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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

15º Domingo después de Pentecostés, 28.08.2016

“la Mesa del Reino”
Sermón sobre Lucas 14:1.7-14, por Reiner Kalmbach

La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén con todos nosotros y todas nosotras. Amén.

 

Compartir una comida es mucho más que “alimentarse”. Aunque a veces, hay que reconocerlo, ya que a mi me pasa muy a menudo, no hay tiempo para el “más”. El tenedor transporta la comida hacia la boca mientras los pensamientos ya están en el trabajo. O, como suele suceder en mis visitas pastorales en casas de los miembros de mi congregación: toda la familia está sentada a la mesa, pero en vez de aprovechar el momento para la conversación, toda la atención se centra en el televisor que no se apaga ni siquiera a la hora de la cena.

Todos sabemos, por experiencia propia, que cuando hablamos de “compartir una comida” nos referimos a otra cosa: a pasar un momento lindo, al encuentro y reencuentro, a la fiesta. Incluso en el mundo de la política o de los negocios, se organizan “cenas de trabajo”. La comida y el estar juntos van de la mano. Ningún cumpleaños, ningún casamiento, ningún aniversario…, sin comida. ¡Ni hablar de las fiestas parroquiales!

De mi infancia me quedó la imagen de una enorme mesa redonda, en la cocina de mis abuelos. Una vez por semana la abuela nos esperaba con nuestro plato favorito. Éramos once primos de entre seis y catorce años de edad. Con algunos de ellos ya no tengo contacto, ni sé dónde viven. Pero la imagen de la mesa redonda, y la cara feliz y contenta de mi abuela, se me grabaron en la memoria y en mi corazón para siempre.

Sin lugar a dudas, la mesa y la comida cumplen una función central en nuestra vida. Con razón que también la Biblia casi desborda de ejemplos, y Jesús mismo aprovecha las invitaciones a cenar para enseñar sobre los valores del Reino de Dios.

La palabra que nos propone la agenda para el domingo de hoy refleja una de esas situaciones clásicas en las que Jesús les muestra a los presentes un espejo y, ante la profunda verdad de su enseñanza, ellos se quedan sin argumentos.

 

Lectura de Lucas 14,1. 7 al 14

 

Otra vez los fariseos

 

Es evidente que los Evangelistas, especialmente Lucas, tienen a los Fariseos en la mira. Una y otra vez son protagonistas de discusiones y críticas que involucran a Jesús. Sin lugar a dudas, tienen mala fama y para muchos de nosotros los fariseos son sinónimo de moralistas o de hipócritas.

Creo que la imagen que tenemos de este grupo de creyentes judíos no corresponde a la realidad. Por eso me gustaría contribuir a corregirla un poco. Y para entender mejor, propongo hacer lo que Jesús mismo nos enseña: tratar de meternos en la piel de un fariseo y el primer paso para conseguirlo es la pregunta: ¿quiénes eran los fariseos? En el Judaísmo hay tantos grupos y corrientes diferentes como en el Cristianismo. Están los “abiertos”, los “liberales”, están los ortodoxos, los reformados, y cada grupo es una expresión distinta de la misma pertenencia: al pueblo elegido de Dios. Los Fariseos en particular se autodefinieron como “los elegidos”, en el sentido de ser los apartados del mundo. Querían estar más cerca de Dios, su compromiso era más profundo, más consecuente, su cumplimiento de la ley más estricto. Querían mantenerse alejado de la maldad y suciedad del mundo. En general los fariseos pertenecían a las clases sociales bajas, salvo sus representantes clericales que gozaban de mucho prestigio en la sociedad. Algunos comentaristas creen que Jesús mismo pertenecía a esta corriente. Tal vez sea por eso que tenemos tantos testimonios de encuentros conflictivos entre Jesús y los fariseos (a veces las discusiones más duras las tenemos en la propia familia).

Ahora, ¿qué es lo que a menudo causa el enojo o al menos una reacción dura de Jesús? Creo que Jesús “descubre” algo que tiene que ver con la esencia de la fe de los fariseos y de su práctica: por un lado se esfuerzan por ser los más comprometidos, los más fieles defensores de la causa de su Dios y, por el otro lado (y ahí está el problema) manifiestan actitudes típicamente terrenales: la lucha por conseguir el mejor lugar, algún privilegio, una mejor posición. Nadie quiere sentarse en el ultimo lugar…

Todos conocemos estas situaciones, cuando algún integrante del grupo, para satisfacer sus ambiciones, ocupa espacios que no le corresponden, cuando, a costa de la mayoría, o de sus amigos, avanza hacía arriba sin importarle los daños que le causa su actitud a su prójimo. Los muchos y largos años como miembro y ministro de la iglesia me enseñaron que este fenómeno también lo tenemos en el ámbito de la iglesia, en nuestras comunidades. Parece ser una típica actitud humana: la ambición…, pero, y es ahí donde Jesús mete el dedo en la llaga: la ambición envenena el clima de la comunidad.

 

¿…los buenos modales?

 

Una lectura superficial nos indicaría que la enseñanza de Jesús apunta a la cortesía, a los buenos modales. De hecho, nuestro párrafo describe una situación bastante real, nada fuera del mundo.

Me acuerdo de una marcha en repudio al asesinato de tres jóvenes mujeres. Representantes de varias iglesias, junto con los padres, vecinos y amigos, organizamos una manifestación para reclamar justicia. La idea era que la columna recorriera el centro de la ciudad y que termine en una plaza donde habíamos preparado un escenario y un equipo de audio para los oradores.

En la primera fila caminarían los padres y familiares, sosteniendo con sus manos un pasacalle con un mensaje, y en la segunda los religiosos y representantes de diversas organizaciones. Cuando comenzó la marcha, me ubiqué en la segunda fila, tal como habíamos acordado. Incluso el obispo de la Iglesia Católica respetaba la consigna, pero no así dos colegas de otras iglesias que de repente aparecieron de entre los padres. Porque fue justo el momento en que las cámaras de televisión y de la prensa enfocaban la primera fila.

la ambición de los dos envenenó el motivo de la marcha burlándose así del dolor de los padres de las victimas…

Volviendo a la cena en la casa del Fariseo: no era cualquier fariseo, sino uno de los más importantes. Sí, es toda una tentación, de querer estar lo más cerca posible del anfitrión, ya que eso permite escuchar sus palabras, de captar su atención, de no pasar inadvertido.

Me imagino como la intervención de Jesús les cayó como un balde de agua fría, y lo peor: sabían que tenía razón. Los mejores miembros de la comunidad, los más fieles, los justos, los buenos (…no como los otros…) dejándose llevar por la ambición.

 

Pero hay algo que hace ruido en nosotros: ese Jesús que no pierde ninguna ocasión para violar las buenas reglas y la moral y que, según los fariseos, no respeta siquiera la ley sabática, ¿de repente se convierte en un maestro que enseña buenos modales…? Debe haber algo más, debe haber un segundo mensaje, algo más profundo.

Y así es: Jesús, como en tantas ocasiones y situaciones, aprovecha el momento para enseñar…, ¿qué?

 

La mesa del Reino de Dios

 

En realidad Jesús está hablando de la Mesa en el Reino de Dios: se trata de la verdadera y definitiva comunión con Dios: Él es el anfitrión, y cuando Él invita nadie de los invitados viene por mérito, nadie puede presentar una credencial que lo autorice a sentarse en una silla de privilegio. Es más: el honor de estar sentado en la mesa de Dios se le concede a aquel que no se considera digno. La enseñanza de Jesús apunta a la esencia de la fe de los fariseos y al mismo tiempo sus palabras chocan con la realidad, con la actitud de la gente. Y lo que comienza como una introducción, dirigiéndose a los invitados, en el siguiente párrafo se profundiza cuando le habla al anfitrión. Jesús aprovecha la cena, la presencia de los invitados, y la del anfitrión para poner las cosas en el lugar que les corresponde: en el Reino de Dios todo es al revés.

La invitación que recibieron de uno de los más importantes Fariseos, en realidad la deberían interpretar, entender, “ver”, como la invitación de Dios. Y si se trata de la invitación de Dios nadie puede darse a si mismo un “valor” especial: ¡ese valor nos es dado! El honor de estar sentado a la mesa del Señor, no es fruto de nuestro esfuerzo, de nuestro estatus en la sociedad, ese honor se le concede al que busca el último asiento, es decir el que no se considera digno. Todos conocemos la parábola del Fariseo y del cobrador de impuestos. Es otra variante del mismo tema: Jesús mete el dedo en la llaga: la profunda contradicción entre lo que creemos y lo que practicamos.

Es el viejo problema: lo que tengo, lo que soy, lo que me pertenece me lo he merecido, lo conseguí por esfuerzo propio, por lo tanto: tengo derecho a, soy más que, soy mejor, superior al…

Que quede bien claro, siendo cristianos, si este es nuestro concepto de vida, ayudamos a profundizar las desigualdades y las diferencias entre clases sociales, razas y nacionalidades.

Y nuestra historia aún no termina: Jesús no enseña reglas de cortesía, de ninguna manera. Organizar e invitar a una cena significa practicar la amistad y compartir lo que uno tiene con los amigos, y es más, ¡es mucho más!: Dios invita a los que no merecen ser considerados amigos, los que ni sueñan con recibir una invitación. Jesús habla, a propósito, de aquellos que no tienen lugar en la sociedad y que, para los Fariseos, son pecadores: los pobres, los inválidos, los cojos y los ciegos. Son los sectores castigados por la exclusión.

De a poco nos damos cuenta que la enseñanza de Jesús nos involucra cada vez más y que en el espejo que Jesús les muestra a los Fariseos, nos reconocemos a nosotros mismos.

 

La palabra de hoy es una invitación a la reflexión, a repensar nuestro lugar en el mundo y nuestra pertenencia al Reino de Dios: cuando invitamos y compartimos sin esperar nada a cambio, ningún honor, ninguna recompensa, cuando lo hacemos simplemente por amor al prójimo, entonces hacemos lo mismo con otros lo que hizo Dios con nosotros: nos aceptó sin haberse fijado en nuestros logros, fracasos, honores, méritos…, simplemente por Gracia.

 

Amén.



Pastor Reiner Kalmbach
San Martin de los Andes (Argentina)
E-Mail: reiner.kalmbach@gmail.com

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