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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

6º Domingo de Cuaresma – DOMINGO DE RAMOS, 09.04.2017

Sermón sobre Mateo 26:57-66, por Álvaro Michelin Salomon

SALMO 31:9-16 – ISAÍAS 50:4-9ª – FILIPENSES 2:5-11 – MATEO 26:14—27:66

MATEO 26:57-66 – El proceso religioso a Jesús: un relato sobre la injusticia de la justicia humana

 

Introducción

Es muy difícil tomar todo el pasaje marcado por el leccionario sobre el Evangelio de Mateo; por ello hicimos la opción por la última perícopa. Los cuatro evangelios tienen narraciones sobre la pasión, muerte en la cruz, sepultura y resurrección de Jesús. Los últimos días del Jesús humano se desarrollan en el marco de la Fiesta hebrea de la Pascua, la cual celebraba y celebra aún para el pueblo judío la liberación de la esclavitud en Egipto en el tiempo de Moisés y bajo su conducción.

El Domingo de Ramos celebra en la tradición cristiana la entrada de Jesús en Jerusalén, pero en esta oportunidad contamos con unos cuantos relatos de Mateo referidos a Jesús ya dentro de la ciudad. El protagonismo de Judas, la celebración de la Pascua, el anuncio de las negaciones de Pedro, la oración en el huerto del Getsemaní, el arresto de Jesús y su comparecencia ante el Sanedrín o Junta Suprema o Concilio de los Judíos en Jerusalén, son narraciones establecidas para este domingo. Por supuesto, Jesús es el gran protagonista en todos estos episodios, así como en la trama general de cada evangelio y en todo el Nuevo Testamento.

Primera Parte

Estos últimos días de la vida del Jesús humano en quien residió con poder el Espíritu de Dios manifiestan, entre otras revelaciones, lo complejo que es el alma humana: aquello que el corazón puede esconder pero que finalmente sale a la luz, muchas veces de la peor manera posible. El ministerio de Jesús revela a Dios pero, asimismo, promueve el discernimiento de espíritus, esto es, da a conocer las intenciones profundas de los corazones, ya sean las mejores como las peores. El propio evangelista Mateo, así como Lucas por su lado, expone en la recopilación de mensajes denominada Sermón de la Montaña, las Bienaventuranzas de Jesús (Mateo 5:1-12), las cuales terminan, paradójicamente, con la advertencia de la persecución. Esto mismo le pasará al propio Jesús, quien fue el mayor bienaventurado pero que además debió soportar la dura prueba de la persecución, con los consiguientes procesos religioso y político, y la crucifixión como la muerte más humillante de aquel entonces.

El sumo sacerdote Caifás, por un lado, y el discípulo Pedro, por el otro, aparecen en escena. Aquel es el jefe de los judíos; Pedro, por su parte, es un líder nato del grupo de los discípulos de Jesús, y lo será aún después de que el Maestro ya no esté más con ellos. Caifás es una figura pública Nº 1, a quien se le debe el reconocimiento del cargo que ocupa. Pedro es un galileo seguidor de Jesús y debe caminar a escondidas en la noche para no perder de vista a Jesús. Pedro estaba cansado, no había podido estar despierto junto a Jacobo (o Santiago) y Juan para acompañar a Jesús en su oración en el Getsemaní. En Juan 18:10-11 leemos: “Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó, hirió al siervo del Sumo Sacerdote y le cortó la oreja derecha. El siervo se llamaba Malco. Jesús entonces dijo a Pedro: --Mete tu espada en la vaina. La copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?—”. Más adelante Pedro, al ser descubierto, negará pertenecer al movimiento de Jesús.

Segunda Parte

Las autoridades del Sanedrín necesitan testigos para condenar a Jesús. Después de muchos intentos de testimonio que no dieron resultado se presentan dos testigos aduciendo que Jesús habría declarado que podía derribar el templo y en tres días restaurarlo. En efecto, Jesús había anunciado algo por el estilo (Mateo 24:1-2; Juan 2:19-22), y había personas que habían escuchado o registrado por sí mismas o por parte de otras personas, tales palabras misteriosas y tan revolucionarias para el judaísmo. Según el evangelista Mateo Jesús profetizó realmente la caída del templo de Jerusalén, cosa que ocurrió con la llamada Guerra Judía contra los Romanos (66 al 70 d.C.). Según el evangelista Juan (Jn 2:21), en cambio, lo que Jesús expresó era una parábola de su propia muerte y resurrección al tercer día.

La otra cuestión en el interrogatorio a Jesús se refirió nada menos que a su condición o no de Mesías, es decir, del Liberador de Israel que estaba prometido en las Escrituras y esperado por una parte del pueblo judío, tal vez por su mayoría. Jesús contesta afirmando lo que el sumo sacerdote le había preguntado irónicamente, obligándolo a que tomara una posición: “te conjuro por el Dios viviente que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios” (Mt 26:63). Además Jesús agrega que es el Hijo del Hombre de carácter divino que contará con el poder de Dios estableciéndose de manera universal: el “…Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios y viniendo en las nubes del cielo”, Mt 26:64.

La doble blasfemia, o mentira contra Dios o el ponerse en el lugar de Dios, ya estaba claramente determinada, por lo tanto Jesús era reo de muerte. Nadie en el judaísmo debía ser considerado tan importante como Dios, ni de igual dignidad, ni ser su representante directo que se ubicara en un lugar similar al de Moisés… a menos que fuera efectivamente el Mesías, el Hijo de Dios con poder. Entonces Jesús es condenado a muerte, aunque falta todavía la comparecencia con el procurador romano Poncio Pilato.

Tercera Parte

Las reacciones de la gran diversidad de personas ante Jesús manifiestan, como decíamos, todo lo que naturaleza humana es capaz de ser y hacer ante el semejante. Claro, Jesús no es cualquier persona y los motivos de su condenación tienen que ver tanto con lo religioso como con lo político… pues en definitiva, en aquel entonces, las autoridades judías de Jerusalén lo eran tanto en uno como en otro ámbito, inclusive en el judicial. Sólo que, por encima de ellas a nivel político y militar, se encontraba Poncio Pilato, el procurador romano.

Hubo también quienes se prestaron a comparecer de testigos contra Jesús. Judas no lleva la responsabilidad exclusiva en el procesamiento a Jesús. Ni siquiera tres discípulos de Jesús pudieron acompañarlo despiertos en oración. Hasta Pedro teme declararse su seguidor y niega públicamente su relación con Jesús para no ser procesado él también.

Posteriormente, al resucitar Jesús, el evangelista Juan incluye un par de relatos donde Tomás es protagonista, primeramente en sentido negativo y luego en sentido positivo (Jn 20:24-29). El propio evangelista Mateo dice que algunos dudaban cuando se encontraron con Jesús resucitado (Mt 28:17). Marcos, por su parte, constata que los discípulos no le creyeron (por lo menos en una primera instancia) a María Magdalena cuando les declaró que Jesús había resucitado (Mc 16:9-11). Lo mismo ocurrió cuando el Resucitado se apareció a dos que salían de Jerusalén (Mc 16:12-13). El evangelista Lucas expone con detalle ese relato y menciona además que los discípulos varones no habían creído a las mujeres en su testimonio sobre la resurrección de Jesús (Lc 24:13-35; y ver antes en 24:8-12).

Podemos entonces ver en las formas de relacionarse de unos y otros con Jesús, los espejos de lo que somos, de nuestro interior, de nuestros sentimientos, actitudes y pensamientos; ¡y también de nuestras acciones! Hay de todo allí: por un lado hay envidia, rencores, agresividad, odio, deseo de conservar el poder, orgullo, miedos, utilización de todos los medios posibles para eliminar al “molesto”, justificación religiosa, uso mal intencionado de la interpretación de los dichos del procesado. Por otra parte, del lado de Jesús, está la dignidad de reconocerse en su ministerio como elegido de Dios, representante de Dios, encargado por Dios de llevar adelante su Reino de justicia, liberación y esperanza para toda persona.

Cuarta Parte y Conclusión

De alguna manera el proceso religioso y político a Jesús es el teatro de la humanidad. Ante Jesús no podemos otra cosa que reconocernos como somos. El proceso a Jesús se vuelve contra nosotros/as mismos/as y nos procesa como humanidad pecadora, débil, que fracasa una y otra vez en el intento por impartir justicia, dignidad y auténtica libertad para los oprimidos, los indigentes, los más vulnerables, los más sufrientes, los perseguidos, los inmigrantes, los desplazados…

Y cuando la religión sirve para justificar la opresión, la falta de libertad, la desconsideración para quienes son profetas que defienden a quienes no están en condiciones de defenderse por sí mismos, entonces la religión se vuelve inhumana, servidora de los opresores, o servidora de un régimen injusto que está instalado en la sociedad como si fuera inamovible y estuviera totalmente naturalizado.

Cuando la religión toma el poder y lo defiende a capa y espada, y lo justifica, lo defiende y se considera en condiciones de juzgar, condenar e impartir justicia por cuenta propia, seguramente caerá en gruesas contradicciones entre lo que hace y lo que intenta proclamar.

Con Jesús aprendemos que el don precioso de la libertad es inseparable de la cruz, de su cruz y de la que cada uno/a de nosotros/as debe llevar. Y la cruz para nosotros/as significa el compromiso con la justicia que Jesús trajo al mundo, la justicia del Reino de Dios. Sí, hermanos/as: en medio de toda justicia e injusticia humana debemos compartir la justicia de Dios en Cristo, la cual va atravesada por la cruz. No es fácil pero tampoco es imposible, máxime si nos unimos a otros/as hermanos/as que también siguen a Jesús.



Pfarrer Dr. Álvaro Michelin Salomon
Buenos Aires
E-Mail: alvaro.michelin.salomon@gmail.com

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