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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

16º Domingo después de Pentecostés, 04.09.2016

Sermón sobre Lukas 14:25-34, por Pablo Münter

Textos complementarios: Salmo 90, 3-6/ Jeremías 9,22-23/ Filemón 8-17

 

Cuando era joven, allá por 1988, tuve la oportunidad de participar de un mega evento en un estadio de futbol, en el que un orador famoso iba a hablar. Bandas de música, venta de estatuitas, etc. Era un escenario impresionante. Miles de personas colmaban el estadio. Pantallas gigantes que ampliaban las escenas. Todo era vibrante y emocionante… promesas de milagros y de mucha bendición para los asistentes…

Y pensaba para mis adentros, en mis 20 años, cuando soñaba un poco más que ahora, “que lindo sería que en nuestras iglesias sea así todos los fines de semana: templos llenos, música que moviliza, gente fervorosa… una religión de masas. Me soñaba predicándoles a grandes multitudes y me soñaba famoso e importante. Claro, que yo no soy como esos grandes predicadores, ni soy famoso ni soy importante, ni sé si predico bien.

Después, cuando el fervor y el entusiasmo del mega evento se acaba, uno queda preguntándose, ya de una forma un poco más realista, ¿Cuántos quedarán realmente después de este encuentro en alguna iglesia? Y en nuestra iglesia… ¿será posible un mega evento de este tipo o será solamente un sueño imposible? ¿Qué le faltaría a nuestra iglesia para que algo así funcione? ¿Otro tipo de canciones o más ruidosas? ¿Mas show, quizás hacer algo al estilo Marcelo Tinelli, al estilo de la farándula? ¿Quizá alguna escena donde haya que pagar a alguien para que haga de rengo o algo así en la iglesia?

Jesús no está soñando… Él no es como los políticos que miden sus éxitos, no por cómo se entregan al pueblo, sino por cuantos seguidores y votantes tienen. Él es realista y sabe lo que va a pasar y no quiere levantar falsas expectativas. La gente que formaba parte de esa gran cantidad de seguidores, estaba entusiasmada por las palabras de Jesús, por lo que él hacía, como sanaba. En esos momentos la fama y la popularidad de Jesús eran tan grandes que los que iban con él se sentían importantes, ganadores, como cuando el equipo favorito gana un torneo y las multitudes van detrás de los vencedores vitoreándolos. Ellos pensaban que pertenecer al equipo de Jesús los honraría ante sus parientes y conocidos, pudiéndoles decir: “yo estuve en la caravana de Jesús”.

Algunos estaban ahí porque habían sido alimentados en esa gran “multiplicación de los panes”. Eran 5 mil sin contar mujeres y niños. Otros estaban ahí porque les gustaba la manera de hablar de Jesús. Quizá alguno porque se entusiasmó con la idea de hacerle frente al poder de los fariseos y los jefes de la iglesia. Alguno que otro fue sanado por Jesús y por eso lo sigue… Algunos estarían buscando respuestas a las preguntas de la vida. Otros, y creo yo que la gran mayoría, estaba ahí porque tenían una esperanza muy concreta: Jesús los iba a liberar de la dominación romana, iba a ser el nuevo Moisés o el nuevo David que iba a pelear contra las injusticias del sistema e intentar derrocar al gobierno de turno.

Cada uno tenía un motivo diferente para estar allí. Quizá alguno estaba allí, como yo estuve en ese mega evento, más que nada por curiosidad, no porque haya estado particularmente interesado en ese predicador, sino porque quería ver qué pasaba. Y me imagino que con Jesús pasaba lo mismo. En todos los tiempos hubo gente que ha corrido detrás de todo lo nuevo y cuando algo no les gustaba no vacilaban en abandonar ese camino y elegir otro.

El poder de convocatoria de Jesús fue muy grande… Y no necesitó ni de “Crónica TV” ni de internet ni de “Hola Susana” o de los almuerzos de Mirta Legrand para darse a conocer.

 

Podríamos tomarnos unos segundos cada uno, para preguntarnos en el corazón: ¿Por qué queremos seguir a Jesús?

De repente, Jesús sorprende a todos: no le interesan las multitudes. Usa palabras duras, pero que deben llegar a lo más profundo del corazón… En muchas ocasiones Jesús dijo las cosas de una manera muy clara y dura, para que a nadie le quede dudas acerca de su pensamiento. Y esto le ha costado a Jesús haberse quedado con mucha gente menos, hasta tal punto que quedó solo en la cruz… hasta sus propios discípulos lo habían abandonado.

Y otra vez Jesús se diferencia de aquellos que andan con dobles discursos, que en un lado dicen una cosa y en el otro dicen otra. Siempre para quedar bien con todos. Jesús no es así. Jesús te dice las cosas y quiere que seas vos mismo el que tome la decisión: lo sigo o no lo sigo.

Para ayudarnos tomar esa decisión nos pone dos ejemplos: uno sobre la construcción… y otro sobre la guerra.

Cuando estábamos en Uruguay, habíamos comprado un terreno en un pueblo vecino a Paysandú. A mí me gustaba la zona porque era un pueblo chiquito y tranquilo como Santo Domingo, a 20 kilómetros estaba el rio Guaviyú, uno de los más grandes de Uruguay, donde había lugares para bañarse y para pescar. Del otro lado, a otros tantos kilómetros, estaba el complejo termal del Guaviyú. No era una maravilla de lugar, pero a nosotros nos gustaba ir.

Compramos el terreno entusiasmadísimos, más yo que mi compañera, con la idea de construir algún día una casita. Y es como todo, teníamos el terreno, ya lo había alambrado, llenado de árboles y bueno… la ansiedad y el mecanismo psicológico nos llevó a que, ya que tenemos el terreno, vamos a empezar, total vemos que hacemos. Averiguamos presupuestos con varias personas, albañiles, constructores y varios tipos de casas. Finalmente, nos dimos cuenta que construir no estaba a la altura de nuestros bolsillos. Con el tiempo, surgió el traslado para acá y vendimos el terreno.

De más esta decir que perdimos plata… y unos cuantos árboles.

Pero no les cuento esto para compartir mis penas, sino para graficar, cuales son los problemas que surgen cuando uno no planifica bien las cosas. Por suerte nadie se burló de mí… Bueno, al menos no me enteré. Pero sí me amargué bastante. Me consolé un poquito sabiendo que en nuestros países es una realidad muy común, muchos que comienzan un proyecto con mucho entusiasmo y sobre la marcha deben abandonarlo porque no han planificado bien las cosas o no han tenido en cuenta algunos detalles.

Lo mismo nos dice Jesús: antes de seguir entusiasmado con este proyecto, analicen bien lo que implica embarcarse en este seguimiento. Jesús pregunta ¿están realmente dispuestos a seguirme? Lo que yo quiero es que el que me quiera seguir, lo haga realmente porque arde su corazón.

Jesús mismo habla del seguimiento como una renuncia. Y se me ocurren dos escenas bíblicas, la primera ya la mencionamos, la del niño que renuncia a su vianda, su posesión, y la ofrece. Nadie quería sacar su vianda, pero este gesto hizo el milagro: estar dispuesto a renunciar a su pertenencia, renunciar a ser egoísta y ponerse a disposición de los demás. No sé si el niño era consciente o creía realmente que con esa poca vianda se podía hacer tanto. Pero espontáneamente estuvo dispuesto a ponerlo al servicio. Capaz que ayuda.

Y la otra imagen es la contraria, el joven rico, que estaba tan enfrascado en sus bienes y propiedades que no pudo seguir a Jesús, porque justamente Jesús le dijo que tenía que renunciar a lo que tenía. No porque los bienes sean malos en sí mismo, sino porque generan dependencia.

Si no logro desprenderme de lo que tengo, mi vida va a girar en torno de lo que tengo y no de lo que soy. Y no voy a tener la libertad de ocuparme de los otros, porque estoy preocupado por lo mío.

En eso Jesús fue bien clarito: cuántas veces estamos atados a cuestiones que no hacen a la esencia de la cosa, y perdemos tiempo y energía en cosas que no llevan a nada.

Acá la cuestión es muy simple: seguir a Jesús es preocuparse por hacer lo que él dijo y eso implica no solo “amar a Dios sobre todas las cosas” sino también “amontonar riquezas en el cielo, donde no entra la polilla y nada se pudre”. Esto es, hermanos, planificar nuestra vida de tal manera que podamos terminarla en el cielo.

Las posesiones a las que debemos renunciar son tres: la familia, la propia vida y lo material. Esto fue importante para Lucas, ya que cuando él estaba escribiendo el Evangelio se desató la persecución en contra de la iglesia cristiana, y muchos se vieron ante el dilema de elegir a su familia o a Jesucristo, a su propia vida, es decir, seguir con vida o morir como mártires por fidelidad a Jesucristo y ante la opción de conservar todas sus posesiones materiales si negaban su fe o confesar a Jesucristo y sufrir la confiscación de los bienes y todas las posesiones. Esto no se resuelve en medio del problema o la persecución, sino mucho tiempo antes. Debe resolverse antes de hacerse un discípulo de Jesucristo, para que si en algún momento se tiene que optar entre la familia, la vida, y los bienes, por un lado, o nuestro Señor, por el otro, no se dude ni por un segundo de perder todo por amor al Señor.

Tal vez, sin perder las fuerzas de las palabras, debamos darle otro contexto, ya no, al menos en nuestros países, de una decisión tan radical que si optamos por Jesús, vamos a morir o vamos a irnos al medio del desierto abandonando a la familia y lo que poseemos. Sino más bien pensar en nuestras prioridades frente a la vida. El dilema entre lo necesario para una vida digna y el derroche innecesario. Hay muchos momentos en los que debemos optar que hacer. Por ejemplo, entre estar en casa en la comodidad del hogar disfrutando de la familia o salir a acompañar a algún enfermo en su casa, o en poder hacer algo por el otro.

Si nos ponemos la mano en el corazón, seguramente hubo momentos y situaciones en las que optamos por lo primero. Jesús nos pide que seamos sal. Y la única manera de que la sal sea útil es “usándola”, no dejándola en el salero. Solo cuando la sal está en la sopa y alguien la prueba y dice “que rica esta sopa” es cuando se puede apreciar su utilidad.

Antiguamente la sal era algo muy preciado. Antes de que existan los billetes, las cosas se medían y se pagaban con sal: de ahí viene la palabra “salario”. La sal ha traído varias leyendas en la historia: una decía que si el 1. de abril se ponía sal en los 4 rincones de la casa, el ganado no iba a tener pestes ese año. Fue símbolo de prosperidad tener siempre un salero lleno de sal en la cocina. Si se derramaba sal sobre la mesa había que ponerse un poco sobre el hombro izquierdo, porque si no venían los demonios a robársela.

La sal conserva los alimentos y purifica el agua… De ahí que algunos inventaron el “camino de la sal”, el “vaso de agua y sal” como símbolos de purificación.

Pero acá Jesús nos plantea otra cosa: que nosotros debemos ser sal en el sentido de darle “sabor al mundo”. La palabra de Dios es un bien precioso que tenemos… brindémoslo al mundo y no dejemos que se eche a perder.

Amén



Pastor Pablo Münter
Santo Domingo, Santa Fe, Argentina
E-Mail: ierpsantodomingo@gmail.com

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