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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

3º Domingo de Adviento, 13.12.2015

Sermón sobre Lucas 3:10-18, por Amós López Rubio

 

En este tercer domingo de Adviento, la predicación de Juan el Bautista tiene tres componentes esenciales: uno escatológico, uno ético y uno mesiánico.

Lo escatológico tiene que ver con la cercanía del Día del Señor, de acuerdo a la enseñanza del Antiguo Testamento. Lo ético se identifica con un modo de comportamiento y de relación con el prójimo. Lo mesiánico señala al Cristo que viene a establecer el reinado de Dios. Los tres componentes están entrelazados entre sí: la venida del Día del Señor requiere de una experiencia de conversión y arrepentimiento, para que así el tiempo mesiánico sea posible.

Por eso, la conversión tiene un lugar central en este mensaje de Juan. Para los profetas del Antiguo Testamento, la conversión es un “volverse a Dios”. Como dice Isaías: “Busquen a Dios mientras pueda ser hallado, llámenlo en tanto que está cercano, que el impío deje su camino y se vuelva a Dios, el cual es amplio en misericordia”. El mensaje del Adviento es un llamado al arrepentimiento, a revisar la vida personal, a volvernos a Dios, a dejar prácticas que no corresponden a su justicia. Así nos preparamos para el Día del Señor.

Pero ese día es cada día. De nada sirve asumir un determinado comportamiento para un día de “juicio final”, porque lo que Dios desea de nosotros no se orienta solamente para aquel día, sino para vivir ahora, cada día, el encuentro con el Señor. Muchas veces nuestro mensaje de salvación se ha centrado en ese día del “juicio final”, y la buena nueva del Evangelio queda así limitada al “más allá”, dejando de lado la vida presente, las exigencias de Dios para vivir aquí y ahora.

En las iglesias evangélicas tenemos una determinada tradición de lo que es la conversión. Describimos la conversión como aquel momento en que nos reconocimos nuestro pecado delante de Dios y aceptamos a Jesús como Salvador y Señor de nuestra vida. Esta manera de comprender la experiencia de la conversión adquirió fuerza a partir del surgimiento del movimiento pietista en las iglesias herederas de la Reforma Protestante, en el siglo XVII.

El pietismo dio gran importancia a relatar ese momento de encuentro con Dios donde el creyente experimentaba señales convincentes de que Dios se había revelado en su vida y le había mostrado un camino a seguir. A veces los relatos de conversión venían acompañados de visiones y revelaciones, estremecimientos del cuerpo, momentos de éxtasis. Poder contar el momento de la conversión –siempre bien definido en un lugar, un día y una hora- se convirtió en una especie de requisito indispensable para avalar la propia identidad cristiana.

En nuestras iglesias, cuando iniciamos el proceso para el bautismo de alguna persona, siempre pedimos que nos cuente su experiencia de conversión. Sin eso, es como si la fe de aquella persona no tuviese suficiente fundamento. Por otro lado, algunas iglesias establecen algunas pautas de comportamiento para demostrar ante los demás que alguien es cristiano, que esa persona que se ha convertido al Evangelio. Y eso se expresa a veces en una manera de vestir, una manera de hablar –el uso de un determinado lenguaje religioso-, participación en la vida de la iglesia, momentos de oración durante el día, lectura y estudio de la Biblia, abandono de algunas prácticas que ahora no son consideradas propias de un cristiano.

Sin embargo, nada de esto encontraremos en el mensaje de Juan el Bautista, ni en el mensaje de Jesús. Si leemos detenidamente los evangelios, veremos que el llamado a la conversión y al arrepentimiento tienen que ver, por un lado, con un camino de conversión permanente, la conversión no es un momento sino un camino a transitar en la búsqueda de Dios y de su justicia, y en ese camino nos estamos transformando continuamente, no se trata de establecer reglas o comportamientos definitivos de una determinada vida religiosa sino de mantenernos en camino, siguiendo a Jesús, descubriendo lo que su Evangelio nos demanda en cada situación y en cada momento. La conversión nos coloca en una vida de fe que se renueva y se transforma todo el tiempo, la conversión nos llama a caminar humildemente con Dios.

La conversión tampoco busca ganar personas para nuestra fe religiosa, para nuestra iglesia, para nuestro grupo. Juan bautizaba en el río Jordán y llamaba al arrepentimiento de los pecados, a la reconciliación con Dios, a la revisión de la vida, pero su propósito no era ganar personas para su religión. Juan no llamó a nadie a asumir su estilo de vida, retirado en el desierto. Él no los llama a adoptar su propia manera de vivir sino que les llama a la conversión, a una reforma en la vida personal, a un comportamiento que responda a las exigencias de Dios. Juan era un profeta de Dios cuyo mensaje quería precisamente preparar el camino de ese encuentro entre Dios y el ser humano.

Por eso necesitamos una ética que se corresponda con el llamado del Señor. Este es el segundo aspecto del mensaje de Juan. La gente le pregunta: ¿qué podemos hacer? Recibir y aceptar el mensaje de Dios para nuestra vida no es un asunto que solo pasa por el intelecto, no es solamente un sentimiento de paz y confianza de que tenemos a Cristo en el corazón y de que somos salvos de la condenación eterna. Es preciso hacer algo, debe haber cambios en el comportamiento que demuestren la decisión que tomamos en nuestra mente y en nuestro corazón. Jesús nos dice en el Evangelio: “No todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el reino de Dios sino aquel que hace la voluntad del Padre”.

Un primer grupo se acerca a Juan y le pregunta: ¿Qué podemos hacer? La primera respuesta de Juan fue: “El que tenga dos túnicas dé al que no tiene, y el que tiene qué comer haga lo mismo”. Es la respuesta de la solidaridad. Una primera respuesta ética al mensaje de Dios es disponernos a compartir lo que tenemos. Aquellos a quienes Juan exigió compartir ropa y comida bien podían ser personas con cierta comodidad económica, pero que eran indolentes ante la necesidad de los pobres

Después se acercaron unos publicanos, hicieron la misma pregunta, y Juan les respondió: “No exijan más de lo que está establecido”. En la primera respuesta aparece el tema de la solidaridad, aquí aparece el tema de la honestidad, la justicia y el temor de Dios. Los publicanos no eran personas gratas al pueblo porque recaudaban impuestos para el imperio romano, pero además de eso, se aprovechaban de su empleo y saqueaban a la gente. Es Lucas quien nos contará la historia de Zaqueo, un publicano que recibió a Jesús en su casa, un publicano que vivió su propio Adviento, el Señor le visitó en su casa y Zaqueo experimentó la salvación, es decir, tomó conciencia de su pecado a partir del encuentro con Jesús y fue consecuente con el evangelio, actuando con justicia.

También se acercaron unos soldados y preguntaron lo mismo a Juan: ¿qué podemos hacer? Y Juan les respondió: “No roben a nadie, ni levanten calumnias y conténtense con su salario”. Aquí aparece el tema de la responsabilidad social, del cumplimiento del deber, de no aprovecharse de la situación de autoridad y poder en la que uno está para explotar y hacer daño. Un soldado es alguien llamado a servir a su pueblo, a custodiar la seguridad de su gente, no a maltratar a su gente.

¿Qué nos llama la atención de estas respuestas de Juan a la gente? Primero, las respuestas de Juan nos dicen que el arrepentimiento, la conversión a Dios, tiene un componente ético importante. En las respuestas de Juan encontramos una ética expresada en solidaridad, honestidad y responsabilidad social. Estas dimensiones de la ética nos hablan también del mensaje del Adviento, la revisión de la vida y la confesión de nuestros pecados.

Segundo, las respuestas de Juan nos dicen que, por un lado, el evangelio es el mismo para todas las personas pero, por otro lado, tiene un mensaje específico para cada cual de acuerdo a su situación y su experiencia de vida. No nos preparamos para recibir a Jesús en abstracto, en general, sino meditando en lo que cada cual hace en su vida cotidiana, revisando cómo cada cual es responsable con lo que hace, con el llamado que ha recibido.

Tercero, las respuestas de Juan no son el gran descubrimiento de la voluntad divina para la vida de las personas. Juan solo recuerda a cada cual aquello que siempre debió hacer por amor a los demás, y que dejó de hacer por amor a sí mismo. Esto es muy importante para nuestros días. Muchas personas se acercan a las iglesias o a grandes líderes religiosos para saber qué tienen que hacer, pero quieren escuchar algo novedoso, inusual, maravilloso, algo que resulte atractivo y que puedan incorporar como una especie de moda religiosa. Si reciben la respuesta de Juan seguramente se decepcionarían, porque la gente hoy no quiere compromisos, quiere resolver sus necesidades inmediatas y sentirse bien, en paz consigo mismo. Lo importante sencillamente es ser buena persona. Y pasamos por alto lo elemental, la necesidad de mirarnos por dentro y disponernos a cambiar.

La tercera dimensión del mensaje de Juan es la mesiánica. Todo lo que Juan hacía era en vistas a la llegada del mesías, el arrepentimiento y la conversión eran condiciones indispensables para poder recibir el tiempo mesiánico, un tiempo que en la Biblia se describe como tiempo de justicia donde Dios viene a juzgar nuestras acciones; un tiempo de bienestar económico donde abunda el pan y nadie pasa hambre, donde la gente no trabaja en vano para que otro venga y se aproveche del fruto de su esfuerzo; un tiempo de solidaridad donde los más débiles y vulnerables son atendidos y tenidos en cuenta; un tiempo de paz, donde la gente experimenta el perdón y la reconciliación.

El mesías prometido es aquel que restaura la vida del pueblo y establece un reinado de paz y justicia. Así lo anuncia el profeta Sofonías al pueblo de Jerusalén: “Dejaré en medio de ti un pueblo humilde y pobre, el cual confiará en el nombre de Jehová. El remanente de Israel no hará injusticia ni dirá mentira, ni en boca de ellos se hallará lengua engañosa, porque ellos serán apacentados, y dormirán, y no habrá quien los atemorice. Canta, oh hija de Sión, da voces de júbilo, oh Israel, gózate y regocíjate de todo corazón, hija de Jerusalén. El Señor ha apartado tus juicios, ha echado fuera tus enemigos, Yahvé es Rey de Israel en medio de ti, nunca más verás el mal”.

En tiempos de Juan el Bautista, la gente estaba con la expectativa de la llegada el mesías, por eso Juan tiene que aclarar que él solo prepara el camino del Cristo. Juan bautiza con agua, pero viene otro que bautizará con fuego y con Espíritu Santo. Viene otro que recogerá la cosecha, guardará el trigo en el granero y quemará la paja en el fuego. Las imágenes del fuego, del Espíritu que se derrama sobre el pueblo y de la cosecha, son imágenes que también encontramos en los profetas del Antiguo Testamento para hablar del Día del Señor, para comunicar un mensaje de esperanza y restauración, porque el juicio de Dios está cercano.

El Adviento nos prepara para recibir al Señor, al Hijo de Dios que viene, a aquel que ha sido ungido por el Espíritu de Dios para traer buenas nuevas a los pobres, a liberar a los cautivos y traer vista a los ciegos. Jesús vendrá y colocará a cada quien frente a su propia vida, frente a su propia responsabilidad, no vendrá a fundar una religión, no vendrá a crear su propio grupo, sino que llamará al arrepentimiento, a la revisión de la conducta, a la responsabilidad por el hermano y la hermana, a la práctica de una ética que transforme las relaciones humanas en relaciones de amor, perdón, reconciliación, relaciones honestas y solidarias. Jesús vendrá y mostrará el camino a seguir.

En este espíritu del Adviento, que hoy encontramos en el mensaje de Juan el Bautista, les invito a un tiempo de oración personal donde podamos revisar nuestra vida: ¿soy como el que comparte una ropa o un plato de comida? ¿soy como el publicano que me aprovecho de mi situación para robar? ¿soy como el soldado que abusa de su autoridad? Preguntemos hoy honestamente al Señor, ¿qué podemos hacer? Y el Señor nos mostrará nuevamente el camino.

Juan el Bautista nos llama hoy a dar un testimonio de justicia en el lugar donde cada uno está, así preparamos el camino del Señor. Amén.

 



Rev. Amós López Rubio
La Habana, Cuba
E-Mail: lopez.amos70@gmail.com

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