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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

4° Domingo de Adviento, 20.12.2015

Sermón sobre San Lucas 1:39-45, por Ángel F. Furlan

 


El Resucitado, que fue crucificado por los poderosos de este mundo acude en auxilio de sus hermanos y hermanas crucificados.

San Lucas 1:39-45    
En aquellos días, María partió y fue sin demora  a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo,  exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?  Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno.  Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor". María dijo entonces: "Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre"

María… una muchacha sencilla de un pueblo perdido en las montañas de Galilea, en el norte del país. María era una de las tantas mujeres jóvenes margi­nadas e ignoradas (quizás esto último peor que lo primero) tanto en el ámbito civil  como en el ámbito religioso. Saliendo apenas de su niñez ya la habían prometido en matrimonio a un obrero. Era pobre y no tenía mucha educación formal. Pero a María le llegó la Palabra de Dios y ella supo escucharla. El mensajero de Dios le dijo que ella tendría un lugar en el plan de Dios para la humanidad y ella sencillamente creyó. Y porque creyó a lo que Dios decía, aceptó el papel que Dios le encomendaba llevar a cabo en el proceso de liberación que comenzaría con la llegada del Salvador.

Con esa solidaridad que es propia de los humildes, de muchos de los que viven en los márgenes de este mundo porque el sistema los ha arrojado allí, María estaba preocupada y quería hacer algo por su parienta Isabel, una mujer ya de edad avanzada que, habiendo sido estéril toda su vida, estaba esperando un hijo. Fue así que decidió ir a visitarla para animarla, acompañarla y ayudarle en lo que fuera menester.

Y en ese acto, a la vista de algunos minúsculo e intrascendente, en esa sencilla manifestación de afecto entre dos mujeres pobres, el Dios que se mueve entre los humildes nuevamente viene, se anticipa a lo planeado y vuelve a decir que Él está y que lo que está pasando y que nadie puede detener, es parte de un plan que supera toda sabiduría humana.

Cuando María llegó a casa de Isabel parece que el niño que se estaba formando en el vientre de Isabel “sintió” la llegada de la Palabra que venía a este mundo y saltó de alegría y su madre sintió en lo más profundo de su ser que también María era parte del cumplimiento de lo que a ella y su esposo les había sido dicho. Y en medio de la alegría de la presencia de María, portadora de la Palabra de Vida en el misterio y milagro de esa Palabra que se hacía carne, el Espíritu Santo vino a la mujer de Zacarías, en quien la palabra de Dios también se había hecho una realidad. Y a través de la fuerza del Espíritu ensalza la fe y el arrojo de María proclamando Bendita tú y bendito el fruto de tu vientre. O podríamos también decir: que se hable bien de ti y del fruto de tu vientre; palabras con mucho sentido si pensamos en la situación de una madre soltera en aquél entonces. ¡Feliz (bien aventurada) de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor!

María reacciona con un canto de gratitud y alabanza a Dios. Ella no está interesada en que todo el mundo le diga bienaventurada. Ella está interesada en lo que Dios va a hacer con ella y a través de ella. A ella le interesa, sobre todo, lo que Dios va a hacer en favor de los humildes y oprimidos.

Los tronos y las coronas, los mantos de reina y los vestidos lujosos, el oro y las joyas con que generalmente se la adorna no están en absoluto en consonancia con la fe y los sentimientos de María. Quizás este encumbrarla en los tronos de los poderosos y llenarla con las riquezas de los ricos puede tener que ver más bien con un intento de moderar y hacer olvidar la fuerza de su grito que denuncia la injusticia y anuncia la intervención de Dios en favor de la liberación de los pobres y humillados y la derrota final de los opresores.

María creyó porque su fe tenía raíces hondas y creía y esperaba que se cumplieran las promesas que Dios había hecho a su pueblo. Toda esa fe que Isabel alaba en su saludo la proclama María en su respuesta: el canto que conocemos con el nombre de “Magnificat” y que proclama la grandeza y misericordia del Dios que libera y hace posible un nuevo mundo en el que reina la justicia.

Dentro de unos días celebraremos, un año más, la Navi­dad. Sonarán los villancicos, se iluminarán las calles, se reuni­rán muchas familias... Pero toda esta fiesta, ¿tendrá algo que ver con la alegría de María, que nacía de su fe y que iba acompañada de su compromiso con el proyecto de Dios? Más allá de la sensiblería navideña y de algunos buenos deseos ¿vamos a hacer algo, quizás aportar un pequeño grano de arena, para luchar contra la pobreza, para devolver la dig­nidad a los humillados, y también y en la medida de nuestras fuerzas, para desterrar de nuestro mundo la injusticia, la opresión, la explotación de los débiles...?

Miremos el ejemplo de estas mujeres y en el de tantas otras que, en general, no aparecen en las noticias. Hoy se habla mucho de los derechos de la mujer. Hace unos años escribí un artículo diciendo que yo no puedo pensar en “la mujer” en abstracto, en él decía que prefiero mucho más pensar en mujeres. Pienso en mujeres que luchan. Mujeres que sufren. Mujeres que mueren. Mujeres que dan vida. Mujeres que están solas. Mujeres que son compañía y consuelo. Mujeres que curan. Mujeres que asumen la terrible decisión de empuñar las armas porque no les han dejado otro camino. Mujeres que tienen hijos. Mujeres que no tienen hijos. Mujeres valientes. Mujeres que no pueden salir de la maraña de corrupción y dolor que las esclaviza. No son sólo números o estadísticas. No son mujeres en abstracto. Todas ellas tienen un nombre, tienen un rostro. Una de las resoluciones de la XI Asamblea de la Federación Luterana Mundial comienza diciendo literalmente “la pobreza tiene rostro de mujer”. Pienso, sobre todo, en esas mujeres que son el rostro de la pobreza, todas aquellas a las que, junto a sus hijos e hijas, el sistema ha excluido y sometido a ser el último eslabón de la miseria planificada por los poderosos de este mundo.

Pienso en las campesinas paraguayas que conocí en un Foro Social Mundial, a una de ellas le faltaban los dientes, caídos al enfrentar los cascos de los caballos de quienes les querían arrebatar la tierra. Pienso en las mujeres salvadoreñas trabajando en las infames maquilas instaladas por el capital imperial. El salario que reciben no alcanza para cubrir las necesidades mínimas de sus hijos e hijas. Pienso en las mujeres indígenas del Bajo Aguán en Honduras resistiendo frente a los maltratos y el temor que les infligen los que las quieren arrojar de su tierra.

Pienso en las niñas madres. Pienso en las madres solteras, tanto las que lo son por propia voluntad, decisión valiente, como las que han sido engañadas o abandonadas por un compañero irresponsable o violento. Pienso en todas las que sufren violencia, violencia física, mental, social, institucional, laboral. Pienso en las que son calificadas como “nada más que ama de casa”. Como si éste no fuera un trabajo que muchas veces llega a ser agotador y desgastante. Sólo que no remunerado, sin francos y sin derecho de huelga. Pienso en las que “trabajan afuera” pero luego también tienen que trabajar adentro de sus casas como si en todo el día no hubieran hecho nada. Pienso en todas aquellas cuya  vida ha sido cambiada a través de la educación y en todas las que no pueden acceder a una educación liberadora.

Pienso en aquellas que han sido sometidas al tráfico y la trata. Pienso en las que encontraron en la prostitución la única opción posible. Aunque como algunas de mis amigas trabajadoras sexuales dicen “Ninguna mujer nace para puta” y dieron ese nombre a una muestra en el Centro Cultural Borges (uno de los más prestigiosos de Buenos Aires). Recuerdo los rostros de algunas personas en la congregación, cuando en el sermón de la misa dominical mencioné el nombre de la exposición con todas las letras. Como si decir “puta” en un sermón fuera peor que quedar indiferente ante un sistema social que llevó a algunas mujeres a “vender sus cuerpos” aunque no sus almas. Puedo testimoniar que, en la mayoría de los casos, su alma no se ha contaminado.

Pienso en las mujeres iraquíes, afganas, colombianas y de muchas otras nacionalidades que perdieron sus hijos e hijas en las tantas guerras del imperio del anticristo, que a través de los siglos toma distintas formas pero continúa siendo el mismo infame imperio con sus bestias apocalípticas y falsos profetas de turno.  

Pienso en las profesionales valientes que se juegan por la vida de sus semejantes. Pienso en las médicas cubanas que han ido como misioneras a muchas partes del mundo. Pienso en las que trabajan, a veces con la ayuda de algunos hombres, por la liberación de la mujer en todos los campos, en todos los terrenos, en todas las opciones. Pienso en las que lucharon por un lugar dentro de la iglesia institucional y hoy son líderes, pastoras, obispas y arzobispas; y también pienso en las que, desde el anonimato o desde una silla de ruedas tejen o preparan ropa para los que necesitan abrigo.

Pienso en tantas religiosas de nuestra hermana iglesia romana que desde su concepción particular de una vida consagrada atienden las necesidades de los humildes al tiempo que luchan también por un mundo distinto y por una iglesia distinta. Pienso en particular en una religiosa, María Basa, a quien en la Red Jubileo llamamos cariñosamente “la monja María”, incansable luchadora por los derechos de los más humildes y que eligió vivir en una “villa” (barrio marginal/favela), renunciando a las comodidades de la casa comunitaria de su congregación y a su herencia familiar.

Pienso en las que ejercen la docencia, que acompañan a la niñez y a todos aquellos que en la edad adulta todavía quieren aprender. Compañeras en el camino que lleva a la liberación. Pienso en las abuelas que crían a sus nietos. En las que han adoptado los hijos o hijas que otras no podían criar y quitan el pan de su boca para alimentar a quienes otros considerarían ajenos. Pienso en todas las involucradas en las luchas sociales, que trabajan por otro mundo posible, en el que las palabras igualdad y libertad no sean palabras extranjeras.

Pienso en mi esposa, Chabela, que durante más de cuarenta y siete años siempre ha estado a mi lado y me ha ayudado no sólo en el hacer pero también en el tratar de ser un mejor ser humano. En mi hija, Paula, y su valentía para enfrentar la vida, acompañar a su hijo adolescente y ser capaz de tomar decisiones sabias y prudentes. En mi madre, Rosa, que me dio lo mejor que tenía y podía para ayudarme en el camino de la vida. Y muy particularmente en mi suegra, Teodora, cuyo ejemplo me sigue inspirando muchos años después de haberse ido… Pienso en Alejandra, Griselda, Marcela, Myriam, Delia, María, Beverly, Eva, Rosalía, Cristina, Xiomara, Anahí, Sara, Raquel, Margarita, Patricia, Lidia, Juana, Adriana, Débora, Daniela, Alma, Irmgard, Lili, Paulina, Berta, Elena, Laura, Emilia, Sofía, Irma… y podría seguir con una lista casi interminable de nombres y rostros que amo y admiro.

Si buscamos el  verdadero “espíritu navideño” miremos a esas mujeres, tomemos el ejemplo de estas mujeres, lideradas sin duda por María que creyó en la libera­ción porque tuvo fe en el Dios liberador.

En la medida en que nosotros creamos en la posibilidad de un mundo verdaderamente libre, en la medida en que creamos, como María, en que Dios está comprometido con la libertad de los seres humanos y, como ella, nos comprometamos a hacer todo lo posible para que este mundo sea la casa común de los hijos de Dios, viviendo en libertad y amor, habiendo lugar para todos, sólo en esa medida estaremos llenando de sentido la celebración de la Navidad.

 



Pastor Ángel F. Furlan
Buenos Aires, Argentina
E-Mail: afurlan@fibertel.com.ar

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