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ISSN 2195-3171





Göttinger Predigten im Internet hg. von U. Nembach

1er domingo después de Epifanía, 13.01.2008

Sermón sobre Mateo 3:13-17, por Fabián Paré

 

«Soy yo el que tiene necesidad de ser bautizado por ti,

¡y eres tú el que viene a mi encuentro! Mateo, 3,13-17

Nos encontramos en la víspera del inicio del ministerio de Jesús. El bautismo de Jesús es una puerta que marca un antes y un después, y perfila la dirección en la que irá todo su ministerio.

Inmediatamente después del bautismo de Jesús, se abren los cielos y la voz de Dios lo reconoce como su Hijo, y a la vista de los presentes, el Espíritu de Dios reposa en Jesús.  Con este Espíritu reposando en Jesús y con el reconocimiento de su Padre-Dios se da inicio a aquello que estaba aun pendiente, es señal de en qué manera se dará la unidad entre aquello que todavía no esta completamente unido.  No se trata de la unidad entre el Padre y el Hijo, que ya estaba dada, recordemos que Dios mismo se hizo carne en Jesucristo; de modo que lo que aun está pendiente es la unidad con aquellos que van a ser destinatarios de su ministerio, es decir aquellos que van a ser involucrados en la salvación de Dios en Cristo. Para ello será necesario el reconocimiento de Dios-Padre a sus hijos, es necesario un encuentro, y que el Espíritu de ese Dios repose en ellos. ¿Cómo se lograrán estas dos cuestiones que permiten la salvación?  Solo con el movimiento de este Cristo hacia los destinatarios de su ministerio, posibilitando ese encuentro entre Dios y lo que quiere salvar.

Es aquí donde podemos entender que Jesús vaya a Juan para ser bautizado, aunque Juan no comprendía por qué.  Juan no podría tener parte en esta salvación de Dios si no es encontrado por Jesús. Lo que es justo, expresado por Jesús, es que la salvación nos llega por Jesucristo, y por ningún otro camino (persona). Hasta Juan que era más que un profeta, necesita que Jesús vaya a él, y Jesús lo encuentra en su trabajo y relación con su entorno, dedicado y atento, viviendo su vocación.  Ese es el lugar donde Cristo nos encuentra.

Lo que se perfila del ministerio de Jesús tiene que ver con esto de que Jesucristo viene a nuestro encuentro, para que el espíritu de Dios repose en nosotros/as, y para que Dios nos reconozca como hijos/as y coherederos/as del Reino que -como lo anuncia Jesús- está cerca, o se ha acercado.

Hoy los que formamos parte de la Iglesia de Cristo (es decir todo bautizado/a), recordamos nuestro bautismo, y con él no solo recordamos a quién pertenecemos, sino también a qué ministerio nos sumamos.  El ministerio no puede ser otro que el de Cristo, con sus múltiples formas de ponerse de manifiesto (epifanía).  Ello implica antes que nada, no quedarnos sentados como espectadores de la salvación, sino movilizarnos hacia lo que espera ser alcanzado por la salvación de Dios.  Viéndolo de esta manera cada bautizado/a es una potencial herramienta para actuar la salvación que viene de Dios, y simultáneamente es un/a hijo/a de Dios que cuando vive su vocación en su entorno, se predispone a que el Espíritu de Dios repose en el/ella; y con ello sentirse movilizado/a hacia aquello que necesita ser alcanzado/redimido por Dios.

El mayor desafío es dar espacio a Cristo para que nos encuentre.  ¡Cuántos frenos y obstáculos tiene que sortear Cristo para encontrarnos!: nuestro egoísmo, la falta de diálogo y sentido común, compromisos que nos alejan de la honestidad, falta de solidaridad, engaños y mentiras, falsas promesas, desconfianza y cobardía, manipulación, soberbia y arrogancia, tramas y frialdad.  Estos lazos de convivencia que carcomen a la humanidad, son los que evitan nuestro encuentro con Cristo.

Cuando hablamos de ministerio, estamos hablando de vocaciones y su praxis.  La vocación cristiana es la de estar dedicados/as y atentos/as en velar por el servicio al prójimo, por la verdad, justicia, solidaridad, por la ocupación de las necesidades de los demás, por construir confianza y honestidad, todo ello viviendo la vocación que nos regaló Dios, siendo enfermeros/as, contadores, agricultores, abogados/as docentes, estudiantes, políticos partidarios, sacerdotes, obreros, o desempeñando cualquier trabajo-vocación en nuestra convivencia.

Martín Lutero decía que un zapatero es un buen cristiano en la medida que haga buenos zapatos.  Así como el zapatero vive su vocación, cada quien debe vivirla haciendo lo mejor posible aquello que le ha tocado hacer, como servicio al prójimo.  De esto se trata vuestra vocación y la mía, ese es nuestro ministerio; que no es más que el desarrollo del ministerio de Cristo, es decir el desarrollo del proceso de salvación que Dios realiza haciendo reposar su Espíritu en el acto de servirnos en el encuentro.

 

 

 

 

 



Pastor Fabián Paré
de la IELU Eldorado-Misiones



E-Mail: fabianpare@arnet.com.ar

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