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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

IX de Pentecostes, 06.08.2017

Sermón sobre Matthäus 14:13-21, por Marcelo Mondini

Mateo 14:13-21 (Versión Dios Habla Hoy)

Cuando Jesús recibió la noticia, se fue de allí él solo, en una barca, a un lugar apartado. Pero la gente lo supo y salió de los pueblos para seguirlo por tierra. Al bajar Jesús de la barca, vio la multitud; sintió compasión de ellos y sanó a los enfermos que llevaban. Como ya se hacía de noche, los discípulos se le acercaron y le dijeron: Ya es tarde, y éste es un lugar solitario. Despide a la gente, para que vayan a las aldeas y se compren comida.  Jesús les contestó: No es necesario que se vayan; denles ustedes de comer. Ellos respondieron: No tenemos aquí más que cinco panes y dos pescados. Jesús les dijo: Tráiganmelos aquí. Entonces mandó a la multitud que se sentara sobre la hierba. Luego tomó en sus manos los cinco panes y los dos pescados y, mirando al cielo, pronunció la bendición y partió los panes, los dio a los discípulos y ellos los repartieron entre la gente. Todos comieron hasta quedar satisfechos; recogieron los pedazos sobrantes, y con ellos llenaron doce canastas. Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.

 

 

Hay noticias que nos impactan muy intensamente, que llegan hasta lo más profundo de nuestro ser. En muchos casos son noticias que nos llenan de alegría, que nos hacen cambiar el rostro y nos impulsan a la acción, al abrazo, al encuentro, a la celebración. Ocurre esto, por ejemplo, cuando llega un niño a nuestras vidas, y quienes hemos recibido estos regalos de Dios podemos recordar momentos así, tan especiales, llenos de alegría, emoción, movimiento. Pero hay otras noticias que también nos impactan profundamente; no son las que nos producen alegría, sino todo lo contrario: son las noticias que nos enfrentan con momentos difíciles, de despedida, de tristeza, como lo es la pérdida de un ser querido. Aunque siempre tememos presente que la presencia y el cuidado de Dios está en todos los momentos de la vida, y en especial en estas situaciones tan particulares, todo nuestro ser se siente conmovido. Esto nos provoca reacciones opuestas a las que hemos descripto anteriormente, y buscamos la quietud, el silencio, la tranquilidad, el espacio para la meditación, el recuerdo, la soledad.

Y Jesús no fue ajeno a vivir y sentir lo que todos vivimos y sentimos como seres humanos que somos. La noticia de la muerte de Juan lo impacta profundamente. No había sido una muerte natural, la que se espera de las personas que ya han recorrido largos años de vida, ni tampoco el desenlace que finalmente llega después de una larga enfermedad. Ésta había sido una muerte violenta, cruel, cobarde, manipulada por el deseo de hace acallar la voz del profeta que denunciaba aquellas acciones realizadas por caminos equivocados, pero que simultáneamente anunciaba la llegada de aquél que era el camino de la verdadera vida.

Por eso no nos puede extrañar que Jesús se haya ido solo, en una barca, a un lugar apartado. De acuerdo con varios relatos de los Evangelios, él buscaba la soledad para poder dedicar tiempo a la oración. En esta oportunidad, el maestro tal vez estaría encomendando a Dios a aquellos que habían cometido este crimen aberrante, o estaría intercediendo por la familia de Juan, o por los propios discípulos de este gran profeta, aquellos que le recién le habían traído la triste noticia. Y para estar solo era necesario tomar distancia de los lugares conocidos e irse más allá. Es así que tampoco nos sorprende que se haya subido a una barca, rumbo a un lugar apartado. Seguramente Jesús conocía muy bien tanto las embarcaciones como la geografía del lugar. Su oficio de carpintero, ejercido por años antes del inicio de su ministerio, lo habría traído numerosas veces a la zona del Mar de Galilea. Este mar, muy cercano a la Nazaret de su infancia y juventud, era el lugar indicado para trabajar en la reparación de embarcaciones, una de las tantas aplicaciones de su profesión. Por eso, en este ambiente conocido, nada mejor que ir navegando hasta llegar a ese lugar elegido, el lugar apartado, al cual difícilmente podría llegar la gente, sus seguidores.

Y allí va Jesús, llevando consigo la carga de la noticia recibida, en búsqueda de la soledad, del espacio de reflexión, del apartarse de sus ocupaciones habituales. Él planea su itinerario, determina el rumbo, se hace a la mar, y finalmente llega al lugar establecido. El plan estaba muy bien pensado, había sido ejecutado perfectamente, y, sobre todo, era un plan totalmente necesario; Jesús necesitaba ese descanso tan buscado, ese tiempo para la reflexión.

Pero, como siempre pasa, las noticias impactantes difícilmente pueden ser frenadas. Y en este caso la noticia ya no era la muerte de Juan, sino la presencia de Jesús. Esta presencia ya había sido experimentada por muchos, como el mismo evangelio de Mateo se encarga de detallar a través de numerosos relatos. Una presencia viva y activa, amplia e inclusiva, abarcadora de todas las personas, aún de aquellas no consideradas como merecedoras de atención o ayuda. El “boca a boca”, medio de difusión del momento, se extendió rápidamente, al punto tal que mientras Jesús navegaba rumbo al lugar apartado la gente salió de los pueblos para seguirlo por tierra. Conociendo la geografía de los alrededores y considerando la escasez de caminos en esa época, que la gente salga caminando en el seguimiento de Jesús es una clara evidencia de la gran necesidad por la que atravesaba la amplia mayoría de la población.

Al bajar de la barca, Jesús ve a la gente y siente compasión de ellos. Esta relación entre ver y sentir también se repite a lo largo de toda la vida del maestro. Un ver que va más allá de la imagen que puede transmitir el sentido de la vista; un ver que profundiza, que aborda a la persona, y se encuentra con las necesidades concretas ubicadas en el centro de la existencia. Y este ver no se queda satisfecho en sí mismo, sino que es la semilla del sentir que brota de lo profundo del ser; un sentir que es la consecuencia de la mirada profunda, central, que ve más allá, pero que toca justo en el lugar indicado para que se produzca la acción, el movimiento. Un sentir que va más allá de lo intelectual, de lo racional, pero que no se queda en lo emocional, en la obnubilación de los sentidos; es sentir compasión, sufrir con el que sufre, llorar con el que llora.

Y es así como Jesús se deja interrumpir. En medio de su dolor, de su sufrimiento por la pérdida de un ser tan querido como Juan, en medio del plan preparado para tener su momento de soledad, de retiro, de oración, Jesús se deja interrumpir. Pero no se deja interrumpir por cualquier situación, o más bien, por una situación cualquiera. Él se deja interrumpir por el llamado de la necesidad de la gente, por la enfermedad que golpea la puerta, por el desamparo que hace caminar a tanta gente por lugares inhóspitos para ir al encuentro de la fuente de vida. Jesús se deja interrumpir por el llamado al servicio.

Es a partir de aquí que el relato cambia. La noticia que conmueve a Jesús, lo ocurrido con Juan, ya queda de lado. Ahora están frente a él los enfermos que son sanados, las palabras dichas con amor, las enseñanzas que transforman las vidas. Es la esperanza del Reino de Dios que se está acercando, trayendo la buena noticia a los pobres, anunciando la libertad a los presos, dando vista a los ciegos, poniendo en libertad a los oprimidos y anunciando el año favorable del Señor, tal cual lo anticipa el profeta Isaías.

Pero como los mismos Evangelios se encargan de remarcar, las necesidades de las personas son diversas, y no todos los seguidores de Jesús tienen la misma sensibilidad del Maestro. La gente tiene hambre, ya llega la noche, y se necesita hacer algo con esta situación. Seguramente los mismos discípulos tenían su plan, su programa para finalizar ese día; un programa que sería totalmente lógico, beneficioso y atendible, tanto para ellos como para su maestro.

El relato no nos menciona las causas, pero podemos pensar que tal vez estarían preocupados por dar a Jesús el descanso que venía a buscar. O tal vez estarían preocupados porque de noche es muy difícil caminar a campo traviesa, y ya era hora de terminar con el encuentro. Pero cualquiera haya sido la causa, queda claro que los discípulos ven la necesidad, se dan cuenta lo que está ocurriendo con lo avanzado del día, pero esto no llega a producir en ellos un movimiento comprometido a favor de las personas. No encontramos signos de sentimientos de compasión, sino todo lo contrario, ya que todo nos dice que querían deshacerse de la responsabilidad, evitando ir al encuentro de la necesidad profunda. Los discípulos quieren seguir con su plan, pero Jesús les sale al encuentro con un pedido, o una orden, que les hace ver bien en claro cuál es el camino a seguir.

Jesús se deja interrumpir; esto es así en este caso como en tantos otros. Porque servir es dejarse interrumpir. Servir es responder al llamado de la necesidad por la que está pasando una persona, en una situación concreta, específica. Y para dar esa respuesta es necesario dejar de hacer lo que se está haciendo, postergar o cancelar los planes que nosotros mismos nos hemos armado, y ocuparnos de nuestro prójimo con nuestra mente, corazón y manos. El ver se transforma en el sentir, que finalmente cristaliza en el hacer. Mente, corazón, manos. Todo el ser al servicio del prójimo, que es el servicio del Reino de Dios.

El resto del relato es conocido. El llamado que Jesús hace al servicio es recibido y aceptado por los discípulos, y a partir de allí la situación cambia. Los cinco panes y los dos peces son la muestra que cuando nos dejamos interrumpir por Dios y ponemos todo lo que tenemos en sus manos, él es capaz de producir lo imposible, de generar en nuestras vidas las señales del Reino de Dios, vivo, presente, activo, que es vida abundante.

Servir es dejarse interrumpir. Le pedimos a nuestro Dios que nos ayude a entregarle toda nuestra vida, que tome control de todos nuestros planes. Que cada vez que surja ante nosotros alguna necesidad nos preguntemos sinceramente qué estamos haciendo en ese preciso instante, para que podamos dar lugar a la interrupción, al Dios de la vida que irrumpe en nuestras propias vidas, que nos hace portadores de vida y bendición a nuestro alrededor.

Que así sea.

 



Pastor Marcelo Mondini
Martínez, Buenos Aires, Argentina
E-Mail: marcelo.mondini@hotmail.com

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