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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

3° domingo de adviento, 16.12.2007

Sermón sobre Mateo 11:2-11, por Felipe Lobo Arranz

 

 

Juan pregunta... Jesús responde

 

 

Tenían que ser los dos. Ambos necesarios en todo lo que iba a acontecer ante el anuncio del Reino de Dios.

Unidos vinieron al mundo en el seno de la cercanía familiar, juntos vivieron parte de la niñez y de la juventud, no muy lejos, de ambos se habló proféticamente, como un tandem se sirvieron mutuamente en el bautismo, unidos comenzaron la carrera de la predicación, pero el camino de ambos se separaba por momentos y al final solamente habría de quedar uno, el que había de venir, el Cristo, sin embargo ninguno de los dos morirían en una cama cargados de años, sino en medio de la lucha y la conquista de la salvación para todos los hombres que buscaran a Dios.

Juan el Bautista esta en prisión y pregunta a través de dos de sus discípulos si era definitivamente Jesús el que había de ser el enviado de Yahvé. Jesús respondió señalando sus hechos y maravillas, acallando su verbo, dejando que la voluntad de Dios en Él hablara por sus actos de misericordia y de poder, dignas de un Salvador y del Mesías.

Ante la duda, Jesús no responde con dureza, no recrimina a Juan, todo un mártir, por su pregunta, no se enfada, no lo ridiculiza, no le hace de menos, sino que contesta a todos los hombres que le rodeaban la auténtica vocación y su dignísimo servicio a Dios y a Israel como el más grande de los profetas, título, que recordábamos, no se oía en el pueblo de Dios desde que se le atribuyera al mismísimo Moisés.

Pero este mismo que "habría de preparar el camino delante de Jesús", en su grandeza, sorprende que se diga más de aquellos que vendríamos después como "mayores que él", que de lo que fue Juan en realidad. ¡Cuántos de nosotros hubiéramos deseado tener la misma capacidad y privilegio de servicio a Dios, y no llegamos!

El tema central de este texto es la confirmación del Hijo de Dios, del Siervo de Dios, como el Mesías esperado en Israel.

SÍ.

Jun el bautista está preocupado. Allí en la cárcel y enfrentando por momentos la muerte. Me llena de curiosidad saber, qué le está haciendo dudar a Juan, después de haber escuchado de la obra de Jesús estando en libertad, de haberla visto, con probabilidad, y cuanto más, habiendo sido él quién le bautizó encomendándole ante los que siguieron el mismo camino del bautismo, como el Cordero de Dios que quitaría el pecado del mundo.

A Juan le está preocupando saber si su vida ha tenido sentido, si va a dar su vida por algo que ha merecido la pena o si la va a perder por culpa de un charlatán, con carisma.

Juan necesita saberlo y los discípulos salen al encuentro de Jesús y este solo tiene que guiarlos a la congruente verdad pública. Era evidente que los ciegos veían, los cojos andaban, los leprosos estaban siendo limpiados, los muertos resucitados, a los pobres se les estaba anunciando el Evangelio.

El anuncio del Evangelio es, al parecer una inmensa riqueza, en palabras de Jesús. El Evangelio traería más bien en su aplicación, que las leyes vigentes, que las empresas más productivas, que los ejércitos e imperios más poderosos de la época. El Evangelio es una riqueza, una dádiva a los pobres menesterosos que necesitan, a los que mendigan salud de verdad, sabiduría de verdad, bienestar de verdad, justicia de verdad. Todos los que lo abracen no volverán a tropezar en la vida, si lo consideran con integridad y se sentirán auténticamente felices.

El Bautista tenía la respuesta que llegaba apresurada de nuevo a la celda en los pies de sus discípulos y la respuesta era: ¡SÍ, lo hemos visto con nuestros propios ojos!

Era necesario que fuese así.

Parece que la pregunta ennoblece a quién la realiza. Muchas veces no preguntamos por tener dudas, sino por confirmar lo que intuimos.

Juan, que preguntó a Jesús echándole un cariñoso pulso, hizo confesar, mejor dicho, le arrancó la definitiva confesión que él y todos necesitaban oír y que deseaban oír de todo corazón, para no perder la última esperanza de salvación, la última esperanza de conocer el grado de utilidad de sus sacrificios y lo que era más importante, Juan buscaba la legitimidad de su ministerio, porque si Jesús no lo hubiera ratificado, su trabajo habría sido en vano y habría quedado como un mero visionario mentiroso o un falso profeta, con la maldición que eso le acarrearía en Israel, eso lo habría matado en vida, como a cualquiera de nosotros nos ocurriría. Jesús legitima la predicación de Juan, le confirma como enviado de Dios para preparar su camino.

Juan ratificado finalmente es alabado por Jesús. Nadie iría a un desierto a escuchar a nadie si no tuviera algo importante que decir, porque la gente salía de la ciudad a las afueras, al desierto en su dureza, para escuchar la predicación del Bautista. Todos iríamos al templo, al centro de las ciudades, al boato de los paseos públicos a la vista de todos, a los templos que portaban la imagen de la sabiduría, el poder y la riqueza.

Para escuchar la buena nueva de la venida del Mesías, había que salir de todo lo anterior para recibirlo en el desierto desnudo de todo ornamento que no fuera la misma predicación, sin distracciones, sino el mismo mensaje en su profundo significado.

Juan no es una caña movida por los resortes de quien más paga, no se agacha ante la importunidad, el insulto, la persecución... ¡Juan habla alto y claro!:- Yo no soy el Cristo, pero está a punto de venir y tenéis que escucharle, seguirle y obedecer a sus demandas. El bautista abraza la muerte con la paz del deber cumplido y la satisfacción del profeta que sabe que tenía razón, no se había equivocado y no había tirado su vida por la ventana de la insensatez.

"De cierto os digo".

Es Jesús quien declara públicamente y para que quede claro para la historia, que "... de entre todos los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista..."

Le había arrebatado el título a Moisés para dárselo a Juan. ¿Cómo retiñirían estas palabras en los oídos de aquella gente acostumbrados a respetar al gran guía de Israel y decano de los profetas? Pero lo dijo el Mesías, el que había de venir.

Juan pudo proclamar la gran noticia del adviento. Un hombre comunicando a otros hombres mortales que alguien estaba llamando a las puertas de nuestras conciencias para aprender que ante Él tendríamos que reconocer nuestra necesidad del arrepentimiento y también que por este, tendríamos entrada a la nueva vida en Jesucristo, la gran bienaventuranza.

A pesar de todo, como decíamos más arriba, Jesús reconoce que con él se cerraría el antiguo pacto, se abría uno nuevo ante todos, pero todo lo anterior debía de ser pasado, algo que desechar como válido en nuestras relaciones con Dios. Juan cerraba el Antiguo Testamento, sería el último profeta que daría paso a la Venida del Señor, a los días de gloria que mencionó Isaías y el resto de los profetas.

Lo escatológico, la tensión escatológica aquí es máxima, pues Jesús se nos muestra como la solución que se esperaba dando una patada a la puerta de la historia de opresión, de muerte y de angustia humana. Se abre un nuevo pacto adelantado a los sucesos que ocurrirían en el Gólgota y todos los que entraríamos al reinado de Cristo seríamos tan privilegiados y tan diferentes en la experiencia de redención y el acceso al Espíritu Santo que otro que lo hubiera deseado en el pasado nos miraría con auténtica envidia.

En el nuevo reino de los cielos, el último que lo abrazara, sería mayor que él, hablamos de otro orden de cosas.

Respondemos hoy.

El eco de este pasaje nos habla todavía con claridad, nitidez y fuerza a los creyentes en Cristo hoy día. Significa la comprensión de nuestro privilegio al haber conocido al Hijo de Dios. La alegría de saber valorar la obra de Jesucristo con justicia y con consciencia de lo que nos ha sido hecho por el Salvador.

En el contexto del tiempo de adviento, a pocos días de la Navidad y sus celebraciones, se nos hace entender la novedad del tiempo que nos toca de vivir, es decir, saber valorar el tiempo de vivenciar el Reino de Dios como la oportunidad de haber conocido a Dios tras la expiación de nuestros pecados en Cristo.

La espera en la Natividad del Señor es la alegría llena de ilusión y esperanza del que espera tiempos mejores y la salvación del Señor. Pero con la diferencia sobre los creyentes vetero-testamentarios de saber que ya se hizo todo lo que Dios podía hacer en Cristo.

Ahora sabemos que no nace un niño, sino la posibilidad de la Salvación por la fe en la obra de Jesús.

Hoy el valor ético de reconocer a otros que nos han precedido los pasos y las obras que recibimos del pasado, nos ayudan, como a Jesús, a no olvidarlos y a seguir sus caminos, engrandeciendo en lo posible lo que ya se inició y dando el suficiente reconocimiento a los que en tiempos difíciles y de sacrificio auténtico dieron sus vidas por este reino.

También nos hacemos cargo de la intensa comunión entre ambos personajes, que nos retrotraen a la realidad de respetarnos y de reconocernos unos a otros cualesquiera que sea nuestro cometido en este nuevo reino, mayor o menor, pero que manifiestan un compañerismo auténtico cristiano, prefiriéndonos unos a otros y renunciando a considerarnos mejores que otros.

Preparemos el camino del Señor, cada uno en el tramo que le ha tocado y con la intensidad y la fe que el anuncio de este nuevo reino requiere de nosotros. ¡Seamos adviento a otros!

Amén.

 

 

 



Felipe Lobo Arranz
Bilbao ? España
E-Mail: loboarranz@gmail.com

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