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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

Primer Domingo de Adviento, 27.11.2016

ADVIENTO
Sermón sobre Mateo 24:37-44, por Luis Eduardo Obregón

Dice mi madre que mi bisabuela, cuyo nombre era María del Rosario, solía decir que nos íbamos a dar cuenta cuando iba a venir el fin del mundo, porque ese día, todos los pobres vestirían de seda. Esa era una linda imagen que solía compartir aquella mujer con sus nietos, allá, por las chacras de Caá Caty, en el norte correntino (provincia de Corrientes, Argentina). Mi madre, Victoria, solía contarme aquella enseñanza de la bisabuela, para liberar mi imaginación infantil, de la angustia del fin del mundo.

Hoy pienso que ese relato campesino tiene importancia, en el sentido que vuelve a rescatar el contenido esperanzador que anida en los relatos apocalípticos. Hoy, cuando vemos una película, que trata sobre el fin del mundo, nos llenamos de angustia pensando en qué pasaría si nos toca vivir algo parecido. También hay mucha literatura, sobre todo de ciencia ficción, que le otorga un carácter negativo al fin del mundo. Por otra parte, algunas iglesias le dedican mucho tiempo a tratar de adivinar cuándo será el fin de los tiempos, hacen cálculos y recálculos, pero no nunca aciertan. A tal punto es nuestro temor, que le otorgamos a la palabra “apocalipsis”, una connotación negativa, significa el fin de la humanidad y del mundo entero, desplazando a su significado original, que señala la revelación de una buena noticia, para toda la humanidad, y especialmente para los más pobres.

El género apocalíptico nace en el mundo judío a partir del siglo II a. C. A grandes trazos, podemos describir aquel contexto como “desesperanzador”, pues desde que Jerusalén fue invadida por las huestes del rey babilónico Nabucodonosor, en el siglo VI a. C. vivió entre los escombros de lo que llegó a ser aquella nación: la ciudad sagrada, la ciudad de la Paz, fue destruida, su pueblo aniquilado, el templo demolido, y aquellos habitantes que lograron sobrevivir, fueron deportados, como esclavos, a Babilonia. Luego, en el siglo V a. C. con el regreso del exilio, y bajo el dominio del imperio persa, el pueblo judío esbozó diversos proyectos de gobierno: hubo quienes promovieron una monarquía (representada en la figura de Zorobabel); mientras otros impulsaban un gobierno sacerdotal (Esdras y Nehemías), y otros impulsaban una transformación social profunda, desde el punto de vista profético, promoviendo la justicia para los más pobres (Tercer Isaías). El problema fue que, por causa del estrecho espacio de autonomía que concedía el Estado persa, y por las propias contradicciones que anidaban en la sociedad judía, ninguno de estos tres proyectos pudo ofrecer condiciones de independencia y soberanía para el pueblo judío.

Posteriormente, en el siglo IV a. C. Palestina fue conquistada por Alejandro Magno. Con la muerte del conquistador macedónico, su imperio se fragmentó, y la región quedó en manos de los ptolomeos y los seléucidas, quienes se disputaban el dominio de la zona, alternativamente. Aquel tiempo acarreó mucho dolor para el pueblo judío: el dominio de los poderosos, tenía consecuencias en los cuerpos de los dominados. El libro de los Macabeos, contenido en el canon de los libros de tradición católica, narra cómo los griegos despedazaban a las personas que oponían resistencia al sometimiento. Por otra parte, los dirigentes judíos optaban por apoyarse en el poder de turno, propiciando relaciones corruptas y humillantes para el pueblo.

Es decir: con los símbolos identitarios hechos escombros, bajo un dominio brutal, y con su dirigencia corrupta, el pueblo no podía ver una solución posible en ese período de la historia. Sin embargo, ellos fueron capaces de recrear la esperanza de una manera original, llegaron a la conclusión que los humanos no podemos resolver los problemas profundos que aquejan al mundo, entonces, vendrá un tiempo fuera del tiempo, una historia fuera de la historia, un momento en donde todo el cosmos se sentirá conmovido, y habrá cambios profundos (los cuales son descriptos por la literatura apocalíptica de un modo muy impactante); de ese modo, nacerá un nuevo día, el “Año del Señor”, el cual traerá la buena vida, aquella que escaseaba entre los habitantes de Judá, en aquellos tiempos.

En tiempos de Jesús, al pueblo le gustaba escuchar los relatos apocalípticos. Y en tiempos de las primeras comunidades cristianas, se hacía indispensable recrear la esperanza, porque Palestina sufría bajo las botas del imperio romano, quien llevó adelante una campaña militar que se conoció como “Las Guerras Judías”, pero lo más exacto sería llamarla: la guerra de exterminio de los romanos hacia el pueblo judío. Aquellos fueron días de muerte, exilio y hambre.

Cuando los oyentes de la comunidad mateana, escuchaban este pasaje, se alegraban y renacía sus esperanzas pues el dolor imperante llegará a su fin, en aquella hora que venga el Hijo del Hombre. Pero hay algo más: el anuncio apocalíptico de Jesús tiene una perspectiva que lo hace original en relación al discurso apocalíptico tradicional pues, para el segundo, Dios solo es el que resuelve el desenlace de la historia, sin la ayuda de los seres humanos; en cambio, para Jesús, la humanidad tiene un papel activo en el plan de Dios, pues hay que estar preparadas/os, despiertos, ante la venida (parusía) del Hijo del Hombre.

Con este pasaje, iniciamos el año litúrgico, y abre el tiempo de Adviento. Este período litúrgico abarca las cuatro semanas previas a Navidad. El término “Adviento” proviene del latín, que significa “advenimiento”, y se refiere a la venida de Jesús, lo que se suele denominar “La Segunda Venida de Jesús”, y, por ser en vísperas de Navidad, también remite a la espera del nacimiento de aquel niño pobre que será Príncipe de Paz. Este tiempo litúrgico nos señala un período de espera que implica mirarnos, reflexionar sobre nuestras vidas, y especialmente sobre nuestras actitudes, con el fin de recibir al niño de Belén mucho más renovados/as. Es cierto que la actitud de análisis y de autocrítica debiera abundar en nuestras vidas durante todo el año, pero la existencia de esta celebración, al igual que Cuaresma, nos indica que debemos concentrarnos en esta acción/reflexión, y no dejarnos distraer por circunstancias secundarias.

¿Pero, qué sentido podría tener, hoy, este Adviento, la Venida del Hijo del Hombre? En algún sentido, este tiempo se asemeja al período intertestamentario del que hablábamos con anterioridad, porque, en la actualidad, la humanidad marcha sin un destino claro. Aquellos ideales que eran generadores de identidad (valores religiosos, políticos, culturales, etc), son cuestionados y, por ende, están en crisis. Como respuesta al desconcierto ante un mundo cambiante, amplios sectores de masas se aferran a fanatismos que excluyen, discriminan y matan al distinto, al otro, la otra. Mientras tanto, una ínfima minoría, guiados por la codicia, se atribuyen la propiedad del mundo y sus alrededores, explotando poblaciones enteras, destruyendo recursos naturales irreemplazables. Este panorama nos conduce directamente hacia una destrucción de la especie humana y de todo el planeta, sin ninguna duda.

Necesitamos de un cambio profundo, de actos y de mentes, que incluya a toda la humanidad. Necesitamos que de ese tiempo en donde se revele la presencia de Jesucristo para que se instaure la justicia, y se renueve toda la humanidad. Lo necesitamos como el hambriento desea el pan, como el sediento ruega por el agua. No sabemos cuándo será este cambio profundo, tampoco sabemos de qué manera será, pero sí sabemos que tendrá que ocurrir, porque, de algún modo, la vida triunfa frente a la muerte. En esa afirmación se sustenta nuestra fe.

Pero no se trata de que esperemos quietos, sin hacer nada. El evangelio nos invita a trabajar poco a poco para que nuestro mundo se transforme, cambiando nuestras actitudes, planteando nuevos tipos de relaciones humanas, más solidarias, nacidas desde el amor, también estamos llamadas/os a no mirar para otro lado ante las necesidades que hay a nuestro alrededor, comprometiéndonos, luchando para promover los derechos de las personas, y el cuidado de la creación. Quizás trabajando de este modo, haremos un mundo un poco mejor para recibir a ese niñito pobre que será el rescatador de toda la humanidad.

Para terminar, quisiera compartir con ustedes, este poema, a modo de oración/reflexión.

Adviento es saber sentir

Dicen que Adviento es saber esperar.
Yo prefiero decir que
Adviento es saber sentir.
Adviento es la capacidad de percibir
que algo empieza a cambiar,
que algo está por suceder,
que las cosas van a ser diferentes,
que lo nuevo se está anunciando…
Por eso es un tiempo de tensión 
pero a la vez de alegría y de fiesta, 
porque aquello que largamente se anhelaba
se está acercando, 
se empieza a manifestar.
Dios se llega a la humanidad,
Dios se hace gente,
Dios se hace igual,
y arma su tienda en la tierra, 
haciéndola tierra de todos y todas.

Gerardo Oberman

 



Pastor Luis Eduardo Obregón
Provincia de Santa Fe
E-Mail: yasy.yatere01@gmail.com

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