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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

25º Domingo después de Pentecostés, 06.11.2016

Sermón sobre Lucas 20:27-40, por Luis Eduardo Obregón

Resurrección

El problema no es 
despeñarse en abismos de ensueño, 
porque hoy no llegó 
al futuro sangrado de ayer. 
El problema no es 
que el tiempo sentencie extravío, 
cuando hay juventudes 
soñando desvíos. 
El problema no es 
darle un hacha al dolor, 
y hacer leña con todo y la palma. 
El problema vital es el alma, 
el problema es de resurrección. 
El problema, señor, 
será siempre 
sembrar amor.

(Silvio Rodríguez)

Cuando trato de pensar en la Resurrección, me resulta tan inabarcable, es como querer abarcar el cielo con la mirada, todo esfuerzo en ese sentido, resulta poco. Pero, si miramos el cielo cada tanto, nos ayuda a poder pensar sobre nuestras vidas, más allá de cotidianeidad. Del mismo modo, vivir desde la experiencia de la Resurrección, nos impulsa a trascender, a elevar nuestras existencias, más allá de las urgencias del “día a día”, pero eso sí, sin dejar de tener los pies firmes en la tierra.

Y si tuviésemos que definir a la Resurrección, ¿qué tendríamos que decir? Veamos qué aporte nos puede hacer el texto del evangelio de hoy: el pasaje narra sobre la actividad de Jesús en Jerusalén. El capítulo 20 trata sobre las confrontaciones que Jesús tuvo con las autoridades religiosas del Templo: Primero, los sumos sacerdotes, junto a los escribas y los ancianos, inquieren sobre la autoridad de Jesús (v.s 1-8); luego, mediante la parábola de los viñateros homicidas, Jesús denuncia las intenciones de matarlo que tienen los sumos sacerdotes y los escribas (v.s 9-19); posteriormente, unos espías enviados por éstos, le interrogan sobre si hay que pagar o no el impuesto al Cesar, con claras intenciones de tenderle una trampa, y Jesús les responde: “lo del Cesar, devuélvanselo al Cesar, y a Dios lo que es de Dios”; y, finalmente, nos encontramos con el texto de hoy, en el que Jesús confronta con los saduceos sobre el tema de la Resurrección.

Los saduceos eran una corriente dentro del judaísmo, integrada por la aristocracia de Jerusalén. Ellos reconocían como válidos los libros del Pentateuco, a los cuales les atribuían el haber sido escritos por Moisés. Y desestimaban el resto de las Escrituras. La religiosidad de los saduceos se apoyaba en el “aquí y ahora” del momento que vivían, y desde esa perspectiva “materialista” no aceptaban la concepción de la resurrección pues, para ellos, más allá de la muerte no había más nada. Claro, ¿qué cosa podría ser mejor que la vida de privilegio que ellos vivían? Por otra parte, como rechazaban los libros proféticos y la literatura apocalíptica, pretendían experimentar una fe sin mayores cuestionamientos.

El relato cuenta que los saduceos le exponen un ejemplo basado en la ley del levirato (si un hombre casado muere sin tener hijos, su hermano menor debe casarse con la viuda y, de ese modo, garantizar la descendencia de su hermano mayor) en el que buscan poner en ridículo la idea de la resurrección: una mujer tuvo como maridos a siete hermanos, los cuales se desposaron con ella alternativamente, reemplazando al hermano que había muerto. Todos ellos murieron, sin dejar descendencia y, finalmente, ella también murió. La pregunta es: ¿quién es el marido de ella, después de la resurrección?

Por su parte, Jesús les responde: “Los hijos de esta era (aionos), se casan, se unen en matrimonio”. El término “era”, “edad” o “siglo” remite al tiempo de la historia biológica humana, en donde los seres humanos nacen, se reproducen y mueren. Para el evangelio, el tiempo biológico humano no tiene una connotación ni positiva ni negativa, simplemente es así, transcurre de ese modo. Sin embargo, “los que se hallen en aquella era, y alcancen la resurrección de entre los muertos, no se darán en matrimonio”. Aquel tiempo se regirá por otras pautas, ya no las biológicas, de la reproducción, pues las personas serán “como ángeles” pues no morirán (Jesús, al citar a los ángeles, los provoca a los saduceos, porque estos, al tener una fe tan “terrenal”, no creían en la existencia de los seres celestiales). Un detalle no menor, es que en tiempos de Jesús, las relaciones familiares se basaban en vínculos de poder, en donde el dominus, el pater familias, era el dueño de todas las personas y las cosas que en su casa. Al anularse los lazos matrimoniales opresivos, también se desmantelarían las relaciones de poder familiar y social. En todo caso, hoy, el texto nos desafía a promover relaciones familiares liberadoras, que estimulen el desarrollo pleno de cada uno/a de los integrantes de la familia.

Finalmente, Jesús decide confrontar en el mismo campo de los saduceos, pues les cita al mismo Moisés, al cual ellos reconocen como única autoridad escritural, para demostrar que ellos están equivocados. Efectivamente, fue el mismo Moisés el que llamó al Señor, como “Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob” pues es el Dios de los vivos, ya que “para él todos están vivos”.

Por último, el evangelio de Lucas tiene un final propio, distinguiéndose de los relatos paralelos de Marcos y de Mateo: mientras que en el primer caso, Jesús sella la discusión, sentenciando que sus contrincantes están equivocados (Mc. 12:27), en el evangelio de Mateo, la gente queda maravillada por lo que escucha (Mt. 22:33), pero, en el caso del evangelio de Lucas, los escribas, que provienen de las clases medias, y sí creen en la concepción de la resurrección, aprueban los argumentos de Jesús. Y el pasaje concluye: “ya no inquirieron nada a él”.

En el mundo de Jesús, todos los pueblos estaban sometidos bajo el dominio económico y la fuerza militar del imperio romano. El modelo de sociedad vigente era el que imponía Roma, y no había posibilidad de recrear una alternativa por fuera del imperio. Este dominio tenía aspiraciones de perpetuarse. Por esa razón a la ciudad de Roma se la conocía como “La Eterna”. Hoy, las circunstancias son otras, pero en el fondo, muy parecidas a las de aquel tiempo: el mundo está sometido por unas pocas corporaciones gigantescas, de las cuales nadie conoce quienes son los dueños, y establecen relaciones de sub-explotación, sobre todo en los países del tercer mundo, usufructuando de los recursos naturales. Este modelo de relación social destruye los ecosistemas y destroza millones de cuerpos de seres humanos, que se hallan condenados a vivir en contextos de muerte. Además, pareciera ser que este es el único modelo vigente, y no puede haber otro. Pareciera ser que enfrentarnos a la forma de vida que nos proponen los poderes, es una locura, algo que no tiene ninguna chance de tener éxito. No por casualidad, en la sociedad argentina, es común escuchar frases del tipo “es lo que hay” o “¿para qué, si nada va a cambiar?”.

Estos discursos, cuando ganan nuestras conciencias, nos aplastan, anula nuestra condición de ser y empobrece nuestra espiritualidad. Muchas personas buscan salidas rápidas y mágicas, y se encuentran, tarde o temprano, con abundantes desilusiones. No es casual, en este tiempo de desesperanzas, que la resurrección quede relegada a un segundo plano, y que cada vez se crea menos en ella. En el mejor de los casos, la imaginamos como algo que ocurrirá en un futuro incierto, luego que vayamos al encuentro de nuestro Señor. Pero, tampoco es que estamos muy seguros si va a ocurrir o no.

Sin embargo, Jesús nos recuerda la afirmación de Moisés, sobre que el Señor es el Dios de los vivos, no de los muertos, porque para él, todos y todas estamos vivos. Esta aseveración nos invita a experimentar una relación con Dios en donde recibimos la gracia de la vida abundante. Es confiar en que, por el poder de Dios, la vida fluye más allá de nuestras vidas, y no hay muerte que pueda contra ella. Este es un consuelo que nos hace trascender en nuestra finitud, y nos da esperanzas en encontrarnos con el Eterno.

También, la afirmación de Moisés, que recuerda Jesús, nos invita a vivenciar la vida plena dada por Dios aquí y ahora. En este sentido, la palabra griega que significa resurrección (anastasis), también indica la acción de levantarse, de ponerse de pie. Podemos decir, que cuando nos ponemos de pie frente a la adversidad, experimentamos las señales de la resurrección en el presente. También, cuando vemos que las comunidades y los pueblos se paran, y luchan por su dignidad, somos testigos de los signos de resurrección que recibimos por la gracia de Dios.

Así mismo, la experiencia de fe a la que nos remite la resurrección, es inagotable en su diversidad de sentidos: el pasaje del Apocalipsis que acompaña a la lectura del evangelio, nos remite a otro tiempo, ya no al tiempo humano, sino al tiempo escatológico, al tiempo de Dios, en donde todos aquellos que están inscriptos en el libro de la vida, resucitarán, y vivirán una realidad distinta, en donde el cielo y la tierra desaparecerán, y comenzará una vida nueva, en donde no habrá llanto, ni dolor ni muerte. La resurrección, entonces, hace crecer nuestras esperanzas, comprometiéndonos a trabajar para transformar la sociedad con vistas a ese nuevo tiempo que, poco a poco, viene hacia nosotros. No sabemos cuándo vendrá, pero seguro, ya falta menos.

 



Pastor Luis Eduardo Obregón
Provincia de Santa Fe
E-Mail: yasy.yatere01@gmail.com

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