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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

19º Domingo después de Pentecostés, 25.09.2016

Sermón sobre Lucas 16:19-31, por Mario Bernhardt

“La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sea con todos ustedes. Amén”.

 

Querida Congregación:

 

¡Qué dramático es el contraste que se da entre los protagonistas de esta parábola!

Un hombre rico y un mendigo pobre que viven muy cerca el uno del otro, pero que están separados por el abismo que hay entre la vida de opulencia ofensiva del rico y la miseria extrema del pobre.

Mientras que el rico va vestido con ropa fina y elegante, el cuerpo del pobre está cubierto de llagas. El rico festejaba espléndidamente no solo los días de fiesta sino diariamente, mientras que el hombre pobre queda tirado ante la puerta del rico, tratando de saciar su hambre con las migajas de lo que cae de la mesa del rico. Sólo se acercan a lamer sus llagas los perros callejeros.

 

La parábola no dice nada de que el rico ha explotado al pobre o que lo ha maltratado o despreciado. Se podría decir que no ha hecho nada malo. No se dice que es un pagano o incrédulo. Sin embargo, su vida entera es inhumana, pues solo vive para su propio bienestar, ha disfrutado de su riqueza ignorando al pobre. Su corazón es de piedra. Lo tiene delante suyo, pero no lo ve. Está ahí mismo, enfermo, hambriento y abandonado, pero no es capaz de atravesar la puerta para tener un gesto con él. Lo ha excluido de su vida. Su pecado es la indiferencia.

 

Todos nosotros nos damos cuenta de que está creciendo en nuestra sociedad la apatía o falta de sensibilidad ante el sufrimiento ajeno. Evitamos de mil formas el contacto directo con las personas que sufren. Poco a poco, nos vamos haciendo cada vez más incapaces para percibir su aflicción.

 

La organización británica Oxfam señala que ha habido un drástico incremento en la desigualdad global. Advierte que para el próximo año, el 1% más rico del planeta poseerá más riqueza que el 99% restante. Los 80 individuos más ricos del mundo han tenido la misma riqueza que el 50 por ciento más pobre de la población total, o sea cerca de 3.500 millones de personas, dijo Oxfam.

Unicef también ha alertado del “panorama desolador” que se prevé para el año 2030 si no cambian las tendencias actuales, pues para esa fecha se calcula que 69 millones de niños menores de 5 años morirán debido a causas evitables, y 167 millones de niños vivirán en la pobreza extrema.

 

Claro, si el sufrimiento se produce lejos de nosotros parecería que no tiene que ver con nosotros. Hemos aprendido a reducir el hambre, la miseria o la enfermedad a datos, números y estadísticas que nos informan de la realidad sin apenas tocar nuestro corazón. También sabemos contemplar sufrimientos horribles, pero a través de la pantalla. Entonces parecería que el sufrimiento siempre es más irreal y menos terrible. Cuando el sufrimiento afecta a alguien más próximo a nosotros, nos esforzamos de mil maneras por anestesiar nuestro corazón.

 

Es llamativo que en nuestro mundo nos tentamos por saber los nombres de los personajes más ricos e influyentes, sabemos dónde tienen ellos sus propiedades, cuántos millones de dólares valen; en diarios y revistas leemos cuándo tienen cumpleaños y las fiestas que organizan; y también son noticia cuando ellos mueren.

Mientras tanto Jesús cuenta historias de otra gente. En la parábola, el rico es anónimo, no tiene nombre, no tiene identidad. No es nadie. Su vida vacía de compasión es un fracaso. Pero el pobre, que no posee nada, tiene un nombre portador de esperanza. Se llama «Lázaro» o «Eliezer», que significa «Mi Dios es ayuda». Seguramente no fue visto ni tenido en cuenta por la gente. Pero es visto por Dios, y ahora también por nosotros.

Estimados hermanos y hermanas: No debemos engañarnos. Jesús no está denunciando solo la situación de la Galilea de los años treinta. Es suficiente desenmascarar la realidad hoy y sacudir la conciencia de nuestra “sociedad del bienestar” ignorando totalmente esa otra “sociedad del malestar”.

¿Cómo podemos seguir soportando por más tiempo nuestro cinismo e hipocresía? ¿Cómo podemos seguir hablando de «progreso», de «valores democráticos», de «defensa de las libertades»? ¿Dónde están hoy las Iglesias? ¿Dónde nos encontramos los cristianos en este escenario?

 

Nuestra primera tarea es romper la indiferencia. No continuar aislándonos mentalmente para desplazar la miseria que hay en el mundo para poder así vivir sin oír ningún clamor, gemido o llanto.

Dios no puede tolerar que las cosas queden así para siempre. Esa barrera que separa a los ricos de los pobres se puede convertir en un abismo infranqueable y definitivo.

 

Es interesante ver que el rico de la parábola es enterrado, quizás con todos los rituales y con solemnidad, pero es llevado al «Hades» o «reino de los muertos». También muere Lázaro, pero «los ángeles lo llevan al seno de Abrahán». Con imágenes populares de su tiempo, Jesús recuerda que Dios tiene la última palabra sobre ricos y pobres.

“Se hizo justicia” se podría decir ante un cuadro así. Al menos en el rico, el más allá significa un vuelco total: Aquí, buena vida. Allí, un desgraciado. Quizás muy tarde, ya, aprendió la lección.

Pero no es tan simple la cuestión. Aún después de la muerte el rico anónimo sigue pensando sólo en sí mismo y en su familia. Cree que Lázaro podría ser su sirviente que podría traerle agua. El rico no aprendió y no entendió nada. Al final descubre horrorizado que se ha abierto entre ellos un «inmenso abismo”.

 

Nosotros solemos hablar del infierno. Hablamos del infierno de la droga, del infierno de la guerra, del infierno de la pobreza… y declaramos la guerra a todo para crear aquí, en este mundo, un cielo a nuestra medida. Y algunos viven tan bien aquí que no se acuerdan del cielo de Jesús hasta que la desgracia les toca de cerca. No hay zonas libres de drogas ni zonas libres de muerte y no hay zonas libres de Lázaros, es decir, de pobres. La parábola de este domingo no busca intimidarnos con la amenaza de un castigo en el “más allá”; ni tampoco consolarnos con la promesa de un premio. Pero sí pretende advertirnos seriamente, indicándonos que la suerte del más allá nos la jugamos hoy y aquí, en el momento presente y en el lugar donde vivimos. Es el “más acá” el que se transforma en “más allá”. Los encuentros se dan aquí abajo. Las relaciones se estrechan en esta tierra. Las citas decisivas son para hoy. Es aquí y ahora donde hemos de construir la “eternidad”, porque ésta no es sino una prolongación de lo que aquí hayamos construido entre todos los humanos.

También hoy la Palabra de Dios nos transmite un mensaje lleno de vida y compromiso: hay cosas que nos ciegan, nos vuelven insensibles, que “abren un abismo inmenso”.

 

El Evangelio nos puede ayudar a vivir vigilantes, sin volvernos cada vez más insensibles a los sufrimientos de los abandonados, sin perder el sentido de la responsabilidad fraterna y sin permanecer pasivos cuando podemos actuar. En la multitud de seres humanos sin pan, sin techo, sin hogar y sin patria hay que reconocer a Lázaro. En dicha multitud hay que oír a Jesús que dice: "…todo lo que no hicieron por una de estas personas más humildes, tampoco por mí lo hicieron” (Mt 25,45). 

 

Estamos reunidos para tomar conciencia y tener presente de que la vida no es nuestra propiedad, sino que pertenece a Dios. Consideremos que Dios nos ha creado no sólo a nosotros, sino a cada criatura en la tierra. Somos únicos y amados por él, y ese mismo amor nos impulsa a actuar con justicia y misericordia con quienes están cerca nuestro.

 

Y que la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento, guarde sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús. Amén.



Pastor Mario Bernhardt
Argentinia
E-Mail: mariobernhardt@hotmail.com

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