“El reino de Dios está cerca…”
Que la Gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión de su Santo Espíritu esté con todos ustedes. Amén.
En el Evangelio de hoy, el evangelista Lucas nos habla de la misión encomendada a 72 de sus discípulos. En el relato nos cuenta la tarea que les encargó y cómo realizarla. Escuchemos lo que dice el Evangelio:
1Después de esto, el Señor escogió también a otros setenta y dos, y los mandó de dos en dos delante de él, a todos los pueblos y lugares a donde tenía que ir.
2 Les dijo: «Ciertamente la cosecha es mucha, pero los trabajadores son pocos. Por eso, pidan ustedes al Dueño de la cosecha que mande trabajadores a recogerla. 3 Vayan ustedes; miren que los envío como corderos en medio de lobos. 4 No lleven dinero ni provisiones ni sandalias; y no se detengan a saludar a nadie en el camino. 5 Cuando entren en una casa, saluden primero, diciendo: “Paz a esta casa.” 6 Y si allí hay gente de paz, su deseo de paz se cumplirá; pero si no, ustedes nada perderán. 7 Quédense en la misma casa, y coman y beban de lo que ellos tengan, pues el trabajador tiene derecho a su paga. No anden de casa en casa. 8 Al llegar a un pueblo donde los reciban, coman lo que les sirvan; 9 sanen a los enfermos que haya allí, y díganles: “El reino de Dios ya está cerca de ustedes.” 10 Pero si llegan a un pueblo y no los reciben, salgan a las calles diciendo: 11 “¡Hasta el polvo de su pueblo, que se ha pegado a nuestros pies, lo sacudimos como protesta contra ustedes! Pero sepan esto, que el reino de Dios ya está cerca de ustedes.” 12 Les digo que en aquel día el castigo para ese pueblo será peor que para la gente de Sodoma.
13 »¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho entre ustedes, ya hace tiempo que se habrían vuelto a Dios, cubiertos de ropas ásperas y sentados en ceniza. 14 Pero en el día del juicio el castigo para ustedes será peor que para la gente de Tiro y Sidón. 15 Y tú, Cafarnaúm, ¿crees que serás levantado hasta el cielo? ¡Bajarás hasta lo más hondo del abismo!
16 »El que los escucha a ustedes, me escucha a mí; y el que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y el que me rechaza a mí, rechaza al que me envió.»
17 Los setenta y dos regresaron muy contentos, diciendo: — ¡Señor, hasta los demonios nos obedecen en tu nombre!
18 Jesús les dijo: —Sí, pues yo vi que Satanás caía del cielo como un rayo. 19 Yo les he dado poder a ustedes para caminar sobre serpientes y alacranes, y para vencer toda la fuerza del enemigo, sin sufrir ningún daño. 20 Pero no se alegren de que los espíritus los obedezcan, sino de que sus nombres ya están escritos en el cielo.
Después de haber elegido y enviado a sus doce discípulos, Jesús ahora envía a setenta y dos a anunciar el Reino de Dios.
Puedo imaginarme la alegría y el entusiasmo de este grupo de gente preparada para salir a anunciar el Reino de Dios. Una comunidad que estaba experimentando la alegría de vivenciar el Reino de Dios ahora es enviada a no quedarse con y en esa alegría para sí misma sino salir a compartir esa alegría con los demás. Salir a compartir que el Reino de Dios está llegando, está cerca… las cosas empezaron a cambiar hay esperanza, hay alegría por lo que está sucediendo… algo nuevo ha empezado y ya lo están sintiendo y viviendo.
Esta alegría de la nueva realidad, ya anunciada en Isaías 66:10-14, se está manifestando a partir de la presencia de Jesús.
Este envío de los setenta y dos, de anunciar la buena nueva del Reino que está cerca, empieza con un momento de oración; un momento en el cual la comunidad se pone en manos de Dios y le encomienda la “tarea” a realizar. Jesús, con la invitación de “pidan ustedes al dueño de la cosecha…” está diciendo: no vayan ni confíen solo en sus propias fuerzas, pongan su tarea en manos de Dios, pidan que les ayude y que les dé fuerza y sabiduría, no quieran hacerlo con sus propias fuerzas solamente, porque estarán “como ovejas entre lobos”, pero aún en esa situación sepan que no están solos.
En el envío Jesús orienta a sus discípulos sobre cómo ir:
“vayan de dos en dos”: El texto nos cuenta que Jesús los envía “de dos en dos”; esto puede significar que uno es testigo del otro y por otro lado la misión es una tarea comunitaria. Es necesario hacerlo en forma comunitaria. La alegría de la presencia de Dios se manifiesta en el encuentro comunitario, donde hay dos o más…
“No lleven dinero ni provisiones ni sandalias”: no ponerse demasiadas “cargas” encima; confiar en que Dios proveerá lo necesario para el camino, ir libres de toda carga…
“no se detengan a saludar a nadie en el camino”: no perder de vista aquello para lo que hemos salido; no engancharse con otras cosas por el camino; enfocarse en el objetivo: anunciar el Reino de Dios
Seguidamente el texto nos habla de qué hacer cuando se llega:
saluden primero, diciendo: “Paz a esta casa.”: Saludar con deseos de paz. La misión consiste en anunciar la paz, y no solo anunciarla sino transmitirla. Si ese deseo de paz no se cumple, no emitir juicios ni abrir discusiones (hoy podríamos decir: no prenderse en esas discusiones estériles para ver quién tiene la razón, o cual es la doctrina correcta…): el objetivo es anunciar la paz, si eso no es posible o no es aceptado simplemente darse la vuelta y continuar el camino.
“No anden de casa en casa”: No andar “saltando” de casa en casa. Esto es quedarse a compartir esa alegría del Reino de Dios, con la gente donde se es recibido, tomar en serio a las personas...
“coman lo que les sirvan”: valoren a las personas donde lleguen, valoren lo que son y lo que tienen; no los menosprecien ni los discriminen por lo que son o lo que tienen. Compartan con ellos lo que tengan…
“Sanen a los enfermos que hay allí”: que su presencia misionera sea una presencia de bienestar, de salud, de ánimo y de fuerzas; que las personas que los reciban y están sufriendo puedan sentirse reconfortadas con su presencia. Me viene a la mente aquel párrafo en que Dietrich Bonhöffer en su libro vida en comunidad escribe: “A través de la presencia del hermano en la fe, el creyente puede alabar al Creador, al Salvador y al Redentor, Dios Padre, Hijo y Espíritu santo. El prisionero, el enfermo, el cristiano aislado reconocen en el hermano que les visita un signo visible y misericordioso de la presencia de Dios trino. Es la presencia real de Cristo lo que ellos experimentan cuando se ven, y su encuentro es un encuentro gozoso. La bendición que mutuamente se dan es la del mismo Jesucristo”. (Vida en comunidad Págs. 11-12)
Haciendo todo esto se estará anunciando el Reino de Dios. Por lo anterior podemos afirmar que el anuncio del reino de Dios consiste justamente en la vivencia comunitaria, vivencia que se va concretizando mediante el anuncio de la paz, la curación de enfermos y el compartir.
Es interesante notar en este texto el énfasis central de Jesús, de que la misión consiste en anunciar el Reino de Dios. Este Reino que es el anuncio de una nueva realidad de vida. Aún si en algún lugar no se es recibido, no importa, también aquellos que rechacen este anuncio sabrán que el reino de Dios está cerca de ellos; sabrán que hay una nueva realidad en camino y que si no se abren a ella, simplemente se perderán la posibilidad de disfrutar la alegría que la misma genera.
Los enviados fueron e hicieron lo que se les encomendó. Se pusieron en camino y la alegría que sintieron fue inmensa. Vuelven con la sensación de “misión cumplida”. Tan grande es su alegría y su emoción que, después de haber hecho lo que tenían que hacer, se empiezan a sentir confundidos y ya nos saben muy bien de dónde le ha venido tanta fuerza que hasta “los demonios les obedecen…”
Esta vivencia aparece muchas veces en nuestras comunidades. Después de una “gran” tarea que sale bien, nos sentimos tan contentos que hasta nos olvidamos de quién nos envía a hacerlo y para qué lo hemos hecho. Sucede a veces en las comunidades que cuando se ha “logrado la meta” de un momento a otro empieza la crisis, las dificultades, las discordias, los problemas… es allí donde la comunidad empieza a perder de vista su objetivo, su razón de ser…
Cuando empezamos a ver “los logros” como acción personal, muchas veces de forma inconsciente, y nos vamos colocando a nosotros mismos en el centro, es cuando vamos dejando de lado a aquel que nos envía a la misión, es cuando nos olvidamos que Jesús nos dice que el dueño de la cosecha es otro, es Dios no nosotros.
En esto consiste la advertencia de Jesús a los setenta y dos cuando les dice: “Sí, pues yo vi que Satanás caía del cielo como un rayo… Pero no se alegren de que los espíritus los obedezcan, sino de que sus nombres ya están escritos en el cielo”. Es como si Jesús les dijera: lo que hagan en la comunidad, lo que hagan al emprender este camino del anuncio del Reino de Dios, háganlo anunciando el Reino de Dios y no a ustedes mismos. No se preocupen por los aplausos que han de recibir o no han de recibir; simplemente anuncien el Reino de Dios, y haciéndolo así podrán sentir siempre la alegría que ello trae”.
El centro en la comunidad es Cristo. El centro de toda acción de la comunidad debe ser el anuncio del Reino de Dios que Jesucristo nos trae.
El evangelio de hoy nos invita y anima a hacer “carne” en nuestra vida este envío de Jesús de anunciar el Reino de Dios.
Que Dios nos dé fuerzas y claridad para poder entender, aceptar, y llevar adelante esta tarea. En medio de una realidad y una sociedad carente de paz y de amor, de justicia y de verdad, de fe y de esperanza somos enviados a decir “paz a ustedes… el Reino de Dios está cerca…”
Como comunidad, recordemonos siempre mutuamente que:
“Enviado soy de Dios, mi mano lista está a construir con él un mundo fraternal.
Los ángeles no son enviados a cambiar un mundo de dolor por un mundo de paz; me ha tocado a mí hacerlo realidad. ¡Ayúdame, Señor, a hacer tu voluntad!”
Amén.