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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

9º Domingo después de Pentecostés, , 17.07.2016

Sermón sobre Lucas 10:38-42, por Ángel F. Furlan


Mientras iban caminando, Jesús entró en un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa. Tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra. Marta, que estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: "Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude". Pero el Señor le respondió: "Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, y sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada".

Al enfrentar este texto podríamos inclinarnos a reflexionar sobre la hospitalidad, destacar el énfasis dado por las Escrituras a este tema y hasta recalcar el aliciente1 que significa la posibilidad de, sin saberlo, estar albergando a quienes pueden llegar a tener una particular importancia en la historia de la salvación2, como el caso de los ángeles hospedados por Abraham3.

Habrá quienes preferirían pensar en la interpretación tradicional sobre Marta y María que, según algunos entienden, representarían dos clases de cristiano/as, los que se dedican a las tareas de servicio al prójimo y los que se dedican al estudio bíblico y a la oración, pero es importante decir al respecto que tal interpretación sostiene una división no evangélica de la vida y el servicio cristiano.

Cuando miramos la parte central del Evangelio de San Lucas, en la que se encuentra este pasaje, vemos que tiene como tema central el camino emprendido por Jesús hacia Jerusalén y su enfrentamiento con la institución religiosa judía que culminará con su juicio y crucifixión. El contexto de este pasaje debería llevarnos a verlo en relación con el seguimiento de Cristo.

El Evangelio nos está mostrando un ejemplo de lo que significa ser un verdadero discípulo y lo hace a través de María. El hecho que el ejemplo de lo que significa ser un discípulo nos sea dado por una mujer le da a este pasaje una carga polémica y una propuesta revolucionaria, subversiva, que quizás no sea tan fácil de captar en nuestro tiempo. María se atreve a hacer lo que no le está permitido a una mujer bajo ninguna circunstancia y Jesús lo consiente y aprueba.

María rompe todos los límites. Se atreve a sentarse a los pies de un maestro religioso, en otras palabras se atreve a asumir el papel de discípula. María quiebra con todos los instituidos por los cuales las mujeres quedaban excluidas del mundo religioso. Las mujeres no podían acceder al patio central del templo, lugar reservado para los hombres4 y estaban excluidas de la lectura de la Torá en la sinagoga. Ni siquiera eran tenidas en cuenta en cuanto a la observancia de toda la ley. Por supuesto también estaban excluidas de las escuelas de los grupos religiosos; los maestros más estrictos tenían como norma evitar hablar con ellas. Esa es la razón por la que los discípulos de Jesús se asombraron de que él hablase con una mujer en el pozo de Jacob5. Según se dice, hasta había fariseos que incluían en su oración la gratitud por no ser mujer6.

¿Qué habrá llevado a María a una actitud que provoca las duras críticas de su propia hermana? ¿Habrá sido solo una posición de rebeldía contra las normas establecidas? ¿O habrá tenido que ver con el mensaje del Reino de Dios? Evidentemente María tenía una percepción del Reino que iba más allá de lo que muchos entendían y tenía hambre y sed de conocer aún más de este mensaje nuevo que Jesús predicaba.

En cuanto a esta percepción, algunos afirmarían que se trata de la particular “intuición femenina”, hay muchos ejemplos en el Evangelio que muestran que eran las mujeres quienes iban delante en percibir las verdades que a los discípulos varones les costaba mucho más entender. Desde la Virgen María que entendía y guardaba todas las cosas en su corazón hasta esta María que, en la víspera de su pasión, se apresuró a ungirlo para la sepultura; otras que lo siguieron en el camino del Calvario y fueron también las primeras en recibir y anunciar el mensaje de la resurrección.

Como quiera que sea, con su acción María quiebra las normas sociales y las tradiciones firmemente establecidas. En apariencia quiebra también las normas de la cortesía. En lugar de servir a Jesús se queda a sus pies escuchando lo que dice. Frente a esto parece que lo que Marta intenta decir es ¿no te importa, que María no te sirva según las normas de la buena conducta?, esto afecta no sólo su reputación sino tu propio honor ¿no deberías reprenderla y enseñarle cuál es el sitio de la mujer?

Pero Jesús no acepta que la mujer sea mantenida en la condición de inferioridad a la cual la condenaban la tradición y las costumbres. La respuesta a Marta está queriendo decir, sencillamente, María ha elegido ser un discípulo (una discípula) como Juan o Pedro y su elección es correcta. Ella y todas las mujeres que me siguen tienen el mismo derecho. Jesús autoriza expresamente lo que la costumbre prohibía a la mujer, es decir aprender teología y elegir una de las corrientes religiosas o políticas de la época7.

Solo con este trasfondo es que podemos dedicarnos a ver las diferencias entre las dos hermanas como ejemplos de clases de cristianos pero, ahora, desde una óptica distinta a la interpretación tradicional que se le ha dado a esta historia del Evangelio.

La diferencia entre unos y otros, que nos ilustran Marta y María, no es la diferencia artificial entre la dedicación al servicio y la dedicación a la oración y el estudio de las Escrituras. La diferencia es completamente otra. Marta es ejemplo de una clase de cristianos/as sinceros pero equivocados. Ella piensa que sabe lo que tiene que hacer y quiere imponérselo a los demás, incluso al mismo Jesús. Conoce de normas y de cómo cumplirlas, más aún tiene la sincera disposición de cumplir. Marta vive bajo la ley. Se parece a mucha gente que está dentro de la categoría de “miembros comprometidos” de la Iglesia pero que, sin embargo, no ha entendido la libertad del Evangelio. Marta es “creyente” pero no es una discípula. María ha elegido lo que es bueno, saludable. Aquello que es necesario, fundamental. No basta con cumplir la Ley, ser un buen miembro, seguir las tradiciones y las costumbres, hacer el trabajo y demandar que otros lo hagan, María nos enseña que es necesario ser un/a discípulo/a.

La principal característica del discípulo que se resalta aquí es la escucha de la Palabra. Esa escucha que supone el compromiso de la voluntad y nace de lo más íntimo, que no tiene que ver solamente con el oído como capacidad física ni como ejercicio intelectual. La verdadera escucha da valor a la Palabra de Cristo y se manifiesta como actitud de vida. No se trata del acontecimiento puntual de oír de tanto en tanto un buen sermón o de la lectura “piadosa”. La escucha nace de la confianza en lo que Dios dice y su propósito de vida plena para todos los seres humanos.

La escucha requiere silencio interior. Vaciarnos del ruido (la interferencia) que producen las muchas palabras y modos de pensar y entender el mundo y las relaciones entre seres humanos que contradicen la Palabra de Dios, que son contrarios a ella. En el mundo escuchamos muchas voces y propuestas que se oponen a la palabra del Evangelio y por su insistencia, llegan a ser escuchadas y se internalizan, llegan a hacerse carne en nosotros y en nuestra cultura. Por ejemplo el valor desmedido dado a lo material, el consumismo, la dominación y aprovechamiento de los demás o la ley de la productividad, que en el sistema que gobierna el mundo parecería ser lo único que da valor a la persona. Es necesario acallar esas voces, relativizar la importancia que parecen tener, y poner el corazón y la mente en sintonía con los pensamientos de Dios.

La verdadera escucha es, al mismo tiempo, deseo de responder a la Palabra. Es a esto a lo que se refiere el apóstol Santiago8 cuando nos anima a recibir con docilidad la palabra, a no contentarnos con oír (con el oído natural) sino a ponerla en práctica, para no engañarnos a nosotros mismos; porque el oye la Palabra pero no la escucha como actitud de vida es semejante a quien se engaña a sí mismo mirándose al espejo pero sin ánimo de cambio. Según Santiago la verdadera escucha, al tiempo que nos hace libres, nos conduce a experimentar la alegría de la voluntad de Dios, que como dice San Pablo9 es buena, agradable y perfecta.

Finalmente, es necesario reconocer que la Palabra nos llega de muchas maneras. Dios nos habla en la proclamación del Evangelio y en los sacramentos; en y por medio de la comunidad de fe; a través de la lectura personal de la Biblia, en la meditación. También nos llega, y a esto deberíamos prestar mucha atención, cuando dejamos que Dios nos hable a través de nuestro prójimo, cuando estamos dispuestos a ser evangelizados por el pobre, el marginado, el vulnerable.

Lo importante es disponer nuestro corazón a la escucha de la Palabra que libera y da vida, que trae nuevos pensamientos y nos desafía, que en muchas ocasiones nos llama a deconstruir conceptos y actitudes firmemente arraigados, que nos invita a nacer de nuevo como a Nicodemo10.

La escucha verdadera de la Palabra no tiene absolutamente nada que inacción, por el contrario, la escucha de la Palabra es el motor movilizador que nos impulsa hacia adelante y nos hace verdaderos discípulos/as, partícipes comprometidos en la misión de Dios, en la construcción de ese otro mundo posible en el que reinen la verdad, la justicia y la dignidad para todos los seres humanos.

 

 



Rev. Ángel F. Furlan
Buenos Aires, Argentina
E-Mail: afurlan@fibertel.com.ar

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