el gran legislador del AT y de Elías, el gran profeta que ascendió a los cielos sin morir, charlando con Jesús justamente sobre su partida. ¿Por qué? El contexto de todo el capitulo 9 del EvLc nos lo puede explicar: el texto anterior a la transfiguración es el primer anuncio de Jesús sobre su muerte. El segundo anuncio, en que se vuelve a ratificar la futura muerte en Jerusalén se encuentra a unos escasos 7 versículos después del texto que hoy es base para el sermón

¿Qué vieron exactamente los tres discípulos? Vieron la gloria de Jesús. La gloria como Hijo de Dios. En palabras muy simples allí, en ese monte, vieron la gloria del Jesús pre-existente, antes de venir al mundo.

Los discípulos estaban sorprendidos. El único que habló fue Pedro y no sabía lo que decía. Los invadía el miedo.

Las palabras del Dios Padre son claras: “Este es mi Hijo, mi elegido: escúchenlo”. Son palabras dirigidas a los tres discípulos. ¿Para que todo esto? Los discípulos tenían que elaborar y asimilar que este mismo Jesús glorioso era exactamente el mismo que debía morir en el cruz. No era fácil para ellos asimilar que gloria y cruz podían ser dos caras de una sóla y misma moneda.

Era exactamente lo mismo que expresa Pablo en la carta a los Filipenses 2:5-11:

“ Haya en vosotros esta manera de pensar que hubo también en Cristo Jesús: Existiendo en forma de Dios, él no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse; sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y hallándose en condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz! Por lo cual también Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que es sobre todo nombre; para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra; y toda lengua confiese para gloria de Dios Padre que Jesucristo es Señor.”

Pero asimilar todo esto era sumamente difícil: ¡era tan cómodo permanecer allí en el monte! Era más fácil y más lindo que enfrentar la otra realidad que les esperaba: la cruz . Nosotros no somos diferentes. ¿Siempre nos resulta mucho más fácil lo que nos resulta comodo! Todos los seres humanos somos iguales: nadie quiere un trabajo más, todos quieren un trabajo menos! La Iglesia -en la Iglesia- no es la excepción.

Veamos los ejemplos eclesiales:

1º) A todos nos cuesta adaptarnos a los cambios. Muchas veces las iglesias responden a preguntas que nadie se hace. Al igual que a los discípulos, hoy a los cristianos nos cuesta mucho una repuesta concreta a los problemas que aquejan al mundo. Hace 3 décadas que vivimos reciclando las mismas ideas y slogan pero dichos de otra forma. Inventamos términos nuevos para seguir diciendo siempre lo mismo, aunque la realidad siempre es dinámica y cambiante. ¿No será que debemos cambiar nuestras perspectivas tal como les pasó a los discípulos?

2º) Toda iglesia, toda congregación tiene sus problemas, sus conflictos irresueltos, sus peleas… en fin, como toda institución humana… Pero, ¿no será hora que las iglesias y congregaciones que se llama a si mismas cristianas hacernos cargo de nuestras propias ignorancias, nuestras propias contradicciones, errores, nuestras falta de fe, etc..., etc.?

3º) Mucha veces en la práctica, llegado el caso, no tenemos ni el más mínimo reparo en contradecir lo que predicamos usando formas de proceder que desde los púlpitos defenestramos.

Volvamos al Evangelio de Jesucristo: seamos creíbles, coherentes, responsables, constantes. Seamos sinceros. Recordemos que también está la otra realidad, la de la Gloria de Dios, que está presente el “Jesús de la gloria” en nuestras vidas. Aunque tenemos que enfrentar duras realidades en la vida, sabemos que Él está presente.

En medio de tantas palabras y de tantos griteríos contemporáneos, escuchemos las palabras del texto de hoy:

“Este es mi Hijo, mi elegido: escúchenlo”.

Volvamos a escuchar a Jesús.

Que así sea.

Amén.

Sergio A. Schmidt
Pastor
IERP
Temperley, Argentina.
E-Mail: breschischmidt @telecentro.com.ar

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