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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

24º Domingo después de Pentecostés, 30.10.2016

Sermón sobre Lucas 19:1-10, por Marcelo Nicolau

¿Qué estatura tenía Zaqueo? Podría ser una pregunta de escuela bíblica que los niños recordarán fácilmente si alguna vez vieron la historia: Era bajito. Petiso. Chiquito. Y sin embargo parece que en esta historia hay algo más importante que esa estatura física. La decisión, la práctica, el cambio de vida que Zaqueo decide realizar, inspirado por la llegada de Jesús a su ciudad. Esa transformación lo cambia en alguien de elevada estatura conceptual: alguien que ha sido salvado, que ha sido reconocido como descendiente de Abraham, que ha sido enaltecido por Jesús. No es poco. ¿Acaso no nos gustaría también a nosotros ser reconocidos de esa manera por Jesús?  No obstante, el camino que Zaqueo recorrió no debe haber sido fácil ni corto. El evangelio nos señala que era rico, publicano, y además el jefe de estos. Estas características son importantes y problemáticas para su salvación. No podemos olvidar que en el capítulo 18 Jesús había tenido un diálogo con el joven rico y había afirmado la dificultad para que los ricos entren en el Reino de Dios, “ ̶ Más fácil es que pase un camello por el ojo de una aguja a que un rico entre en el Reino de Dios”  ̶  Dijo.  Sin embargo, aquí un rico como Zaqueo resulta aceptado. ¿Cuál es la clave para esto? La afirmación de Zaqueo de que dará a los pobres la mitad de todo lo que posee, sin duda es fundamental.  Zaqueo ha hecho un cambio muy grande en su vida, ha tomado una decisión que transforma todos los aspectos de su existencia. La economía, sus bienes, no pueden quedar afuera de este cambio. Su conversión tiene implicancias económicas clarísimas. Es interesante notar el cambio que ocurre entre el comienzo y el final del texto. Al comienzo la riqueza define a Zaqueo, junto con su función laboral. Al final ha habido un cambio. La riqueza ya no lo identifica, sino que es reconocido como Hijo de Abraham. Igual que la mujer jorobada a la que Jesús sanó un sábado (Lc. 13). Ese reconocimiento tiene su origen en la acción transformadora de Dios, su gracia admirable y su poder que todo lo puede (Lc. 18.27), y en la decisión de Zaqueo de vivir una vida diferente. Las palabras de Juan el Bautista en Lc. 3.8  Resuenan con fuerza: Pórtense de tal modo que se vea claramente que se han vuelto al Señor, y no vayan a decir entre ustedes: nosotros somos descendientes de Abraham, porque les aseguro que incluso a estas piedras Dios puede convertirlas en descendientes de Abraham.  Esa decisión de Zaqueo de cambiar su vida, de vivir de un modo diferente es fundamental para entender su proceso de transformación. El otro aspecto problemático que señalamos es su ocupación de jefe de los publicanos. Un sistema corrupto como aquel implicaba necesariamente un cierto grado de complicidad de los participantes. Cuanto más si se trataba de un funcionario de cierto rango. Parece realmente difícil que alguien desempeñando ese cargo pudiera estar libre de culpa. Otra vez las palabras de Juan el bautista nos recuerdan el problema: estos funcionarios cobraban de más para beneficio propio. Quienes quisieran volverse a Dios debían seguir en camino de honestidad: no cobrar más de lo que deben.( Lc. 3.12-13). Ese bien pudo ser el camino que Zaqueo adoptó. Sin embargo hay todavía una declaración adicional. “Si en algo he defraudado devolveré cuatro veces”. La ley especificaba la devolución de lo defraudado con alguna compensación adicional, una quinta parte adicional por ej. (Nm. 5.7)  pero en algunos casos graves la devolución del cuádruple (2ª Sam. 12.6) Zaqueo adopta voluntariamente el máximo de la pena, tal vez como forma de reafirmar la radicalidad de su decisión. Es un paso adelante sin vuelta atrás. Y los bienes no serán un obstáculo para ello.

¿Cuánto sufrimiento y angustia habrá pasado Zaqueo todo el tiempo anterior, antes de conocer a Jesús? No lo sabemos, no tenemos datos. Sin embargo, podemos suponer que la marginación y segregación que padecía debe haber hecho mella en su vida. La aparición de Jesús, el haber oído previamente de su palabra, sus acciones y su propuesta, con seguridad fueron preparando a Zaqueo para el gran paso. El está pronto, está listo para dar el salto. Tiene lo necesario. Cree en Jesús. Por eso cuando la oportunidad se presenta no lo duda. Va al encuentro de la salvación que viene a su pueblo, pese a las dificultades. La multitud, su baja estatura. Pero no se amilana. Localiza un árbol y se trepa para ver a Jesús. ¿Pueden imaginarse el proceso que habrá tenido que hacer para estar dispuesto a tal acción? Porque Zaqueo se arriesga al ridículo, a ser señalado, a ser objeto de burla. Casi lo imagino, la gente señalando: “Miren el ricachón trepado al árbol como un mono”. “¡Que pajarón!”. Pero todo este riesgo asumido no es sino seguir, tal vez intuitivamente, el camino que Jesús va a indicar: El que se humille será engrandecido. Zaqueo está dispuesto a soportar el escarnio público si eso le brinda la oportunidad de encontrarse con Jesús.  Todo lo demás importa poco. Es pasado. Es historia. Lo que verdaderamente importa es que la oportunidad no se escape. Que no se le pase el tiempo, que Jesús no se le escurra entre la gente. El tiempo es único. La oportunidad no llama dos veces. Es ahora. Es la oportunidad y Zaqueo no está dispuesto a desperdiciarla. Esa decisión es el signo de su altura. Zaqueo crece y crece delante del Señor. Es la altura que realmente importa.

Jesús por su lado juega su partido. El episodio de Zaqueo es una escala más en su largo itinerario de testimonio, desafío y misión. Para escándalo de los criticones que solo entienden la vida a base de discriminación y diferencias congeladas, Jesús sacude la modorra y come con publicanos y otros pecadores. El sabe bien que no está para congraciarse con los poderosos ni bendecir el statu quo sino para transformar el mundo, desde adentro, desde abajo, desde lo imperfecto, desde la humanidad sufriente que la Gracia del Señor mira con agrado. El desafío de la acción de Jesús también implica a los criticones, aunque no se den cuenta, porque la invitación del Señor es para todos, sin que nadie quede excluido. Solo que hay que bajar los humos. Desde la nube del orgullo no hay manera de percibir el sentido profundo de la propuesta de Dios. Las seguridades humanas, el orgullo en los propios logros, la grandeza de la creación propia, la enormidad de la “meritocracia” humana,  son pesos demasiado grandes que se vuelven carga, que se transforman en gravámenes que enanizan la vida. Así los grandes, importantes y famosos quedan ridículamente empequeñecidos, mientras que el humilde pequeñín resulta engrandecido.

Esta historia no estaría completa si no nos preguntamos nosotros: ¿Cómo andamos de estatura?  Por supuesto no la que se disfraza con tacos altos, sino la que mira el Señor de la vida. La que tiene que ver con la fe, con la entrega, con la decisión de confiar solo en El, de poner nuestras vidas en sus manos y de descartar todo aquello que nos pesa, nos oprime y nos aplasta. La oportunidad para nosotros es hoy. Hoy llega Jesús a nuestras vidas. Hoy pasa entre la gente. Hoy camina por nuestras calles. En nosotros está la decisión de buscarlo, de animarnos a transformar de raíz nuestra vida y dejar que con su amor y su Gracia, sea Él quien nos aumente la estatura. Que podamos decir poéticamente como el profeta Habacuc: Yo me alegraré en el  Señor, me gozaré en el Dios de mi salvación. El Señor, es mi fortaleza; él me da pies como de ciervas y me hace caminar por las alturas". (Hab. 3.18-19)



Pastor Marcelo Nicolau
Paysandú, República Oriental del Uruguay
E-Mail: cielomar@vera.com.uy

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