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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

4º Domingo después de Epifanía, 31.01.2016

Sermón sobre San Lucas 4:21-30, por Ángel F. Furlan

 

 

Entonces comenzó a decirles: "Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír". Todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: "¿No es este el hijo de José?". Pero él les respondió: "Sin duda ustedes me citarán el refrán: 'Médico, cúrate a ti mismo'. Realiza también aquí, en tu patria, todo lo que hemos oído que sucedió en Cafarnaún". Después agregó: "Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra.

Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón. También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio". Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.

 

Jeremías1 tiene una clara conciencia del llamado de Dios para ser un servidor de la Palabra. Él sabe bien que lo que tiene que anunciar no es su propia palabra, salida de su interior, de su capacidad, de su sabiduría, sino la Palabra de Dios. Sabe también y lo sabe muy bien, que él no es el dueño o poseedor de la Palabra sino su servidor.

Como servidor de la Palabra tiene un mensaje de juicio, debe denunciar la injusticia, la mentira y la corrupción, pero también llamar al arrepentimiento, presentando el desafío a la posibilidad de una vida nueva. Su mensaje es juicio, pero también es buena noticia. La buena noticia de Dios que trae liberación, justicia y paz para aquellos que quieran recibirla, aún para los líderes opresores que estén dispuestos a arrepentirse.

La reacción de los líderes religiosos y políticos frente al mensaje de Jeremías y al mensaje de Jesús es semejante. Oyen el mensaje pero no están dispuestos a recibir la Palabra de Dios. Por el contrario, por todos los medios posibles, por la seducción, por la corrupción o por la fuerza de la persecución o la tortura, intentan domesticar, manipular y usar al mensajero para sus propios fines. Pero, más allá de lo que puedan hacer al mensajero y aún más allá del mensajero mismo, la Palabra de Dios no puede ser detenida, ni manipulada ni usada.

El Evangelio nos relata el choque de Jesús con los que habían sido por muchos años sus vecinos de Nazaret. Ellos si bien están admirados de su mensaje al mismo tiempo lo ponen en duda. Dicen “este es sólo el hijo de José, ¡acaso nosotros no conocemos a su padre y a su madre!”. En otras palabras están afirmando: lo que dice puede parecer muy bueno pero, en definitiva, qué títulos tiene para hablar de esta manera, no tiene ni estudios ni autoridad emanada de la jerarquía eclesiástica o política.

Ellos piensan, como muchos todavía hoy, que la sabiduría es posesión exclusiva de los que tienen títulos, de los instruidos, y que no puede venir de la gente común. Para ellos Jesús es un trabajador común, un hombre del pueblo y el pueblo no es capaz de pensar por sí mismo y mucho menos adentrarse en el conocimiento de las cosas divinas. Acabo de ver nuevamente una película que narra una historia que ilumina mucho en este sentido, “El Proceso de Juana de Arco”2. La gente común del pueblo, afirman, necesita que otros piensen por ellos. Hace muchos años escuché decir a uno de mis mentores que en las iglesias protestantes la pretensión de autoridad absoluta expresada en la idea de la “infalibilidad papal” había sido reemplazada por la pretensión de autoridad de las facultades de teología en la interpretación y custodia de “la verdad”. Seguramente que no es siempre así y que no lo es en muchos casos pero es, sin embargo, algo para hacernos pensar.

Lo que de alguna manera entusiasma a los habitantes de Nazaret es la idea de que haga algún milagro. Pero, no nos ilusionemos, con seguridad no están pensando en un milagro como algún signo de la presencia y voluntad de Dios, sino en algún prodigio mágico que les ofrezca un buen espectáculo. Su perspectiva es la de la superstición, no la del signo que compromete a la reflexión y la decisión. El espectáculo mágico, a diferencia del signo, no conduce a un abrirse a la Palabra de Dios y aceptar su desafío, distrae la atención y aleja la de ella. La magia, como tampoco el mero espectáculo religioso por grande y elaborado que sea, ni la erudición por sí misma, significan o llevan a compromiso alguno por más que llame la atención el despliegue visual o intelectual. Sólo la Palabra de Dios llama a la conversión y al verdadero compromiso evangélico.

Lejos de hacer “algún milagro” Jesús los asombra al poner delante de ellos dos ejemplos desafiantes (signos) tomados de la historia de los profetas Elías y Eliseo. Los dos ejemplos, que tienen que ver con excluidos y extranjeros, apuntan claramente a una trasgresión de los límites étnicos y culturales, a la ruptura de viejos tabúes discriminatorios y a la puesta de duda de lo que se consideraba religiosamente correcto.

Jesús no ha ido a Nazaret para encerrarse dentro de los estrechos límites de las tradiciones exclusivistas de la religión, él ha ido allí para ayudarlos a salir, a liberarse de los prejuicios. No está allí para ofrecer un espectáculo de magia, para complacer a los judíos que lo buscan pero no quieren seguir un camino de fe libre de ataduras y exclusiones. Pero Jesús está enfrentando a gente, como muchos hoy, que rechaza cualquier camino que llame a repensar las cosas, a repensar los instituidos sociales y religiosos, a repensar la vida desde una nueva perspectiva, y a comenzar a ver que el Reino de Dios en Jesucristo es otra cosa que nuestras tradiciones.

Jesús los desafía a ser libres y a permitir a otros y otras ser libres, a salir de los estrechos límites de la sinagoga de Nazaret y de las pesadas tradiciones religiosas de Israel. Pero, para los líderes religiosos y políticos, estas son ideas peligrosas, subversivas, y es necesario combatirlas. Por eso deciden eliminar al que se atreve a proclamar esas ideas3. No es algo nuevo para nosotros el hecho de que para algunas personas el que otro se atreva a pensar distinto es un delito. En América Latina, muchos de nuestros mejores jóvenes fueron desaparecidos y muertos en los años setenta por el sólo crimen de atreverse a pensar y a sostener que el pueblo común, los excluidos del sistema, también tenían derechos. Todo esto con el gran y significativo silencio (y en algunos casos complicidad) de un gran sector de la iglesia mayoritaria y de un buen número líderes evangélicos conservadores.

Pero aún sin pensar en situaciones extremas, tanto en lo político como en lo religioso hay quienes se niegan a la posibilidad de convivir con ideas y proyectos distintos. Que consideran difícil y pesado, sino inútil, el camino del diálogo. En la misma iglesia, es lamentable que para algunos líderes sea más fácil tratar de imponer ideas desde la cátedra y querer responder todas las respuestas sin escuchar las preguntas4 antes que sentarse a dialogar con el pueblo, dispuestos también a aprender de sus hermanos y hermanas llamados “laicos”.

En la mayoría de nuestras sociedades cuando una trabajadora sexual o un/a transexual son asesinadas, por regla general, el hecho no ocupa el mismo lugar ni tiene el mismo enfoque en los medios y en la atención de la sociedad (¿y de la iglesia?) que cuando alguien que tiene otro estatus, o vive de una manera considerada más “apropiada”, es asesinado o asesinada. Más allá de nuestra pretendida apertura de las últimas décadas, en el fondo del subconsciente, nuestra sociedad y la iglesia todavía son cautivas de una moralina sexual que nos lleva a pensar en ellos/as como si fueran leprosos en nuestra sociedad y que de alguna manera son un poco responsables de que les haya pasado lo que les pasó5.

Lo trágico de esto es que se da en una sociedad y una iglesia que, entre muchos otros crímenes, contemplan a diario la corrupción política, las acciones de coacción y soborno de quienes deberían proteger al pueblo, las distintas formas de extorsión económica, el endeudamiento inmoral e ilegítimo de nuestros pueblos, la soberbia de los ricos y poderosos, el despojo y la violación de los derechos de campesinos e indígenas y las múltiples formas de trata y explotación de personas… sin que estos crímenes sean el principal motivo de su diario desvelo6. Es necesario que nos tomemos el trabajo y el tiempo para pensar el desafío que esto significa para la iglesia y su perspectiva de fe.

Posiblemente, para muchos, es todavía difícil entender que el tema central no está en lo que dice la letra de la Escritura sino en la forma en que leemos las Escrituras. La podemos leer desde una posición tradicional, conservadora, enfatizando la literalidad de lo que está escrito y en algunos casos desde una magnífica erudición o podemos leerla proféticamente enfatizando la promesa y la gracia, como la buena noticia a los pobres, como el jubileo de Dios que es a la vez juicio y promesa. Como cristianos y cristianas, como iglesias, tenemos necesidad de aceptar nuevamente el desafío de Jesús. Es necesario salir de Nazaret, atrevernos a mirar con nuevos ojos la historia de la mujer de Sarepta o del leproso Naamán que, en definitiva, son la imagen de todos los extranjeros y leprosos de nuestro tiempo, de los que han sido declarados inmundos7 y estigmatizados y demonizados por el sistema que gobierna el mundo. Darnos la posibilidad de pensar, de discutir, de caminar con los distintos a “nosotros”, de reconocer las opiniones diversas que nos llegan desde fuera de la institución iglesia, de dejar que nos interpelen, que en algún momento nos dejen mudos, y tener la valentía de analizarlas y repensar todo desde un nuevo, fresco y revitalizador entendimiento de las Escrituras.

 

 



Pastor Ángel F. Furlan
Buenos Aires, Argentina
E-Mail: afurlan@fibertel.com.ar

Zusätzliche Medien:
1 Cf. Jeremías 1:4-10. Primera lectura de este domingo.

2 “El proceso de Juana de Arco”, Robert Bresson, Francia, 1962 (sólo una hora y minutos de duración). Es sumamente interesante desde el punto de vista que no enfoca a la Juana de Arco guerrera, sino que tiene su centro en el juicio al que es sometida por los representantes del poder religioso. El argumento central es que una mujer que además es del pueblo común e inculta, no puede recibir una revelación de parte de Dios, en todo caso sólo podría oír la voz del demonio. Se atreve a vestirse como varón y a asumir posiciones políticas. No olvidemos, con vergüenza, que hay muchas Juanas a través de la historia del cristianismo, aún del cristianismo reciente.

3 No puedo menos que recordar una tira cómica (¿?) de Quino y su tan conocido personaje “Mafalda”. En tiempos de represión en Argentina, Mafalda ve a un policía, señala su bastón (cachiporra) y dice “¿Ven? este es el palito de abollar ideologías”. La expresión de Mafalda, nos lleva ineludiblemente a pensar en los medios que tiene el poder para criminalizar la protesta social y que encuentran su expresión más acabada en los encarcelamientos ilegales, la tortura, la desaparición forzada de personas, los falsos positivos, etc.

4 Como alguien dijo en tono irónico: respuestas que pueden quizás ser verdades desde su punto de vista, pero que al común del pueblo en sus necesidades y miserias no le sirven para nada.

5 Así en la trágica época de la dictadura militar genocida en Argentina, había quienes decían con respecto a los desaparecidos: “algo habrán hecho”.

6 Diario desvelo es mucho más que declaraciones. Declaraciones que si bien buenas, quedan finalmente en lo que son, sólo declaraciones.

7 In-mundo es una palabra muy fuerte, del griego y luego del latín, literalmente significa que está fuera del universo de las cosas bellas y por lo tanto, como es contrario a lo que debería ser, no tiene razón de ser en el mundo. Vivimos en un mundo que declara in-mundos a todos los que no se ajustan al sistema.



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