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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

4º Domingo de Cuaresma, 06.03.2016

Sermón sobre Lucas 15:11-32, por Pedro Kalmbach

 

11 También dijo: Un hombre tenía dos hijos;
12 y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes.
13 No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente.
14 Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle.
15 Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos.
16 Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba.
17 Y volviendo en sí, dijo: !!Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre!
18 Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti.
19 Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros.
20 Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó.
21 Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo.
22 Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies.
23 Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta;
24 porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse.
25 Y su hijo mayor estaba en el campo; y cuando vino, y llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas;
26 y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
27 Él le dijo: Tu hermano ha venido; y tu padre ha hecho matar el becerro gordo, por haberle recibido bueno y sano.
28 Entonces se enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase.
29 Mas él, respondiendo, dijo al padre: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos.
30 Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo.
31 Él entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas.
32 Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado.

Un padre y sus dos hijos. Sobre la madre el texto no nos dice nada.

a. Pobre hombre el Padre! Él tiene dos hijos, pero en realidad no tiene ninguno. El hijo menor se le va. El mayor… bueno, el mayor, como ya vamos a ver, vive una vida llena de frustración.
Totalmente “ingenuo”, cuando el hijo menor pide su herencia, el Padre reparte los bienes entre ambos hijos (vs. 12). Y entonces ya no le pertenece nada.
Dios, que entrega lo que es suyo a los seres humanos. La tierra y los dones, entregados a los seres humanos. ¡Tan sencillo y tan riesgoso a la vez!
Cuando vuelve el hijo..., ¡pobre Padre! Todo lo que le había dado a su hijo fue malgastado, y el propio hijo estaba en un estado calamitoso.
Sin embargo, el Padre se pone totalmente fuera de sí, por la alegría que siente cuando lo ve llegar a su hijo. El hijo ni siquiera tiene tiempo de decir nada, ninguna palabra para justificarse y el Padre ya lo abraza y lo besa por la alegría que siente. En lugar de reproches, de justificaciones, hay clima de fiesta y de alegría.
En realidad, podríamos decir, ¡pobre Dios! Él está sediento de amor por su hijo pecador, por el cual está dispuesto a rebajarse, a ir hasta la cruz.
Y el final de la escena: Ahí está el Padre, en la oscuridad conversando con su hijo mayor y rogándole que entrara. Dolido, quizás confundido le dice: “tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas.” Como si no estuviera en claro que hace un buen tiempo ya todos sus bienes también eran del hijo mayor. ¡Qué dolor! ¡Qué catástrofe! La fiesta con sus dos hijos —con todos sus hijos— corre el peligro de fracasar.

El hijo mayor. Una persona tan intacta y tan destruida a la vez. Claro, a él le gusta la vida, pero se priva de la alegría, de disfrutar la vida. Sin embargo está ansioso por poder tenerla y hacerlo. Pero… en realidad ¿cómo puede tener alegría y disfrutar de la vida? Él es alguien que vive y que se entiende, a sí mismo y a las demás personas, solamente a partir de lo que se hace. Él valoriza a las demás personas exclusivamente a partir de lo que estas hacen o no hacen. ¡Pobre hermano mayor! Su mirada enojada, envidiosa lo deja inmóvil y abatido/destruido. ¡Pobre hermano mayor! Él no entendió que la herencia que recibió es para festejar y para alegrarse; también por la vuelta del hermano menor. ¡Pobre hermano mayor! Todos esos años él se había quedado en la casa del Padre, un lugar seguro, sin multiplicar y sembrar su herencia en otros lugares un poco más riesgosos, donde su Padre no era conocido o no tenía influencia. El hermano mayor se había dormido sobre su herencia! Él no entendió que esa herencia es para alegrarse, para festejar y para compartir con las demás personas, también con los hermanos que se habían ido.

El hijo menor. Un fracasado, un mal administrador, un vividor. Alguien que no sabe hacer un buen uso con la herencia recibida.
Como nosotros hoy, nuestra humanidad. Recibimos la tierra, y qué es lo que está quedando de la misma: especies de animales que desaparecen, los ríos contaminados, las aguas de las napas profundas contaminadas, el monte, la selva que va desapareciendo. Ya casi no se trabaja la tierra sin usar agroquímicos peligrosos en forma desmedida.
Como nosotros, los seres humanos. Recibimos diferentes dones y capacidades y vivimos y hacemos como si fuéramos dueños absolutos de ello. Nos cuesta compartirlos para el bien de las demás personas, para el bien de las personas que nos rodean, para el bien de lo que Dios nos ha dado.
En realidad, el hermano menor no se diferencia mucho del mayor. Una vez perdido todo y en la miseria, este, el menor, se decide por volver a la casa del padre para que lo contrate como jornalero. ¡Pobre! Él piensa que con su actuar, que con su obrar el Padre por lo menos lo va a tener entre sus jornaleros.
El hijo menor, igual que nosotros, igual que el hijo mayor, quiere basar y justificar su existencia en el hacer, en el obrar, en el rendimiento y en la producción. Igual que nosotros, él piensa que aquello que va a salvarlo está en sus propias manos. ¡Y esto es un motivo que puede llevar a una gran desesperación!

Nuevamente el Padre. Él abraza a su hijo menor antes de que este pueda decirle algo. Las palabras del hijo: “ya no merezco llamarme tu hijo”; el Padre ni las escucha y manda a preparar una gran fiesta.
Un Padre, que sobre todas las cosas ama a sus hijos. Un amor que es incondicional y que sufre cuando no es correspondido. Un amor que se alegra enormemente y que festeja cuando lo buscamos. Aquél que manda a matar al becerro para la fiesta, sufre con sus hijos cuando estos sufren, sufre con sus hijos cuando estos se encierran en su egoísmo y quieren basar su existencia en las propias acciones. Aquél que manda a matar al becerro es quien justifica nuestras vidas y nos saca el enorme peso de tener que justificar nosotros mismos nuestras vidas. Somos hijos suyos porque él nos ama, y no porque lo hayamos merecido por ser más lindos, o por ser mejores en el trabajo, o por tener más dinero, o por tener más estudio, o por ser mejores personas... Somos sus hijos porque él lo quiere, nos quiere, nos ama. Y es por eso que nos ha dado dones, no para que los malgastemos, ni para que nos los guardemos, sino para ponerlos al servicio de las demás personas y de lo que nos rodea.
Que en esta época de Cuaresma podamos reflexionar sobre nuestros dones/nuestra herencia, que podamos ponerla al servicio del prójimo y así volvernos a Dios y a la humanidad. En la cruz, a través de Jesucristo, Dios se entregó a todos nosotros y nos mostró el profundo amor que nos tiene. En el bautismo, de cada uno/a de nosotros/as, Dios nos muestra una y otra vez que ese, su amor, es sin condiciones; que su llamado es para cada uno y para cada una de nosotros y de nosotras. Él quiere compartirlo todo con nosotros, nos invita a una gran fiesta y a ser partícipes de su gran alegría. Amén.



Pastor Pedro Kalmbach
Buenos Aires, Argentina
E-Mail: pedro_kalmbach@yahoo.com.ar

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