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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

NOCHEBUENA, 24.12.2015

Sermón sobre Mateo 1:18-25, por Jorge Weishein

 

¡Oh, Mesías prometido, ven tu pueblo a liberar!

Estimados hermanos, Estimadas hermanas,

Los pueblos buscan salvadores y salvadoras. Los pueblos necesitan mesías en los cuales depositar su esperanza de forma concreta. Esto pareciera que es una constante a lo largo de la historia de la humanidad. Por supuesto, no siempre se les llama de este modo. Sin embargo, los ritos, el lenguaje, las expectativas, las prácticas ponen en evidencia que los seres humanos cuando no encuentran un mesías divino se aferran con confianza a un mesías humano. La necesidad de depositar las esperanzas en alguien es más fuerte que la razón, es una cuestión de fe, una condición humana y una determinación de la historia.

Siento que a medida que se profundiza la sociedad capitalista en nuestras prácticas y se afianza en nuestras identidades y su lógica se mete en nuestro lenguaje, las personas buscan cada vez más desesperadamente una respuesta mágica, religiosa, trascendental. Si esa respuesta es canalizada por una figura humana, una personalidad, una persona que concita un amplio apoyo popular, mejor. Este aspecto hace que la expectativa sea más real, más concreta, más viable. En síntesis, es más fácil creer viendo de qué se trata que creer a secas y que sea lo que Dios quiera.

Ahora, ¿de qué se trata esta fe? Algunos podrán decir que esto no se trata de fe, que esto es idolatría, que esto es una aberración teológica. Es probable, que lo sea. Sin embargo, mientras tanto estas personas siguen buscando una respuesta a esa búsqueda de algo superior a la rutina, la cotidianeidad, la dinámica de vida su vida familiar, laboral, social. Esta necesidad de poner sus expectativas en alguien resulta en una práctica religiosa laica o eclesial pero redunda en definitiva en una práctica de fe. Esta fe es una fe histórica porque tiene una expectativa de cambio social concreto y se basa en una experiencia claramente descriptible, personal, familiar o incluso social. Esta fe es profundamente mística porque tiene su lenguaje, su ritualidad, sus prácticas, sus símbolos, cuenta con elementos que dan muestra claramente de ser algo trascendente.

Al avanzar en esta reflexión me pregunto si acaso no fue esto mismo el dilema de Jesús en su ministerio por Israel. ¿Cuántas personas depositaban su esperanza en él porque veían claramente en él las condiciones necesarias para reinar en su pueblo? ¿Cuántas personas colocaron en él sus mejores deseos de un cambio para la sociedad de ese tiempo? ¿Cuántas personas vieron en Jesús en ese tiempo a un profeta potente, creíble y transformador? ¿Cuántas personas siguieron a Jesús a raíz de sus más profunda búsqueda de paz y de justicia, no sólo para sí mismos, sino para todo el pueblo?

¿No es este acaso el tenor del debate que plantea el texto de la concepción de Jesús? ¿No es este acaso el tenor de las preguntas que se hace José al punto de proponerse dejar a María? El texto bíblico pone justamente el horizonte del abandono de María como una posibilidad a raíz de que José no logra vislumbrar en ese embarazo nada más que un niño por nacer. José al tomar conocimiento, al reflexionar profundamente en diálogo con Dios, al hacerse cargo de sus sueños y expectativas, al identificar en ese niño el cumplimiento de una promesa divina, al lograr poner en ese niño sus más profundas esperanzas de liberación, es que entonces José puede asumir su paternidad y desposar a María.

Este carácter trascendente de Jesús, como hijo de Dios, como el portador de los sueños de un mundo nuevo y mejor, de ese reino de Dios añorado desde el tiempo de los patriarcas, es lo que hace que Jesús sea reconocido como el maestro, el profeta y el rey para tantas personas en su tiempo. Sin embargo, Jesús asume la tarea de orientar esas expectativas hacia Dios y sus prójimos.

José se reconoce en un plan de Dios en el cual envía a su hijo Jesús al mundo porque “él salvará a su pueblo de sus pecados”. Este niño está concebido por la voluntad de Dios para estar al servicio de la salvación del mundo. José puede ver en esa situación a la mano con Dios. La potencia de esta convicción modifica completamente la actitud y las expectativas de José, al punto que asume su paternidad y la crianza con María de este niño que Dios coloca en medio de sus vidas.

Esta situación vamos a verla en diferentes encuentros de Jesús a lo largo del evangelio. De hecho es una característica del género evangelio que al traspolar estas experiencias relatadas a la vida de las personas esas personas sean interpeladas en sus más profundas convicciones. Es decir, que de la misma manera que las personas del relato se encuentran, se descubren y se reconocen convocadas al reino de Dios, de la misma manera la persona que lee, escucha y reflexiona este relato también se encuentre, se descubra y se reconozca parte de un plan de salvación al que está invitada y convocada. Este llamado al descubrimiento de la presencia de Dios, de la manifestación del reino de Dios en el mundo, es la experiencia fundante de la fe cristiana. La fe, en definitiva, es la experiencia en la que las expectativas de los seres humanos se encuentran con el plan de Dios. En este sentido, la fe es un camino, una orientación, una dirección para la vida de las personas.

La persona de fe reconoce en sus sueños al sueño de Dios para el mundo. Esta es la experiencia de José al reflexionar sobre el embarazo de María. Él se descubre parte de un sueño mucho más grande, él se reconoce parte de un plan de Dios para todo el pueblo, él se descubre un instrumento al servicio de Dios para salvación de toda la humanidad. Esta experiencia al ser puesta en palabras suena grandilocuente, pretensiosa, y hasta puede parecer soberbia. Sin embargo, la fe no es una lámpara que se coloca debajo de la mesa para alumbrarse los propios pies. La fe es una lámpara que ilumina toda la habitación y su reflejo se extiende hacia afuera del hogar para que incluso pueda ser identificado a la distancia por cualquier persona que necesita un lugar de referencia. La fe es una experiencia compartida en comunidad.

La fe no se vive en soledad, ni es una experiencia mística que enriquece solamente el alma de la persona para su bienestar personal. La fe tiene su parte mística porque convoca lo trascendente que supera la razón y el conocimiento humano porque tener fe implica aceptar que hay un gran desconocimiento, un gran no saber, una enorme apertura hacia algo que se desconoce pero que se sabe y se siente, con certeza, que es renovador, transformador, para la vida de todas las personas tanto a nivel individual como familiar y social. Esta experiencia de fe vence al miedo, a la incertidumbre, a la desesperación. La fe se abre a la voluntad de Dios. No por nada, el libro de los hebreos afirma que “la fe es la certeza (la sustancia) de lo que se espera, la convicción (la demostración) de lo que no se ve” (Hb 11,1) Esta es la actitud y la situación en la que se descubre José ante la toma de conocimiento del nacimiento de Jesús. La actitud de José pone en evidencia el plan de Dios. José se asume testigo de una experiencia que trasciende su vida personal y familiar, e incluso del pueblo de Dios.

El texto nos convoca a ponernos en el lugar de José. El relato del evangelio nos convoca como a José a ir al encuentro de nuestras expectativas y convicciones más profundas y reconocer en este acto de Dios un llamado a ponernos al servicio de su voluntad para la salvación del mundo. El nacimiento de Jesús nos convoca con todas nuestras esperanzas de cambio, de transformación, de una nueva forma de vivir y convivir como personas, como familias, como pueblo, como sociedad global, como mundo. Este relato del evangelio nos llama a poner en evidencia nuestros sueños y mirarlos a la luz de la voluntad de Dios: ¿Qué me está diciendo Dios con esto que siento, quiero y estoy buscando? ¿Qué me está pasando? ¿Qué es esto que estoy viviendo?

La palabra de Dios es clara y contundente, al llamar a las personas a no poner su fe en personas, ni aún las más poderosas ni las más ricas, menos todavía en la riqueza, porque ninguna de estas cosas puede salvar. Porque esta es la cuestión: allí donde pongo mis expectativas pongo mi esperanza de salvación. El llamado del evangelio es poner nuestras expectativas, nuestros sueños, nuestras búsquedas de un mundo mejor en las manos de Dios, y ponernos al servicio de la voluntad de Dios. Este tiempo de adviento, Nochebuena y Navidad es un tiempo de renovación de nuestra lealtad al reino de Dios. El nacimiento de Jesús nos convoca a ajustar nuestro GPS, revisar nuestra brújula, para ver si efectivamente estamos yendo en la dirección correcta, en la dirección que Dios sueña con nosotros.

Estimados hermanos y hermanas, somos parte de algo mucho más grande que lo que se ve a simple vista. Dejemos que Dios lo revele en la historia, a su modo, a su tiempo, hasta que la humanidad reconozca en el encuentro con Dios un nuevo cielo y una nueva tierra, una nueva forma de vivir y convivir en el mundo al servicio del prójimo para gloria de Dios.

¡Feliz Nochebuena! Dios permita que sus sueños y esperanzas se encuentren con los suyos en este nuevo tiempo que inaugura la presencia de Dios en el mundo. Amén.

 



Pastor Jorge Weishein
Buenos Aires, Argentina
E-Mail: jorge.weishein@gmail.com

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