Los romanos decían que la sal era lo más puro del mundo porque procedía de las dos cosas más puras que existen: el sol y el mar. Se usaba como ofrenda a los dioses. Jesús cuando menciona que somos la sal del mundo, está suponiendo que el creyente tiene el enorme desafío de ser un buen ejemplo y un condimento de preservación y sabor en favor de la vida por medio del testimonio.
Desde el Evangelio se nos invita a luchar y preservar todo lo que ayuda a la vida y a la dignidad humana. Uno no puede quedar en silencio cómplice y con los brazos cruzados cuando a nuestro alrededor hay tanta injusticia, corrupción y putrefacción.
El creyente es a la vida lo que la sal es la comida recita un refrán. En un mundo deprimido por las leyes del mercado, por el valor de la vida a partir de lo que se tiene y consume. Un mundo sumergido en la violencia económica, militar, racial, territorial y de género; el discipulado de Jesucristo nos desafía constantemente a dar a conocer el gozo de la vida; el gozo de la gracia que trae fortaleza y esperanza en mantener un fe que espera lo que de otra manera no se puede esperar.
La otra imagen es la luz. Todos sabemos que la luz es fundamental para la vida. Por ejemplo: Sin la luz del sol sería imposible toda vida en la tierra.
La luz tiene por finalidad que podamos ver y verla. Del mismo modo el discipulado es una invitación a ser visto y guiar. La fe visible y comprometida. En la fábrica, en el taller, en el comercio, en el campo, en la escuela, en la cocina, en la cancha, en la iglesia. En todo lugar la fe; esa fuerza invisible que se hace visible en el pueblo creyente que lucha por la dignidad. Epifanía… Lo que se revela, lo que sale del anonimato y se muestra. La iglesia de Jesucristo llamada a mostrarse y revelar la Palabra de vida que trae Jesucristo por medio de su gracia.
Las personas necesitamos luces que nos guíen, liderazgos genuinos que orienten en la travesía de la vida por el desierto, que sean pequeños oasis que refresquen y reanimen para continuar hacia la tierra prometida. Cuando vemos las obras de Dios decimos que Dios es la luz, que ilumina nuestro camino en Jesucristo. Jesucristo dijo: “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en oscuridad” Dios eligió a Jesús para que sea luz de su iglesia y creación. Y Jesús eligió a sus discípulos/as para que como dice el apóstol Pablo en su carta a los Efesios: Que su luz brille delante de los hombres para que viendo el bien que hacen todos alaben al Señor. Somos creyentes, no para ocultarnos en guetos y tradiciones, sino para ser luz que ilumine la vida.
La luz también puede servir como advertencia. Cuando hay algún peligro en la noche, se enciende una luz para advertirnos. Es como esa luz de la pista de aterrizaje en la oscuridad de la noche que advierte y orienta al piloto del avión a donde tiene que poner su atención y aterrizar. Muchas veces el deber del discipulado es advertencia, denuncia, a los demás del peligro que los acecha. De quien los quiere engañar de quien busca perjudicarlo, de quien pone en riesgo el plan de Dios y trabaja desde la oscuridad.
Queridos hermanos/as. Desde el bautismo se nos invita a ser sal y luz. A vivir una fe activa y comprometida. A modificar el sabor amargo que puede tener la vida para muchas personas que no son tenidas en cuenta. A motivar en esperanza y convicciones sólidas. A buscar la paz de Dios desde la militancia activa del Evangelio de Jesucristo. A consumir la vida en pos del bien común. A cumplir la ley a partir del mandamiento supremo. Ama a Dios y amarás al semejante y en el prójimo descubriremos la revelación de Dios en el mundo. La ley suprema AMEN